EL MUNDO › BUSCA CONVENCER A TEHERAN DE ENRIQUECER URANIO EN UN TERCER PAIS
Lula está convencido de que puede forjar un acuerdo con Irán, pero para desatascar la impasse que tiene al mundo en vilo, el brasileño precisa un apoyo nítido de Occidente. Sin embargo, hace tiempo que Lula no habla con Obama.
› Por Darío Pignotti
Desde Brasilia
Jugando al límite, Luiz Inácio Lula da Silva inicia hoy en Teherán su movida diplomática más osada en 7 años de gobierno: descomprimir la tensión entre Estados Unidos, secundado por las potencias occidentales e Irán.
Lula, procedente de Qatar y al frente de una comitiva de cerca de 300 personas, entre ellos más de 100 empresarios, fue recibido en la noche de ayer por el canciller Manouchehr Mottaki, quien antes había mantenido una reunión de hora y media con el ministro de Exteriores brasileño Celso Amorim, lo cual es una prueba de que las negociaciones para alcanzar un acuerdo se prolongaron literalmente hasta último momento.
Antes de aterrizar en Teherán, donde intentará persuadir a Mahmud Ahmadinejad de ceder uranio para ser enriquecido en otro país, probablemente Turquía, Lula recibió el aval de los mandatarios de dos potencias atómicas, el ruso Dimitri Medvedev y el francés Nicolas Sarkozy.
Optimista incorregible, Lula vio en esos espaldarazos de última hora otro motivo para asegurar que su travesía al país de los ayatolas, nunca antes visitado por un presidente brasileño, cuenta con “9,9 puntos” sobre 10 de llegar a buen puerto. Medvedev, en cambio, apenas le auguró el 30 por ciento de posibilidades de suceso, durante el encuentro que mantuvieron el jueves en el Kremlin. Contar con los buenos deseos, no más que eso, de parte de Moscú y París, dos de los 5 miembros con poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, es menos, o mucho menos, de lo que Lula necesita para salir airoso.
Para desatascar la impasse que tiene al mundo en vilo, el brasileño precisaba de un apoyo nítido de Occidente, especialmente de Barack Obama, con quien supo mantener amigables pláticas telefónicas sobre la paz y el multilateralismo, a fines de 2008, poco después de que Estados Unidos eligiera a su primer presidente negro. Pero nada de eso ocurrió: hace un buen tiempo que Lula no recibe telefonemas de Obama. Lejos de augurarle éxitos a su colega, Obama continuó negociando con sus aliados la aprobación de sanciones en el Consejo de Seguridad a Teherán, y el jueves, la secretaria de Estado, Hillary Clinton, dijo que la quimera de Lula seguramente no llevará a nada.
Hay un completo antagonismo entre los postulados del Planalto, que esgrime la fórmula del diálogo para disuadir a la República Islámica de continuar procesando mineral radiactivo, y la Casa Blanca, segura que a través de castigos económicos y, eventualmente militares, pondrán en caja a los “fundamentalistas”.
Ayer, en Qatar, Lula hizo recriminaciones, sin nombrarlos, a Obama, por negarse al diálogo con los iraníes, y a Clinton, por su escepticismo.
Vale preguntar entonces si la cruzada de Lula, carente de crédito entre las potencias nucleares (Inglaterra, encolumnada con las sanciones, y China sin salir de su mutismo) está condenada al fracaso de antemano.
Lula tampoco lleva en sus maletas otros dos argumentos de poder real necesarios para incidir en la mesa de negociaciones: debido a su ubicación geográfica Brasil no cuenta con ninguna influencia geopolítica en Irán, ni en Medio Oriente, y en términos militares, el gigante sudamericano ni siquiera puede ser considerado una potencia media, como Pakistán o India, poseedores de armamento atómico.
En la dialéctica del poder, las flaquezas de Lula y de Brasil pueden volverse su mejor argumento persuasivo hoy cuando se encuentre con Ahmadinejad y sea recibido, algo poco usual, por el líder espiritual-jefe de Estado vitalicio, ayatolá Alí Jamenei.
Digámoslo de otro modo: cuanto menos respaldo recoja el ex líder metalúrgico Lula en Occidente, más credibilidad podrá granjearse entre los irreductibles cuadros que comandan la República Islámica. Esa puede ser la carta de triunfo de Lula hoy en Teherán.
El vocero de la Cancillería persa dio una señal alentadora ayer al decir “creo que hay condiciones para un acuerdo serio”, dijo Ramin Mehmanparast.
“Hace 30 años que hago política y no sé otra cosa que hacer política, hay que hablar con todos, hasta con los enemigos”, fue el eslogan que Lula ha repetido hasta la saturación desde noviembre del año pasado cuando recibió a Ahmadinejad en Brasil, junto a quien defendió el derecho iraní a desarrollar tecnología nuclear.
Desde entonces Lula y su canciller Amorim concentraron sus energías en construir credibilidad en Medio Oriente y países musulmanes, especialmente con Turquía, junto a quien se estableció un eje de cooperación diplomática, capaz de dialogar con los ayatolas sin romper lanzas con Washington.
Una prueba de ello fue la reunión en que Lula y el primer ministro turco Recep Erdogan, propusieron a Obama, hace un mes, que revea su posición sobre las sanciones en Irán.
Sin dudas este viaje a Irán es el hecho diplomático del año para Lula, que el lunes participará de la cumbre del Grupo de los Quince, nacido en 1989, durante una cumbre del Movimiento de los No Alineados.
Pero a no engañarse, a pesar su vocación tercermundista, Lula es, en esencia, un animal político anfibio: el mismo lunes, después de reunirse con Ahmadinejad, Chávez y representantes de Argelia, Egipto y otros países no alineados, viajará a Madrid para conversar con la dirigencia europea sobre la creación de un área de libre comercio con el Mercosur.
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