Mié 07.04.2010

EL MUNDO  › ISMAEL EL MAYO ZAMBADA, LíDER DEL CARTEL DE SINALOA, HABLó CON UN MEDIO LOCAL DESDE LA CLANDESTINIDAD

El Pablo Escobar de los narcos mexicanos

El Mayo Zambada no tiene duda: ni el presidente Calderón ni el ejército van a poder con el narcotráfico. “El narco está en la sociedad, arraigado como la corrupción”, asevera el hombre que siente pánico de que lo atrapen y lo encierren.

› Por Gerardo Albarrán de Alba

Desde México, DF

Su cabeza vale millones de dólares para quien lo entregue. Es tan famoso como Joaquín El Chapo Guzmán, enlistado por la revista Forbes como uno de los hombres más acaudalados del mundo. Es tan poderoso como lo fue en su día Pablo Escobar Gaviria, el zar colombiano de la droga. Pero Ismael El Mayo Zambada vive a salto de mata, carga el miedo todo el tiempo.

Entrevistado por el periodista Julio Scherer García, cuya crónica se publicó en el semanario Proceso que él fundó en 1976, El Mayo Zambada asegura que la administración de Felipe Calderón tiene perdida la guerra contra el narcotráfico que desató hace tres años.

El narcotraficante deja saber que “llora” a su hijo Vicente, Vicentillo, su primogénito y mano derecha, capturado en la Ciudad de México y extraditado a Estados Unidos. No sabe en qué prisión se encuentra, si en Chicago o en Nueva York, pero se niega a hablar de él.

A cambio, dice que se dedica a la agricultura y a la ganadería, “pero si puedo hacer un negocio en los Estados Unidos, lo hago”. Cuenta que tiene esposa, otras cinco mujeres, quince nietos y un bisnieto. “Ellas, las seis, están aquí, en los ranchos, hijas del monte, como yo. El monte es mi casa, mi familia, mi protección, mi tierra, el agua que bebo. La tierra siempre es buena, el cielo no, a veces niega la lluvia.”

Del Chapo Guzmán dice que son amigos y compadres, que hablan frecuentemente por teléfono, pero niega haber tenido algo que ver en su fuga de prisión, hace algunos años, y califica como “tonterías” lo que publica Forbes sobre la fortuna del narcotraficante.

El Mayo Zambada no tiene duda: ni Calderón ni el ejército van a poder con el narcotráfico. A su juicio, “el gobierno llegó tarde a esta lucha y no hay quien pueda resolver en días problemas generados por años. Infiltrado el gobierno desde abajo, el tiempo hizo su ‘trabajo’ en el corazón del sistema y la corrupción se arraigó en el país. Al presidente, además, lo engañan sus colaboradores. Son embusteros y le informan de avances, que no se dan, en esta guerra perdida”.

Según el capo, el gobierno no tiene ninguna oportunidad de erradicar el problema, porque “el narco está en la sociedad, arraigado como la corrupción”. En la breve charla realizada en una guarida del narcotraficante, cuya ubicación no revela el periodista, El Mayo Zambada no objeta la persecución que el gobierno emprende para capturarlo. “Está en su derecho y es su deber.” Sin embargo, rechaza las “acciones bárbaras” del ejército.

“Los soldados, dice, rompen puertas y ventanas, penetran en la intimidad de las casas, siembran y esparcen el terror. En la guerra desatada encuentran inmediata respuesta a sus acometidas. El resultado es el número de víctimas que crece incesante. Los capos están en la mira, aunque ya no son las figuras únicas de otros tiempos”, escribe Scherer.

La cabeza del cartel de Sinaloa ironiza: “Un día decido entregarme al gobierno para que me fusile. Mi caso debe ser ejemplar, un escarmiento para todos. Me fusilan y estalla la euforia. Pero al cabo de los días vamos sabiendo que nada cambió”.

Nada va a pasar si él cae, asegura, porque “el problema del narco envuelve a millones. ¿Cómo dominarlos? En cuanto a los capos, encerrados, muertos o extraditados, sus reemplazos ya andan por ahí”.

De hecho, por lo menos cuatro veces el ejército ha estado muy cerca de El Mayo Zambada, cuenta él mismo y desliza que todavía más veces han estado a punto de atrapar al Chapo Guzmán. Huyó por el monte, “del que conozco los ramajes, los arroyos, las piedras, todo”, cuenta. Inevitable recordar a Pancho Villa, el legendario revolucionario que fue perseguido por tropas federales y hasta por el ejército estadounidense, al mando del general Pershing, pero nunca dieron con él, escondido en las cuevas que conocía como la palma de su mano en las sierras de Chihuahua.

–¿Teme que lo agarren? –le pregunta el periodista.

–Tengo pánico de que me encierren –responde sin chistar el narco.

–Si lo agarraran, ¿terminaría con su vida?

–No sé si tuviera los arrestos para matarme. Quiero pensar que sí, que me mataría.

Sabe que al final va a caer, igual que todos los demás capos del crimen organizado. O tal vez no. “¿Lo atraparán finalmente?”, le pregunta Scherer. “En cualquier momento o nunca”, le contesta.

Zambada tiene 60 años y se inició en el narco a los 16, según narra Scherer, y apunta que los 44 años que lleva en esa vida le dan una gran ventaja sobre sus persecutores de hoy. Sabe esconderse, sabe huir y se tiene por muy querido entre los hombres y las mujeres donde medio vive y medio muere a salto de mata.

“Hasta ahora no ha aparecido ningún traidor”, dice, como quien piensa en voz alta.

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