EL MUNDO › OPINIóN
› Por Atilio A. Boron *
Pocos medios difundieron la noticia del fulminante despido de la periodista de la CNN, Octavia Nasr, por haber lamentado en su Twitter la reciente muerte del clérigo chiíta Hussein Fadlalá, a quien el gobierno de Estados Unidos tenía incluido en una lista de “terroristas internacionales”. Al parecer, Nasr no compartía ese juicio; además, en su desdichado mensaje decía que este clérigo se había destacado por defender los derechos de la mujer, habitualmente menoscabados por la ortodoxia chiíta. En efecto, Fadlalá se oponía a la ablación del clítoris, una tradición muy extendida en algunos países musulmanes, y no compartía la misoginia prevaleciente en las interpretaciones hegemónicas al interior del Islam.
Dos lecciones pueden extraerse de este incidente. Primero, que la autoproclamada “prensa libre e independiente”, de la cual la CNN sienta cátedra cotidianamente, es una piadosa (o, mejor, perversa) mentira. Es una “libertad” que sólo puede ejercerse cuando se dice o se transmite lo que quiere la clase dominante, expresada en la línea oficial establecida por la Casa Blanca. Recuérdese, si no, la insolente entrevista de Patricia Janiot al secretario general de la OEA, en donde la presentadora asumía descaradamente el papel de vocera oficial de Hillary Clinton durante la crisis hondureña.
En el caso que nos ocupa, bastó que Nasr se apartara de la línea establecida por el gobierno norteamericano –¡y en un Twitter!– para que la transgresora fuera despedida de inmediato, haciendo caso omiso de su extensa trayectoria en la cadena televisiva. Pese a ello, los ardientes defensores de la “libertad de prensa”, o de la “prensa independiente”, no se privan de fustigar a diario a gobiernos como los de Cuba, Venezuela, Bolivia y Ecuador por sus presuntas agresiones al periodismo libre e independiente. No practican en sus casas lo que con tanta vehemencia exigen a quienes resisten sus designios imperialistas. Por supuesto, jamás escucharemos una queja del Departamento de Estado sobre la absoluta falta de libertad de prensa en países como Arabia Saudita o Malawi, dóciles clientes de Washington.
Segundo: la preocupante gravitación de los lobbies pro-israelíes en los grandes medios de Estados Unidos, privando al público norteamericano e internacional de acceder a información genuina. Sólo se publica, y bajo la forma y el tono acordes con lo establecido por el gobierno, aquello que es congruente con las “mentiras verdaderas” construidas por el Gran Hermano, que dictamina lo que existe y lo que no existe, y lo que hay que decir acerca de uno y otro. Ya no se habla más del feroz bombardeo a Gaza de hace poco más de un año, o de la criminal agresión a la flotilla humanitaria en aguas del Mediterráneo. En estos días la estrella mediática es... ¡el pulpo Paul! Como ya lo demostró hace décadas Noam Chomsky, la función de los medios no es facilitar la difusión de lo que ocurre y sus causas, alimentando la discusión democrática dentro del espacio público, sino confundir a las masas e impedir que ellas adquieran conciencia de lo que ocurre a su alrededor. Esa es la verdadera misión de la autodenominada “prensa libre” en Estados Unidos.
* Director del PLED/Centro Cultural de la Cooperación.
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