EL MUNDO › ESCENARIO
› Por Santiago O’Donnell
El debate sobre el presente y futuro del periodismo explotó en Estados Unidos como una bomba de tiempo programada para estallar exactamente el 25 de junio. Ese día, el Washington Post renunció a su blogger Mark Weigel (foto) por sus opiniones en una red social semiprivada. El tema ya disparó más de 500 artículos y los principales diarios, revistas, programas de televisión y portales de Internet de ese país han publicado opiniones sobre el tema. Decenas de miles de soldados de a pie se sumaron al debate por Twitter y la blogósfera y la discusión cruzó el Atlántico para instalarse en la redacción de The Economist. ¿Por qué tanto ruido?
Porque lo que algunos llaman “Weigelgate”, otros “La guerra entre el Cuarto y el Quinto Poder”, derrumbó las certezas sobre las que se construyó el modelo del periodismo estadounidense. Un modelo que fue copiado por los manuales de estilo de los principales diarios del mundo, incluyendo los de acá, aunque rara vez se llevó a la práctica fronteras afuera. El modelo se basa en la supuesta neutralidad y asepsia del periodista (“el periodismo es un sacerdocio”) y en la idea de que toda noticia debe reflejar los distintos puntos de vista de las partes interesadas, porque ese equilibrio marca la diferencia entre noticia y opinión, periodismo y publicidad, periodismo y propaganda.
Más allá de las distintas posturas, lo que Weigelgate demuestra, entre otras cosas, es que el mismo debate que acá se presenta como una pelea entre los Kirchner y el Grupo Clarín excede largamente ese marco de referencia.
Para resumir, hace cuatro meses el Post contrató a Weigel para dirigir un blog llamado “Right Now” o “La Derecha Hoy”, dedicado a cubrir el movimiento conservador. La decisión se tomó porque algunos lectores se quejaron de que todos los bloggers del Post eran “liberals”, o sea, se ubicaban en el centroizquierda del arco político estadounidense, y por eso no cubrían bien los temas que les interesaban a los conservadores.
Hasta sus críticos reconocen que la cobertura que hizo Weigel para el Post fue entre equilibrada y complaciente. Y nadie se quejó hasta que dos sitios web que cubren política en Washington publicaron los mails que Wiegel escribió en el sitio semiprivado JournoList. En esos mails, casi todos escritos antes de su llegada al Post, Weigel criticaba y se burlaba de las principales figuras del conservadurismo norteamericano. Decía que Matt Drudge debía prenderse fuego, le deseaba un ataque al corazón a Rush Limbaugh, decía que estaba podrido de tratar seriamente a los infradotados que hacían los Tea Party y cosas por el estilo, todo con un lenguaje que suena desubicado en un medio de comunicación, pero que no desentonaría en ningún bar donde se juntan periodistas para descargar las tensiones del día.
Al día siguiente, en su última entrada de “La Derecha Hoy” Weigel pidió perdón por las ofensas personales pero no por sus opiniones y pidió ser juzgado por su trabajo profesional y no por sus chats con amigos. También pidió disculpas al Post por sus indiscreciones y ofreció su renuncia.
Mientras tanto miles de conservadores enardecidos le escribían al diario. Varios dijeron que les gustaría encontrarse con Weigel a solas en un cuarto para cagarlo a trompadas. Pero la mayoría se la agarró con el diario: en distintos tonos lo acusaron de izquierdista, obamista, discriminador y portavoz mal disimulado del establishment “liberal” de Washington. También hubo lectores que saltaron a favor de Weigel: ¿qué tiene de malo que diga lo que piensa?, le preguntaban al diario, apelando a un razonamiento tan sencillo como contundente.
Horas después de la publicación de los mails, en medio del tiroteo, lejos de respaldar a su bloguero, el Post le aceptó la renuncia y ya nada fue igual.
La explicación del diario le echó más gasolina al fuego. “Los e-mails de Weigel demostraron una llamativamente pobre habilidad para tomar decisiones y revelaron su parcialidad, lo cual coronó quejas existentes de lectores conservadores acerca de que no los podía cubrir con objetividad. Pero su ida también genera preguntas sobre si el Post ha definido adecuadamente el rol de los bloggers como Weigel. ¿Son periodistas neutrales o ideólogos?”, escribió el ombudsman del diario, Andrew Alexander, pretendiendo reducir el caso a un problema de recursos humanos. El director ejecutivo del diario, Raju Narisetti, fue aún más lejos en la misma dirección. “Los periodistas necesitan ser imparciales... Habría que preguntarse si no conviene preguntarles a potenciales periodistas de este diario si no hicieron algún comentario en privado que pudiera perjudicar su trabajo.”
