Dom 02.01.2011

EL MUNDO  › OPINION

Romper el límite de lo posible

› Por Martín Granovsky

Por favor, pongan play que aquí viene la imagen del noticiero. Dice el locutor: “José Serra acaba de asumir la presidencia de la octava economía del mundo. En un discurso moderado prometió continuar la política de los presidentes Fernando Henrique Cardoso y Luiz Inácio Lula da Silva. Ni Serra ni Cardoso criticaron a Lula, para no chocar con el 83 por ciento de apoyo popular del tornero mecánico, pero sus asesores deslizaron con discreción que daban por terminado lo que definieron como un ciclo populista y autoritario y que sin duda la región tomaría nota del nuevo cambio de época”.

Stop, por favor. Cambien de canal. Hay otras imágenes. Un cartel dice, como en esa película de Sonia Braga de hace 30 años, Eu te amo. Una morocha grandota llora. Tiene puesta la misma boina roja que la amiga de rasgos guaraníes parada a su lado. En medio de la lluvia avanza un Rolls Royce con la capota puesta. Tres garotas de traje negro y pantalones corren a cada lado del auto. La cola del pelo atado se les bambolea con el trote. Gajes del servicio secreto, sin duda. La mujer por la que todos cantan transita varios escenarios en sólo cinco horas del sábado 10 de enero, pero hay dos imágenes que se destacan. En una imagen la comitiva se detiene justo donde comienza un camino alfombrado de rojo. Entonces ella, que es separada, avanza sola. La escolta solamente un oficial con traje del siglo XIX. Camina hasta donde la espera un tipo retacón, de traje negro y corbata bordó a rayas, que aún viste la banda verde y amarilla. Llora como lo viene haciendo desde hace un mes, en cada acto. Pero Lula irradia felicidad. En la segunda imagen, él se quita la banda que fue suya durante los últimos ocho años y la cruza sobre el pecho de Dilma Rousseff. El fotógrafo oficial los toma de atrás. Queda estampada la escena del presidente que sobrevivió al hambre entregando la banda a la presidenta que sobrevivió a la tortura, el que fue líder metalúrgico transfiriendo el símbolo de la legitimidad popular a la economista y, al fondo, el pueblo brasileño.

El 31 de octubre último, cuando consagraron a Dilma sobre Serra en el ballottage, los brasileños decidieron que la narración de ayer fuera esta última y no la imaginaria que encabeza esta nota. La de “Olé, olé, olé, olá, Dilma, Dilma” y no la de Serra ejerciendo la vendetta de Cardoso.

Aquella decisión popular fue clave para el mundo. No es indiferente que la quinta potencia económica en 2030, según el pronóstico del semanario The Economist, siga buscando la acumulación de poder para ensanchar los márgenes del multilateralismo de un Brasil subsidiario de Washington. Con Dilma los Bric, el grupo que conforman Brasil, Rusia, India y China y al que pronto se sumará Sudáfrica, siguen enrolando al gigante americano de 200 millones de habitantes y 185 mil millones de dólares de reservas que rompió con el maleficio que lo condenaba a estancarse o a crecer dejando fuera a decenas de millones de pobres.

En ocho años de Lula Brasil creó 15 millones de empleos nuevos y convirtió en clase media baja a 30 millones de brasileños que estaban a la intemperie social. Dilma prometió ayer continuar edificando una nación desarrollada con el “estilo brasileño”, que definió con cuatro elementos: “amor, generosidad, creatividad y tolerancia”.

La verdad es que hasta Lula, y con algunas excepciones como el presidente Getúlio Vargas, el estilo brasileño fue otro. Elitista. Socialmente impiadoso. Y esclavócrata. Alberto Ferrari Etcheberry, el primer argentino que descubrió las raíces del Brasil nuevo, escribió documentadas reflexiones en un trabajo incluido en el libro Brasil, entre el pasado y el futuro. Sostiene que el triunfo de Lula en 2002 encarnó una revolución política en la democracia de masas constituida cuando comenzaron a votar los analfabetos, recién gracias a la Constitución de 1988. Recuerda también Ferrari una convicción de Lula expresada en su visita a la Argentina de 1999, que el mismo Ferrari organizó: “Es preciso comenzar a discutir no los costos de hacer ciertas cosas, sino los costos de no hacerlas”. Se refería, entre otras cosas, a “un mercado financiero sin control”.

Ocho años de Lula Presidente sirvieron para que la bomba de la deuda interna y externa fuera desactivada. La práctica cotidiana y la pasión didáctica del pernambucano que se emociona y emociona demostró que la distribución de ingresos (graficada en un índice de desempleo del 5,7 por ciento) genera crecimiento.

Después de ocho años la novedad es que la referencia histórica ya no es la etapa de Cardoso sino la de Lula. Por eso el ex presidente 1985 José Sarney, actual presidente del Senado, dijo que la asunción de Dilma completa el ciclo republicano que llevó a la presidencia a un trabajador. Por eso, también, Dilma puede advertir que combatirá el proteccionismo de los países ricos y repelerá la llegada en masa de capitales especulativos. Por eso la sucesora de Lula puede decir que quiere erradicar la miseria, seguir conteniendo la inflación porque “desorganiza la economía”, terminar con los analfabetos, liquidar el hambre y, a la vez, elevar la calidad educativa, consolidar el plan de vivienda Mi casa, mi vida o fortalecer el modelo de pelea al crimen organizado pacificando las favelas mediante la ocupación del territorio por parte del Estado y desplegando no sólo policía sino, sobre todo, políticas sociales.

“Lula invirtió en el pueblo”, sintetizó Dilma en uno de los dos discursos de ayer. La expresión está en línea real con la fórmula de asunción de la presidencia, en la que la nueva mandataria prometió trabajar por “el bien general del pueblo brasileño” y los objetivos de “unión, integridad e independencia”.

En Brasilia le prestó atención a cada signo el canciller Héctor Timerman como enviado oficial de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Otro de los argentinos presentes fue el secretario de Estado Rafael Follonier, que llegó a Brasilia tras visitar el 31 de diciembre al presidente uruguayo Pepe Mujica. Follonier tiene viejos amigos en el gobierno brasileño. Timerman, que pudo tomar confianza con Lula en sus seis meses de canciller, está contento porque sigue en su puesto de asesor internacional Marco Aurelio García y porque también construyó lazos propios con el nuevo canciller: Antonio Patriota fue embajador brasileño en Washington en paralelo con Timerman.

La nueva presidenta utilizó también los mensajes en el Congreso y en el palacio de gobierno para rendir homenaje a José de Alencar, el empresario que fue vice de Lula, y mencionar varias veces a su vice Michel Temer, del Partido del Movimiento Democrático Brasileño. Alencar y Temer son símbolos de la política de alianzas del Partido de los Trabajadores, que ahora formará una base institucional de mayorías en el Congreso y en los estados para que Dilma pueda cumplir con el principio que enunció ayer: “Soñar es avanzar para romper el límite de lo posible”. Y con este otro: “Mi gobierno será de cambio y continuidad porque un gobierno se basa en la acumulación de conquistas a lo largo de la historia”.

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