Dom 12.01.2003

EL MUNDO  › INVESTIGAN EN ESPAÑA LOS FUSILAMIENTOS
Y APROPIACIONES DE LA GUERRA CIVIL

Los otros desaparecidos

Es una palabra asociada a los crímenes en la Argentina, que ahora se está usando en España para las fosas comunes, los secuestros y los fusilamientos cometidos por el régimen franquista en las zonas ocupadas durante la Guerra Civil y en todo el país a partir de 1939. La cifra de desaparecidos se calcula, irónicamente, en 30.000. Y hay miles de chicos que fueron apropiados, entregados a internados de curas y provistos de otra identidad.

› Por Victoria Ginzberg

Los restos de Emilio Silva Faba esperan en un laboratorio de la Universidad de Granada, donde serán identificados. Fueron rescatados después de 64 años de descansar junto a otros doce fusilados en una fosa común en Priaranza del Bierzo, en León. Esa excavación fue la primera de diecinueve que se hicieron en los últimos dos años en España, y un símbolo del movimiento de recuperación de la memoria sobre la Guerra Civil y la dictadura franquista que se está gestando en el país. Los españoles están revisando su pasado y hasta descubriéndolo. La vida en las cárceles, la explotación de los presos para la construcción de obras públicas por empresas privadas e, incluso, la apropiación de niños, son temas sobre los que se puede encontrar obras de reciente edición en todas las librerías. Por primera vez, el año pasado, un grupo de españoles hizo un planteo por los desaparecidos de su país ante Naciones Unidas. El Parlamento, por unanimidad, aprobó un reconocimiento moral a todas las personas que fueron “víctimas de la guerra” y “que padecieron la represión de la dictadura franquista”, e instó al gobierno “a que desarrolle, de manera urgente, una política integral de reconocimiento y de acción protectora económica y social” de los damnificados.
En España se está confirmando la sentencia que establece que los hechos –sobre todo si se trata de crímenes y más si son de Estado– que se intenta encubrir y condenar al olvido, vuelven, más tarde o más temprano. Los casi cuarenta años de dictadura y la transición democrática –que transcurrió acompañada por un consenso sobre que era mejor no revolver en los acontecimientos que habían dividido el país– demoraron el proceso, pero no lo paralizaron. “Así como en la Argentina hay un movimiento de hijos, aquí hay uno de nietos. Somos en ese sentido una especie de accidente sociológico. Casi que no teníamos que estar aquí, porque la transición fue un pacto por el consumo y el desarrollo económico y se suponía que nosotros teníamos que estar contentos. La transición consiguió la estabilidad, el desarrollo, pero la cultura política española se vio muy dañada”, dice Emilio Silva, fundador de la Asociación para la Reconstrucción de la Memoria Histórica (ARMH).
“Mi abuelo también fue un desaparecido”
Silva fundó la Asociación casi por casualidad. Periodista, de 37 años y habitante de Madrid, dejó hace dos años su empleo en una revista del corazón para escribir un libro que incluía la historia de su abuelo, por quien lleva su nombre. Hasta ese momento, la vida y muerte de ese otro Emilio había sido una crónica apenas hilvanada por retazos de pequeñas menciones en la mesa familiar. Silva abuelo había vivido en Ezpeleta, Argentina, y luego en Nueva York. Volvió a España para hacer un negocio y conoció a quien se convirtió en su mujer. Se quedó en Villafranca del Bierzo, puso una tienda y tuvo seis hijos. Al llegar la Segunda República, se afilió a Izquierda Republicana. “Era un hombre muy moderado, el partido era moderado, pero en la España de entonces cualquier reivindicación social sonaba extrema. El objetivo político de mi abuelo era que en su pueblo hubiera una escuela pública”, relata Silva.
Cuando empezó la Guerra Civil, en 1936, cada semana la falange pasaba por el negocio de los Silva para cobrar un impuesto para ayudar en la lucha contra el marxismo y, de vez en cuando, Silva era llamado al Ayuntamiento. El 16 de octubre de 1936 lo citaron a lo que parecía otra visita para hacer un donativo. Pero quedó detenido. Esa misma noche salió del Ayuntamiento un camión con doce o trece presos. Después de una parada en un pueblo cercano, catorce personas –entre ellas Silva– fueron fusiladas y enterradas en una fosa en Priaranza. Hubo un sobreviviente que, antes de morir un año después, fue dejando algunas pistas con las que Silva nieto pudo reconstruir parte de la historia. Hace dos años, cuando empezó a buscar el lugar donde había sido enterrado su abuelo, Silva publicó un artículo que tituló “Mi abuelo también fue un desaparecido”. La palabra, hasta ese momento, era sólo un eco de Latinoamérica que se había hecho familiar debido a los juicios que lleva adelante el juez Baltasar Garzón, pero la ARMH calcula que en España hay al menos 30 mil desaparecidos (entre ellos el poeta Federico García Lorca), en fosas comunes esparcidas por todo el país.
