EL MUNDO › OPINION
› Por Martín Granovsky
Los periodistas acostumbran discutir si deben imponerse a sí mismos restricciones para entrevistar a una persona cuando se trata de un asesino o de alguien buscado por la Justicia. Julio Scherer García suele terciar en esa polémica con esta frase: “Si el diablo me ofrece una entrevista, voy a los infiernos”.
A los 84 recién cumplidos, Scherer es una de las leyendas de México. Pero una leyenda viva: tal como publicó Página/12, acaba de aceptar una entrevista con el narco Ismael Zambada García, “El Mayo”, jefe del Cartel de Sinaloa, y escribió la nota. La tapa del semanario Proceso los muestra juntos para atestiguar que fue verdadero el encuentro en el que Scherer preguntó a Zambada cómo se inició en el narco y él contestó: “Nomás”. “¿Nomás?”, repreguntó Scherer. “Nomás”, repitió Zambada.
Scherer fue director del Excelsior hasta 1976, cuando el entonces presidente Luis Echeverría decidió tumbar el proyecto editorial del diario. La historia está contada en dos novelas, La guerra de Galio, de Héctor Aguilar Camín, y Los periodistas, de Vicente Leñero.
En cuanto a Proceso, no es una revista pro-narco sino lo contrario. Critica la guerra militar ejecutada por el presidente Felipe Calderón porque ya produjo 18 mil muertos y demostró no ser eficaz para acabar con la criminalidad y la violencia.
Scherer muestra a un Zambada de 60 años, casado, padre de cinco mujeres, con 15 nietos y un bisnieto, y capaz de hablar con realismo cínico sobre la militarización de la lucha antinarco: “Es una guerra perdida porque el narco está en la sociedad, como la corrupción”.
Zambada dice que siempre tiene miedo, que lo atraparán “en cualquier momento o nunca”, y que por eso se encierra en el monte mientras dirige sus negocios en México o en los Estados Unidos, donde desde 2003 figura en la lista de buscados.
Al margen de la entrevista, el último número de Proceso acompaña un informe que detalla la capacidad de “penetración institucional” del narco, incluyendo “el ejército, sus cuantiosas actividades financieras y su aptitud logística para mover droga, dinero y armas”.
Da un ejemplo: Jesús Vizcarra Calderón, sospechado de vinculaciones con el narco y precandidato del Partido Revolucionario Institucional, hoy en la oposición, a gobernar Sinaloa.
Heredero del Partido Nacional Revolucionario y del Partido de la Revolución Mexicana, el PRI gobernó México con este nombre entre 1946 y 2000. Amplio, fundido por épocas con el Estado y los grandes sindicatos, capaz de nacionalizar el petróleo con Lázaro Cárdenas y emular a Carlos Menem con la presidencia de Carlos Salinas de Gortari, el PRI da pie para que exista un Vizcarra, pero también un antinarco como el jurista Alfonso Navarrete Prida.
Es interesante la perspectiva histórica de Navarrete. Sostiene que los Estados Unidos, incapaces de disminuir la demanda de droga en su propio mercado, optaron por impedir que la oferta fluyera desde México. Para eso habrían diseñado el plan militar que aplicó Calderón.
Su conclusión es digna de ser tomada en cuenta en todo el continente. “Esto generó que el transportista tuviera que coaligarse con organizaciones locales, de las comunidades, de los municipios, quienes al tener un nuevo elemento que vender evolucionaron rápidamente y entonces empezó la lucha por el territorio, por la plaza, y no por la ruta”, opina. Y remata: “La consecuencia inmediata fue el aumento de la violencia”.
El centroizquierda, en tanto, recomienda centrarse en los problemas sociales y de seguridad interna. Lo dice, por ejemplo, Marcos Carlos Cruz Martínez, del Partido de la Revolución Democrática.
En México, el pico de violencia coincidió con la nueva táctica anti-narco de los Estados Unidos y con la debilidad económica producto de que el país importó la crisis sin barreras, porque el 80 por ciento de su comercio exterior tiene como destino u origen el mercado norteamericano.
Un comentario soltado al pasar en el semanario conservador inglés The Economist añade otro elemento al análisis de la cuestión narco. Un artículo duro contra Ecuador, “La lavandería andina”, critica al presidente Rafael Correa y al mismo tiempo cita que el uso del dólar como moneda local hizo que el país resultara “particularmente atractivo para los lavadores de dinero”.
Correa ya anunció que se propone salir de la dolarización, pero que sólo puede hacerlo a mediano plazo. El reemplazo del sucre por el dólar, decidido en enero de 2000 por el presidente Jamil Mahuad, fue una trampa emparentada con la convertibilidad de Domingo Cavallo y concretada en medio de la misma desregulación financiera internacional que afectó a la Argentina.
¿Saben cómo es el nombre del jefe del equipo que asesoró en 1996 al presidente ecuatoriano Abdalá Bucaram y en 1999 a Mahuad? Empieza con “cav” y termina con “allo”.
Finanzas, crisis social y captación del Estado parecen explicar el poderoso “nomás” que el viejo Scherer le arrancó a Zambada.
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