En defensa del Post, ya que he trabajado tres años en ese diario, puedo afirmar que los editores están convencidos de lo que dicen. Es tradición en el diario que el director ejecutivo no vote en las elecciones presidenciales. Los periodistas teníamos prohibido asistir a cualquier evento financiado por un partido político, a menos que fuéramos a cubrirlo. Esa decisión me costó la oportunidad de alquilar un frac y ver a Clinton tocar el saxo en su fiesta inaugural. También la de marchar en favor del aborto legal o la igualdad racial. Cada fin de año una gigantesca pila se armaba en el medio de la redacción con los regalos que les llegaban a los periodistas. Nadie se quedaba con nada, salvo el orgullo de llamar a las fuentes y empresas para avisarles que el obsequio sería donado a una obra de caridad y pedirles amablemente que no mandaran más.
A cambio, y dentro de los parámetros establecidos, teníamos total libertad para investigar a los principales avisadores del diario y a los mejores amigos de sus dueños. Más que influir en el debate público, el objetivo era destapar el próximo Watergate.
Pero aun en Estados Unidos la idea de un periodismo sin opinión, o de un medio sin ideología, sin intereses por defender, resulta hoy en día insostenible. Por eso cuando estalló la bomba Weigelgate, las críticas no tardaron en llegar.
“Nosotros en el Quinto Poder continuaremos luchando contra la idea de imparcialidad. ¿Es siquiera posible informar sobre un tema sin traer tu lente personal a la situación? Muchos de nosotros argumentaríamos que no, y especialistas en medios suelen señalar agendas ocultas o parcialidad en artículos, particularmente en temas controvertidos como raza, género y orientación sexual. De algún modo el Quinto Poder prefiere la transparencia a la imparcialidad. Entonces, por lo menos, el prejuicio es reconocido y asumido”, escribió Latoya Peterson en el sitio del Poynter Institute.
Por su parte la centenaria y ultraliberal revista británica The Economist, publicación que no lleva la firma de sus periodistas, destiló su habitual ironía desde su blog Democracy in America:
“Esto indica que los periodistas que firman en medios no ideológicos como el Post y otros diarios anticuados sólo podrán cubrir temas ideológicos si amputan sus propias opiniones políticas. Pero eso es algo muy opresivo como para forzarlo sobre alguien, una forma de corrección política que deriva en un discurso aplacado, distorsionado y falso. La única manera de encontrarle la vuelta al problema, para permitirles a los periodistas que informen y analicen la política de manera honesta e inteligente, sin tener que preocuparse por acusaciones de parcialidad basadas en los contenidos de sus e-mails privados, sería tener un diario en el que los periodistas no firmaran sus notas, y todo estuviera escrito por una voz colectiva. Pero claro, se trata de una idea loca que obviamente nunca funcionaría.”
Mientras tanto Ari Mebler le apuntó al corazón del problema desde la revista de izquierda The Nation: “No es cierto que los grandes medios prohíben las opiniones, lo que prohíben son las opiniones que los incomodan. Es un hecho que las empresas periodísticas modernas les dan mucho espacio a sus periodistas para que escriban opiniones positivas sobre sus fuentes y los temas que cubren. Los periodistas con frecuencia alaban a las tropas, festejan los nombramientos presidenciales y hacen fuerza para que el gobierno tenga éxito contra los terroristas, las recesiones y los derrames. Pero la idea de parcialidad sólo entra en juego cuando se ataca al poder”.
Bienvenidos a la Era de la Información, es decir, de la información gratis, globalizada, interactiva y multiplataforma. En este nuevo mundo, las voces de las corporaciones han copado el espacio público de debate, desplazando a los intermediarios.
La verdad universal que apuntalaba al modelo de periodismo independiente se ha segmentado en nichos temáticos y económicos, territorios hiperlocalizados y corrientes de opinión. Con sus bemoles, la distancia entre el cronista, su empresa periodística y el grupo de interés que la sostiene se ha acortado casi hasta desaparecer. Esa, y no otra, es la madre de todas las guerras mediáticas.
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