El año pasado, la ARMH –que se formó debido a la cantidad de gente que se acercó a Silva pidiendo ayuda para recuperar los restos de sus familiares– presentó su reclamo ante el grupo de Trabajo sobre Desapariciones Forzadas o Involuntarias de Naciones Unidas. El organismo tomó dos casos, los que habían ocurrido después del 24 de octubre de 1945, fecha del establecimiento de la ONU. A fines de noviembre pasado el Congreso de los Diputados de España aprobó por unanimidad una proposición de condena a la represión de la dictadura franquista y de reconocimiento moral a las víctimas de la represión. Fue la primera vez que el Partido Popular que lidera el jefe de gobierno, José María Aznar, hizo una declaración de ese estilo. Es que 28 años después de su muerte, Francisco Franco, que tiene su gran mausoleo en el Valle de los Caídos, cerca de Madrid, sigue de alguna manera vivo en España. Según se supo hace unos meses, al menos durante los últimos cuatro años el gobierno hizo aportes a su fundación. En muchos pueblos todavía existe miedo a hablar sobre lo ocurrido durante la Guerra Civil y la posterior represión de la dictadura y en numerosos sitios resisten y son bien cuidadas, estatuas y construcciones que conmemoran al fascismo y sus héroes. “Lo de los monumentos es muy sangrante. Por ejemplo en el pueblo de mi abuelo, el comandante que inició las ejecuciones de civiles todavía tiene un monumento que lo califica de libertador de la villa. Yo he pedido al Ayuntamiento que, como respeto a la familia, lo retiren”, cuenta Silva. El periodista espera ahora el resultado de una prueba de ADN que confirme cuál de los cuerpos encontrados en la fosa es el de su abuelo. En estos dos años ayudó a recuperar 34 cadáveres.
“La diferencia con el caso de la Argentina es que en España la dictadura fue muy larga y eso te da pie para pasar por varios estadios diferentes. Cuarenta años te da tiempo para desistir. Pero esto debería haber ocurrido en España hace muchísimo tiempo. Aquí dicen que ha llegado el tiempo del riesgo cero que implica que se pueden hacer estas cosas sin problemas, pero habría que plantear un debate acerca de cuándo empezó el riesgo cero”, dice Silva.
Los niños perdidos
Para el historiador catalán Ricard Vinyes, lo que sucedió en los últimos años en España es que hubo una mayor difusión de trabajos académicos que se estaban realizando desde tiempo atrás. “Ha habido un interés por parte de los medios de comunicación e incluso en las instituciones públicas por estos temas y por divulgarlos.” También acepta que hay nuevos “descubrimientos”: “Lo que se está confirmando es lo terrorífica que fue la dictadura y que lo fue no sólo en el plano material y físico, sino también en el territorio moral y espiritual, en la medida en que la dictadura implicó la liquidación de todo tipo de valores. Una de las novedades más importantes fue la descripción de lo que era el mundo de las prisiones. Eso ha ayudado a destruir una idea que el centroderecha había ido fomentando y es que el antifranquismo eran cuatro que cabían todos en un coche”, dice Vinyes. El relato en profundidad del ámbito carcelario durante la dictadura se pudo apreciar en un Congreso (el primero) sobre “Los campos de concentración y el mundo penitenciario durante la Guerra Civil y el franquismo” que se hizo en el museo de Historia de Cataluña, en Barcelona, a fines de octubre pasado. Algunos estudios presentados allícuantificaron en 104 el número de campos de concentración en España entre 1936 y 1939, por los que pasaron alrededor de 400 mil personas. 150 mil se convirtieron en víctimas fatales.
Una verdadera revelación sobre los crímenes de la era de Franco la aportó Vinyes. Mientras investigaba la vida en las cárceles de mujeres, se topó con expedientes en los que figuraba una anotación a mano y en lápiz que consignaba: “Destacamento hospicio”. Esa fue la primera pieza de un rompecabezas que le permitió reconstruir cómo la dictadura había borrado la identidad de miles de “hijos de rojos”. Con su asesoría, los periodistas de la televisión catalana Montse Armengou y Ricard Belis describieron en el documental Los niños perdidos del franquismo que así como los desaparecidos no eran patrimonio de Latinoamérica, las apropiaciones de niños, tampoco. Pero la metodología fue diferente. En su libro Irredentas, Vinyes afirma que “la `clandestinidad’ de las actuaciones argentinas no existió en España. Muy al contrario, fue el nuevo Estado el que constituyó la institucionalización del proceso legal, administrativo y burocrático, que facilitó las desapariciones, especialmente desde las cárceles de mujeres”.
Los niños perdidos del franquismo narró cómo miles de niños nacieron en prisión o ingresaron a ellas con sus madres (ver aparte). Al cumplir los tres años, los que habían sobrevivido debían abandonar la cárcel pero muchos, en vez de recuperar la libertad, iban a parar a un hospicio o a un colegio religioso. Allí eran educados para odiar las ideas de sus progenitores. Pero además, en 1940, se aprobó una ley que permitió cambiar los nombres y apellidos de estos niños, y así se facilitaron las adopciones ilegales y la pérdida del rastro para los padres o madres que lograban salir de la cárcel. Esta investigación demostró que hubo una sistematización de este proceso, que incluyó incluso la repatriación forzosa de chicos que estaban al cuidado de familias hostiles al franquismo en el exterior. Según recogió Vinyes, “para 1942 hay más de nueve mil y al año siguiente más de 12 mil hijos de presos y presas cuyos padres por orden del Estado pierden la tutela sobre ellos, que han sido puestos bajo la tutela del Estado con el fin de que sean ‘reeducados’”. Los relatos de esos niños, hoy abuelos, conmocionó a la sociedad catalana.
Ya sea porque llegó el tiempo del “riesgo cero”, porque la difusión de los crímenes de Pinochet, Videla y compañía les devolvió la imagen como en un espejo deformado o porque el pasado siempre vuelve para interpelar al presente, España está –a 67 años de la Guerra Civil y 28 de la muerte de Franco– escuchando voces que permanecieron calladas y recuperando sus muertos, y con ellos, su historia.

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