Mié 12.01.2011

EL MUNDO  › OPINIóN

Sobre Cesare Battisti

› Por Rocco Carbone *

Cesare Battisti: Italia merece recordar por lo menos dos. Un intelectual y héroe nacional (Trento, 1875) que integró en Graz un grupo de marxistas alemanes sobre el filo del XIX. El XX lo vio militar en las filas del movimiento socialista trentino. Una de las figuras eminentes del irredentismo italiano –junto con Nazario Sauro y Giglielmo Oberdan–, combatió en la Primera Guerra Mundial en el Battaglione Alpini “Edolo”, 50ª Compagnia. Allí mismo revistaba Stanislao Carbone, bisabuelo. Historia con un tinte familiar, la relataba mi abuela, campesina y comunista: Rita. Stanislao cayó en la batalla de Caporetto –suerte de Ayacucho italiana– o duodécima batalla del Isonzo. Era octubre del ’17. Cesare Battisti cayó a manos de los austríacos. Sometido a un proceso ominoso, acusado de traición, fue ahorcado. Era julio del ’16. Sus últimas palabras se las escupió en la cara al verdugo: “Viva Trento italiana! Viva l’Italia!” A lo largo del mundo, a este Cesare le dedicaron unas cuantas logias masónicas. Como la de San Pablo, Brasil.

Si de Brasil se trata, vienen al caso unas notas apenas sobre otro, el segundo Cesare Battisti, menos nexado con la historia familiar propia que con la historia política de mi país. Con la historia política que va de un difuso setentismo hasta la actualidad. Difuso, porque Battisti no es ni fue Renato Curcio, Alberto Franceschini o Mario Moretti. Es decir, no fue un exponente excesivamente destacable de la lucha armada italiana. Pasó a la militancia luego de haber conocido la cárcel por delitos comunes y adhirió a un grupo descentrado dentro del universo de la lucha armada en los anni di piombo –Proletari Armati per il Comunismo (PAC)– sin nunca haber integrado los protonúcleos brigatistas dentro de las fábricas milanesas de Pirelli o Sit-Siemens.

Con motivo del categórico pedido de extradición que Italia le exige a Brasil, se presenta la posibilidad de razonar menos acerca de Battisti que de la reciente historia política italiana. Me refiero básicamente a tres o cuatro factores. Primero, la clase dirigente italiana es incapaz de considerar la hipótesis de la amnistía y sigue apoyándose –a distancia de más de tres décadas– sobre una aberración: las declaraciones de pentiti (arrepentidos) acerca de hechos presuntos, alrededor de los que el mismo Battisti manifestó su inocencia (cuatro homicidios).

Dos: la exigencia de extradición habla también de una clase política diletante que ha olvidado reglas elementales de la diplomacia. Que rodea a un ministro de Defensa, Ignazio La Russa, el de la fascista Alleanza Nazionale, también portavoz de la derecha acerca de temas tan edificantes como el de la inmigración, la defensa de una categoría tan trasnochada como la de “identidad nacional” y de una verdadera obsesión que en realidad es un arma de distracción de masa (y que ayuda al fortalecimiento de los dispositivos represivos del Estado), a la cual suele apelarse en momentos delicados de la vida italiana: la “seguridad” de los ciudadanos. La Russa ahora se ocupa también de cuestiones de extradición. ¿Cuándo se vio algo parecido? Clase que también apaña los agravios formulados por el jefe de la bancada de Il Popolo della Libertà en el Senado –Maurizio Gasparri– cuando sostiene que no podía esperarse otra cosa de un país que ha elegido como presidente a una ex guerrillera; y que insiste creando una falaz polarización sin matices ni sofisticaciones entre legalidad y razón vs. ilegalidad e irracionalidad: “La vergüenza cubre todo Brasil. Guerrilleros al poder quieren que los terroristas queden impunes. No nos quedaremos callados. Lula protege a un asesino. Comparte sus responsabilidades. Quien defiende la legalidad defiende la razón” (Roma, ASCA, 31/12).

Y tres: todo esto amplificado a manera de estridente megáfono por un sistema mediático (véase Videocracy, de Erik Gandini), alérgico a cualquier reflexión que se aleje de la sarta de lugares comunes articulados en ristra por los opinólogos que moldean con impunidad el mal llamado “sentido común”.

Ultimo. Pero la mayor agudeza se sitúa en una amenaza. La de discontinuar el Tratado de Asociación Estratégica que Berlusconi firmó en Washington con Lula meses ha y que prevé fortalecer las relaciones en temas de industria naval, aeronáutica, infraestructura energética, cooperación en sectores de ciencia y tecnología, y que interesa nada menos que a megaempresas como FIAT, Finmeccanica, Fincantieri. Fumando esperamos, para ver dónde se situarán cuestiones inherentes a la legalidad y la razón en función de la política económica.

* Director del Centro Cultural de la Universidad Nacional de General Sarmiento.

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