EL MUNDO › ESCENARIO
› Por Santiago O’Donnell
A pesar de lo mucho que ya se dijo sobre el asalto a la flotilla humanitaria el lunes pasado cerca de la costa de Gaza, más allá de las especulaciones que surgen de la coyuntura y de los análisis que se puedan hacer sobre eventuales beneficiados y perjudicados, es muy poco lo que se informó acerca del porqué del accionar criminal de las tropas israelíes.
Se sabe que un comando de ese país atacó en aguas internacionales a una flotilla de seis barcos que llevaba a 600 tripulantes y diez mil toneladas de ayuda humanitaria para la Franja de Gaza. Unos treinta periodistas viajaban a bordo y pudieron observar el abordaje, amén de sufrirlo en carne propia. Los comandos llegaron en lanchas rápidas. A cinco de los seis barcos los asaltaron lanzando gases y balas de goma primero y golpes y descargas eléctricas después. Pero el quinto barco, el más grande, el Mavi Marmara, de bandera turca, recibió un tratamiento especial. En vez de lanchas rápidas, los comandos se valieron de helicópteros artillados para el abordaje. Cuando la tripulación intentó defenderse con piedras, palos y cuchillos, los comandos abrieron fuego con munición viva, matando a al menos nueve voluntarios. Algunos testigos dicen que vieron a los soldados tirando cadáveres fuera de borda en el Mavi Marmara.
Se sabe también que desde hace tres años Israel somete a la Franja a un bloqueo comercial con la colaboración de Egipto, el otro país que comparte frontera con Gaza. El bloqueo empezó cuando los habitantes de la Franja eligieron a un gobierno dominado por el movimiento islamista Hamas, declarado organización terrorista por Israel, Estados Unidos y Europa. De hecho, Estados Unidos y Europa vienen apoyando el bloqueo con observadores militares en los puestos fronterizos lindantes con la Franja, tanto en Egipto como en Israel. A consecuencia del bloqueo, el millón de habitantes de la Franja vive en condiciones precarias, al borde de la crisis humanitaria, sin suficiente energía eléctrica ni agua potable. Como Israel sólo deja entrar insumos básicos, el bloqueo ha dado lugar a una fuerte economía negra con el comercio que se hace a través de túneles en la frontera egipcia.
Se sabe que la vía marítima es una opción para la entrada de bienes a Gaza que ha sido explotada en el pasado por organizaciones humanitarias con suerte diversa. Algunos cargamentos llegaban a destino, otros eran interceptados y enviados de vuelta a sus puertos de origen. El gobierno israelí acusó a las organizaciones humanitarias de traficar armas y se puso duro: ni un barco más.
Se sabe que en el asalto actuaron tropas de elite, las mejores del mundo. Las que entrenan a las demás tropas de elite. No van a entrar en pánico por recibir un piedrazo o porque algún loco lindo los apunte con un lanzabengala. Y nueve cadáveres es una masacre, una carnicería. Nueve personas prácticamente desarmadas, masacradas por un grupo experto en medir y calibrar el poder de fuego enemigo y actuar en consecuencia. Con tropas de apoyo en completo dominio de los barcos a su alrededor, con la situación perfectamente controlada, el baño de sangre y el consecuente escándalo internacional. Descontando el profesionalismo de las Fuerzas Especiales israelíes, sólo queda pensar que alguien dio la orden.
¿Quién fue? ¿Netanyahu? ¿Para romper con Turquía? ¿Para frenar a Obama? ¿O se lo hicieron a Netanyahu? ¿O se lo hicieron a Ehud Barack, el ministro de Defensa que cargó con las culpas, referente del ala “blanda” del gobierno? ¿O fue una interna militar?
El primer ministro israelí no se mostró sorprendido. Asumió la responsabilidad, invocó el derecho de Israel a defenderse del contrabando de armas y a ejercer soberanía marítima en la costa de Gaza. Ni siquiera se disculpó ante el gobierno turco por haber atacado a una flota de ese país en aguas internacionales. Pero tampoco dijo “yo ordené que abrieran fuego a mansalva” ni nada por el estilo. Sus próximos pasos aportarán algunas pistas. Si mantiene la alianza con la extrema derecha de Avidgor Lieberman, querrá decir que no hay desacuerdos sobre lo actuado con la flotilla humanitaria.
Si rompe con Lieberman para formar gobierno con Kadima, significará un respaldo para la investigación que hoy demanda la líder de la oposición, y una señal de ruptura con los supuestos responsables de la masacre.
Pase lo que pase, Netanyahu seguramente designará una comisión investigadora, aunque sea para diluir responsabilidades penales antes de que se diriman en la Justicia israelí o, peor, en Cortes extranjeras.
