EL MUNDO › UN MINUTO DE SILENCIO TRAS EL TIROTEO QUE DEJó SEIS MUERTOS
El presidente Obama dijo que es el momento de “asegurarse de estar unidos, empujando juntos como un país”. Mientras, los investigadores dijeron que el joven Loughner atacó de forma premeditada. Ayer le informaron los cargos en su contra.
› Por David Usborne *
De los escalones del Capitolio a una esquina en Tucson, y aun a bordo del Space Station, los estadounidenses en todos lados se detuvieron para cumplir ayer un minuto de silencio para honrar a los muertos y heridos por los disparos del sábado en Arizona. Se necesitó terapia calmante, compartida, pero su efecto pasó demasiado rápido. Cientos de empleados se unieron al presidente afuera de la Casa Blanca para marcar el momento, mientras un marine de la guardia de honor hacía sonar la campana tres veces.
El presidente Obama dijo que la nación estaba “llorando y horrorizada”. Ahora es el momento, añadió, de “asegurarse de estar unidos, empujando juntos como un país”. En Tucson, pequeños grupos se reunieron en espacios públicos en la ciudad para marcar el momento.
Y luego, en Washington y en Tucson, surgió la pregunta. ¿Por qué? ¿Con qué fin este trastornado mató a seis e hirió a otros 16, incluyendo a una congresista que todavía lucha por su vida? Estados Unidos quiere explicaciones. Pero en casos como éste, no son fácilmente encontrables. Como en las bombas de Oklahoma City en 1995, la masacre de la escuela secundaria Columbine en 1999, los motivos que tiene el hombre responsable de la matanza quedan en el misterio.
El sospechoso de los disparos, Jared Lee Loughner, fue llevado ante el magistrado Lawrence Anderson, en Phoenix, para que enfrente los cargos federales de intento de asesinato a un miembro del Congreso, dos cargos por matar a un empleado del gobierno federal y dos cargos por intentar matar a un empleado federal.
Ayer surgieron los primeros relatos del momento en que supuestamente abrió fuego. Al principio, según Alex Villec, un asesor de Gabrielle Giffords, Loughner obedientemente siguió las instrucciones de pararse en fila para conocer a la congresista Giffords. Pero un momento más tarde, Loughner dejó la cola y marchó rápidamente con “ojos de acero” hacia la mesa donde Giffords estaba hablando. Abrió fuego, bailando a los saltos, excitadamente, mientras lo hacía. Para cuando terminó, seis personas habían recibido heridas por las que luego murieron.
Mientras tanto, surge un retrato de Loughner: un solitario alejado de sus pares con obsesiones nihilistas y un desprecio incoherente por el gobierno. “No confío en el gobierno”, publicó en Internet. A sus vecinos les parecía escalofriante y no socializaba. Parece que algo no funcionó dentro de Loughner el sábado. Después de que la policía allanó la casa donde vivía con sus padres, en un acomodado barrio de Tucson, los investigadores llegaron a la conclusión de que su ataque a Giffords había sido premeditado y quizá meticulosamente planeado.
Su separación de la sociedad no es repentina tampoco. Fuentes militares dijeron ayer que fue rechazado cuando quiso enrolarse en 2008 al fracasar una prueba de drogas. Una facultad local comunitaria donde estaba enrolado lo suspendió en octubre pasado por conducta insociable y exigió que se sometiera a una evaluación psicológica antes de dejarlo entrar nuevamente. Nunca volvió a las clases.
Surgió que su interés o desprecio por Giffords data de una reunión del distrito electoral que ella tuvo en 2007, cuando él se presentó y le preguntó: “¿Qué es un gobierno si las palabras no tienen significado?”. Cuando la congresista eligió no responder, se puso furioso, según le contaron ex amigos del colegio a Associated Press.
Como consuelo, Tucson encontró a sus héroes. Incluyen a dos hombres que taclearon a Loughner cuando vaciaba su arma y se tiraron sobre él. También fue honrada ayer Patricia Maish, una jubilada de cabello blanco que le arrebató un cargador de balas a Loughner antes de que pudiera recargar. No resultó herida.
En Washington, donde Obama condujo un minuto de silencio desde el parque de la Casa Blanca, el foco se volvió a las medidas de seguridad para los miembros del Congreso, que son casi inexistentes excepto cuando están en el Capitolio. Obama agachó la cabeza ayer pero no dijo nada. La tragedia requerirá de sus palabras pronto, pero los riesgos políticos están llenos de peligros. Mientras algunos de la izquierda corrieron a culpar a la derecha conservadora –desde Sarah Palin al movimiento del Tea Party hasta los comentaristas de Fox News de Rupert Murdoch–, Obama debe navegar un sendero menos partidario o enfrentar cargos de que él mismo está alimentando la intolerancia.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Páginal12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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