EL MUNDO › OPINIóN
› Por Oscar Guisoni
Son tres palabras mágicas: permanente, general y verificable. Y aparecen, luego de una larga espera, en el comunicado hecho público ayer por la organización separatista vasca, para definir un alto el fuego que hasta ahora era percibido como apenas una tregua más. Las tres palabras forman parte de las condiciones exigidas en un documento que se conoció el 29 de marzo pasado y que firmaban personalidades de la talla del arzobispo sudafricano y Premio Nobel de la Paz, Desmond Tutu, el ex primer ministro irlandés John Hume y la ex premier irlandesa Mary Robinson, con el apoyo de la fundación Nelson Mandela. Detrás de la historia de este documento se encuentran las claves del anuncio de ayer.
El texto, que se presentó en Bruselas en una insólita conferencia de prensa, había sido redactado gracias al impulso de algunas personalidades del Sinn Feinn, la organización independentista irlandesa a la que recurrieron los dirigentes de Herri Batasuna, el brazo político de ETA, a finales de 2009 para solicitarles ayuda con el fin de llegar a un final digno del enfrentamiento armado. El ideólogo de esta movida fue el líder de Batasuna, Arnaldo Otegui, harto de que la banda tirara por tierra sus estrategias políticas con acciones cada vez más descabelladas y con escaso apoyo de gran parte de la ciudadanía.
Otegui percibió como un desastre, aunque se cuidó mucho de hacerlo demasiado explícito, el fracaso del proceso de paz abierto en 2006 entre ETA y el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Para el brazo político de los independentistas estaba claro que el gobierno socialista había asumido grandes riesgos y pagado elevados precios políticos al aceptar la propuesta de negociar la paz, y tirar todo por la borda del modo en que ETA lo hizo, haciendo volar uno de los estacionamientos del aeropuerto de Barajas y matando “por error” a dos inmigrantes latinoamericanos, no conduciría a nada.
Por su parte, la clase política española tomó nota del episodio y terminó por categorizar a ETA como una banda dirigida por adolescentes políticos sin escrúpulos ni brújula con los que era imposible llegar a ningún tipo de acuerdo. Así las cosas, Madrid dejó en claro que ratificaba su política de aislar electoralmente a Herri Batasuna impidiéndole participar en los comicios regionales y aumentó la persecución a los escasos cuadros activos de la banda, cerrando también todas sus vías de financiación y estrangulando sus cada día más escasos apoyos internacionales.
El Sinn Feinn puso a Otegui en contacto con el abogado sudafricano Brian Currin, que fue mediador en los procesos de paz irlandés y surafricano, y que había asesorado a la banda en el proceso de paz de 2006 y Currin se movió para conseguir que personalidades de talla se encolumnaran detrás de un documento que le exigía a ETA el cese del fuego “permanente y verificable” internacionalmente, en condiciones similares a las que se pactó el final del IRA irlandés. La organización separatista vasca no se dio por enterada y cuando anunció su última tregua el pasado año no hizo mención alguna a estas exigencias.
Pero Arnaldo Otegui estaba dispuesto a mucho más. Y con el apoyo de algunos dirigentes de peso de Batasuna emprendió una batalla que hasta ahora, en medio siglo de historia, el brazo político jamás había ganado: tratar de imponerle a ETA una decisión política con amplio consenso entre sus propias bases. Fue así como entre noviembre de 2009 y febrero de 2010 Otegui motorizó desde la cárcel una serie de asambleas con amplia participación de la militancia en la que triunfó, con más del 80 por ciento de apoyo, su propuesta de apoyo a un proceso negociador que se desarrolle “en ausencia total de la violencia”. Los medios de comunicación cercanos al independentismo comenzaron a dar claras señales de apoyo a esta línea de acción y la banda se encontró cada día más cercada. Pero Otegui no quería romper con ETA de manera traumática porque percibía que si lo hacía iba a producir una escisión de Batasuna, provocando deserciones y sólo logrando que la agonía de la banda armada se prolongara un puñado de años más sumida en la terquedad y en el menosprecio de las opciones políticas. Mientras tanto, la procesión iba por dentro y los mensajes no dejaban de llegarle a ETA cada día más fuertes y más claros. Ayer, al parecer, se decidió por fin a demostrar que los había escuchado.
Ahora el independentismo vasco deberá afrontar el mayor de sus desafíos: desenredar el entuerto de una negociación que se anticipa larga y difícil. La derecha española le exige, como dejó en claro ayer el PP, que pida perdón por los muertos, algo que suena a humillación y que no será aceptado fácilmente, y las bases le piden a Otegui que logre la liberación de los presos, movimiento que ningún político madrileño está dispuesto a hacer hasta el momento. Si la madeja se desenreda, Batasuna podrá volver a las urnas y tratar de resolver por la vía democrática un diferendo que lleva demasiados siglos a sus espaldas como para que resulte sencillo de llevar a buen puerto.
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