EL MUNDO › EL NUEVO GOBIERNO DE SARKOZY SE LIMITó A UNOS RETOQUES BáSICOS Y A UN RECICLAJE DE MINISTROS
La principal novedad reside en la desaparición de ministros, socialistas o centristas, el cierre del repudiado Ministerio de Inmigración e Identidad Nacional, y el alejamiento del polémico ministro de Trabajo.
› Por Eduardo Febbro
Desde París
Muchas luces en el escenario, mucho tiempo de preparación y, al final, un maquillaje discreto. El nuevo gobierno de Nicolas Sarkozy, anunciado con bombos y platillos desde hace seis meses, se limitó a unos retoques básicos y a un recentraje de ministros en torno del presidente.
La principal novedad del Ejecutivo reside en la desaparición de los llamados ministros de “apertura”, socialistas o centristas; de algunas figuras oriundas de lo que en Francia se denomina “la diversidad”, es decir, franceses de padres extranjeros; el cierre de uno de los ministerios más repudiados y polémicos, el de Inmigración e Identidad Nacional; y el alejamiento del ministro de Trabajo, Eric Woerth, cabeza política visible del escándalo L’Oréal.
Por lo demás, el gobierno de François Fillon lleva una marca más conservadora que antes, pero está lejos de representar la magnitud del cambio anunciado. El jefe de gobierno presentó la renuncia completa del gabinete el sábado y el domingo por la mañana fue reinstalado en el puesto. La pareja entre el ágil presidente y el pausado jefe de gobierno será el equipo que piloteará la estrategia reeleccionista de Nicolas Sarkozy cara a las elecciones de 2012.
La tan anunciada reorientación hacia el centro quedó en la nada. El ministro de Ecología, el centrista Jean-Louis Borloo, no sólo no fue designado primer ministro sino que, además, tampoco forma parte del Ejecutivo presentado el domingo. Según explicó, se aleja para “recuperar la libertad de propuestas y de palabra”. En suma, Sarkozy se orientó hacia su base electoral de derecha en un momento delicado: la quedan 18 meses para salir del pozo de los sondeos y reconquistar no sólo a su electorado decepcionado sino a los sectores populares, muy golpeados por la crisis.
Los ministerios clave –Economía, Interior, Relaciones Exteriores, Defensa o Educación– quedan en manos de la guardia más cercana a Sarkozy. Christine Lagarde conserva la cartera de Economía; Relaciones Exteriores pasa a manos de quien era hasta ahora ministra de Justicia, Michelle–Alliot Marie; la Justicia recae en el centrista Michel Mercier; y el Ministerio de Defensa será conducido por Alain Juppé, un gaullista reformista, ex primer ministro de Jacques Chirac. Brice Hortefeux conserva su Ministerio de Interior, un poco agrandado porque heredará la gestión de la inmigración, mientras que el puesto del expuesto Eric Woerth recae en Xavier Bertrand.
Más apasionante que la configuración del gobierno es la historia del primer ministro. François Fillon es un hombre delicadamente particular, un conservador riguroso en la gestión cuya pasión parecer ser la mesura y la sobriedad. El contraste con Nicolas Sarkozy es alucinante. Allí donde uno habla, el otro se calla; donde el presidente se exhibe, su premier se esfuma. Fillon se define como un representante del “gaullismo social”. Cuando Sarkozy lo nombró, una de las primeras cosas que hizo el presidente fue definir a su primer ministro como “un colaborador”. Pero Fillon se le impuso por necesidad. Tres años después de su nombramiento, François Fillon tiene más popularidad que el mismo Nicolas Sarkozy, y los sondeos lo ponen incluso en mejor posición para ganar las presidenciales de 2012.
Fillon y su aire apagado encendieron la confianza de esa Francia profunda que observa con recelo y hasta con hartazgo las andanzas catódicas de Nicolas Sarkozy. La sobriedad sin brillo de Fillon vino a echar por tierra muchas teorías sobre la ocupación del espacio de los medios, la irradiación de la imagen y la penetración de las conciencias con propuestas permanentes. Fillon convirtió el silencio en mayoría. Mientras Sarkozy se exhibía, Fillon llamaba a la mesura, al control del gasto, a evitar el derroche y los excesos.
La oposición socialista criticó ayer la nueva composición del gobierno. Jean-Marc Ayrault, presidente del grupo socialista en la Asamblea, se burló preguntando: “¿Tanta historia para esto?”. La primera secretaria del PS, Martine Aubry, fustigó el retorno “de la derecha dura” e invitó a los franceses a elegir por el cambio en 2012. Es previsible que el rumbo no cambie de aquí a entonces. Hace poco más de una semana, Fillon dijo en un discurso que creía en “la continuidad de nuestra política reformista. Nada ganaremos cambiando de táctica”.
Tal vez nada cambie. Con un aplomo venerable, el jefe de gobierno se encargó siempre de anunciarle las peores noticias al país –recortes, rigor–, pero supo apartarse de los debates tóxicos como el que se produjo luego de la expulsión de los gitanos, decidida en el verano por Sarkozy. Ayer ratificó su línea. La pareja Sarkozy-Fillon es paradójica, sólo que ahora las leyes del juego parecen haber cambiado. A Sarkozy ya no le hacía falta un mero colaborador sino un pilar sólido. Fillon también se juega en la aventura un destino presidencial.
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