Otro destinatario del asalto podría ser Turquía. El gobierno de Recep Rayyip Erdogan venía jugando fuerte en Medio Oriente. Con su Estado laico y membresía en la OTAN, próxima a ser extendida a la Unión Europea, Turquía se venía perfilando como un interlocutor creíble entre Occidente y el mundo musulmán. Había patrocinado en su territorio las negociaciones entre Israel y Siria por la devolución de las Alturas de Golán hasta que la ofensiva sobre Gaza del año pasado provocó un enfriamiento de la relación diplomática entre Israel y Turquía. El mes pasado Turquía alcanzó un acuerdo con Brasil para enriquecer uranio iraní como parte de un acuerdo para poner fin a la crisis por el programa nuclear de Teherán. La flotilla humanitaria había zarpado desde Turquía y la mayoría de sus tripulantes eran turcos. Turquía venía de firmar un acuerdo nuclear con Irán, el principal enemigo del gobierno israelí. Después del asalto a la flotilla, Turquía congeló sus relaciones con Israel y retiró a su embajador. Un regalo para los halcones israelíes.
Otro destinatario del asalto podría ser Obama. Estados Unidos lleva medio siglo de una alianza militar prácticamente inquebrantable con Israel, que involucra intercambios de tecnologías y desarrollo industrial de tal complejidad que es difícil saber dónde terminan los intereses de un país y dónde empiezan los del otro.
Pero de todos los presidentes de Estados Unidos de Jimmy Carter a esta parte, Obama es el menos pro-israelí (decir “pro-árabe” sería una exageración). En otros tiempos, un presidente como Obama no representaría una amenaza para el gobierno israelí, pero este gobierno israelí es especial. Está formado por una coalición entre un partido de derecha dura y otro de ultraderecha, más un grupo minoritario del ala derechista de la socialdemocracia. Por la relación de fuerzas de su gabinete, si no por convicción propia, Netanyahu no tiene margen para complacer a Obama con una negociación con los palestinos.
El ataque a la flotilla llevó a Netanyahu a cancelar una reunión con el presidente estadounidense, quien busca avanzar en un acuerdo con Israel para declarar un Estado palestino en Cisjordania. Netanyahu no quiere saber nada. Hace poco autorizó nuevos asentamientos en Jerusalén oriental justo cuando el vice norteamericano Joe Biden visitaba la región. De más está decir que a partir del asalto del lunes pasado la situación de Gaza toma precedente por sobre la de Cisjordania, Hamas reaparece en la ecuación, y se empioja cualquier posibilidad de acuerdo. Justo lo que buscaba Netanyahu.
Entonces se sabe mucho, pero no se sabe quién dio la orden ni por qué. Quizá nunca se sepa la verdad, pero en un punto poco importa. Al asumir las acciones de los comandos como propias, Netanyahu asumió la responsabilidad política y también la responsabilidad penal.
Porque los crímenes de lesa humanidad son imprescriptibles y de jurisdicción universal, por más que ningún tribunal israelí se anime a juzgarlos. El asalto a la flotilla reúne las características que ameritan esa tipificación. Fue cometido por fuerzas del Estado, al amparo de poderes del Estado, en el contexto de un ataque sostenido a una población definida por raza o religión. Netanyahu podrá argumentar que con los palestinos existe un conflicto armado con organizaciones terroristas y no un ataque sostenido a una población. Pero los números del conflicto lo desmienten, ya que en los últimos años la proporción de bajas entre israelíes y palestinos es de casi mil a uno.
Netanyahu también podrá decir que el contrabando de armas afecta la seguridad de Israel. Pero la relación de fuerzas es tan desigual que el ejército israelí barrió Gaza de punta a punta tres veces en los últimos cinco años, casi sin enfrentar resistencia armada. Desde el secuestro de un soldado israelí en el 2006, prácticamente la única arma que han usado los palestinos de Gaza en contra de ciudadanos israelíes han sido los cohetes Kazam. Se trata de explosivos de fabricación casera, que no necesitan ser contrabandeados. Y desde la invasión israelí de principios del año pasado, salvo por algún incidente aislado, los lanzacohetes palestinos han sido silenciados.
En ese contexto, el asalto a la flotilla humanitaria parece un buen caso para llevar a La Haya. Claro que la fiscalía de la Corte Penal Internacional no ha mostrado ningún interés en juzgar los crímenes de guerra de las potencias occidentales. Prefiere concentrar sus esfuerzos en llevar a la Justicia a una runfla de dictadores africanos. Sin embargo, la variada nacionalidad de los tripulantes de la flotilla habilita instancias judiciales promisorias en Europa y Estados Unidos. Tampoco hay que esperar milagros. A lo sumo se les hará más difícil a algunos políticos israelíes viajar al exterior. De hecho, algunos ya tienen vedada la entrada a ciertas capitales europeas por otras masacres del pasado reciente.
Lo demás sigue igual. La rutina ya sale de memoria: masacre, tibia condena internacional, desafiante respuesta israelí, iniciativa de paz al freezer, comisión investigadora, olvido. El gobierno israelí, el que votó su gente, cada vez más duro y más intransigente pero también más aislado. Subiendo la apuesta para abortar iniciativas diplomáticas que amenazan sus conquistas militares. En nombre de una supuesta búsqueda de mayor seguridad que nunca alcanza para vivir tranquilo. Agrandando al enemigo y exagerando el peligro para justificar su brutalidad represiva. Atrapado en su dialéctica violenta, al punto de querer racionalizar una masacre de voluntarios indefensos en alta mar.
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