EL MUNDO › TRAS LA SALIDA DE HEZBOLA, SAAD HARIRI SIGUE COMO PREMIER PROVISORIO
Las consultas para designar al nuevo primer ministro comenzarán el lunes. La hipótesis que comenzó a sonar en el Parlamento sostiene que el presidente Suleiman propondrá a Hariri de forma permanente. Hezbolá se opone.
Las cenizas del nuevo estallido político entre las facciones sunnita y chiíta libanesas cubren el futuro inmediato de ese país, donde la conformación de un nuevo gobierno no será nada fácil. Tras la disolución que provocaron los once ministros que renunciaron a su cargo, Saad Hariri continuará siendo primer ministro de manera provisoria, cargo que hasta el miércoles ostentó por mandato. El presidente libanés, Michel Suleiman, se lo solicitó con el objetivo de ganar tiempo. Obligado por la Constitución, debe consultar la designación de un nuevo funcionario con los grupos parlamentarios, distantes entre sí en materia religiosa, política e ideológica. Lejos de cerrarse, la grieta que en 2005 abrió el atentado que mató al ex primer ministro Rafik Hariri entre unos y otros es cada vez más grande. Arabia Saudita y Siria, mediadores en el conflicto desde sus inicios, le pusieron fin a sus tareas. Diplomáticos de ambos países coincidieron en que no hay nada más por hacer.
Las consultas para designar al nuevo primer ministro comenzarán el lunes. Por tradición, ese cargo lo debe desempeñar un musulmán sunnita. Tras solicitarle a Hariri que continúe provisionalmente en el cargo, la hipótesis que comenzó a resonar más fuerte en el Parlamento sostiene que la intención de Suleiman será proponerlo de forma permanente. La respuesta negativa de Hezbolá no se hizo esperar. El jefe del grupo parlamentario ligado al partido chiíta dio a entender que no aceptará la postulación.
Los ex ministros que derrumbaron el gobierno responden al partido chiíta, ligado a Hezbolá, y a sectores aliados. Decidieron renunciar en protesta por la investigación internacional que un Tribunal Especial para el Líbano sigue sobre la muerte del padre de Saad Hariri, el actual dirigente sunnita más influyente del país. Sin éxito, los chiítas le habían exigido que desautorizara la investigación en nombre del gobierno libanés. Hezbolá teme que el tribunal culpe a algunos de sus partidarios por el atentado, y lo acusó de “estar a sueldo de Israel y Estados Unidos” y de basarse en “falsos testimonios”. Pero Hariri hijo defiende a esa Corte internacional, que cuenta con la venia de las Naciones Unidas.
El asesinato de Rafik Hariri, ocurrido en 2005, mantiene dividido al país. Entonces, Siria, en apoyo a Hezbolá, y Arabia Saudita, que respalda a Hariri, habían tomado la responsabilidad ante la comunidad internacional de intentar encauzar el conflicto en una solución pacífica. Nunca tuvieron éxito y, finalmente, desistieron.
Por su parte, la jefa de la diplomacia de la Unión Europea, Catherine Ashton, exhortó a los sectores políticos del Líbano a solucionar el conflicto. “Estoy preocupada por la situación. Quiero reiterar nuestro apoyo al gobierno de unidad nacional”, afirmó en un comunicado. Un mensaje más agrio provino desde Israel, a través de su ministro de Relaciones Exteriores, Avigdor Lieberman, que atribuyó la caída del gobierno al chantaje de Hezbolá. “Es una nueva versión del chantaje y las amenazas ejercidas sobre la comunidad internacional por el Hezbolá”, declaró en Atenas.
Mientras su gobierno se hacía polvo, Saad Hariri se encontraba en Estados Unidos, reunido con el presidente norteamericano, Barack Obama. Aunque su segura continuidad en el cargo se esfumó en pocas horas, Hariri mantiene su postura de jefe de gobierno. Ayer se entrevistó con el presidente francés, Nicolas Sarkozy, en París. Mañana hará lo mismo con su par turco, Recep Tayyip Erdogan.
La situación actual tiene puntos comunes con la crisis política de 2006. Entonces, seis ministros del Hezbolá dimitieron del gobierno de Fuad Siniora, allegado a Saad Hariri, en repudio a la intención de la administración libanesa de crear un tribunal internacional con el mismo objetivo del que ahora fue repudiado. Estas renuncias marcaron el inicio de una crisis de dos años, durante la cual el país estuvo al borde de una nueva guerra civil, en mayo de 2008, con enfrentamientos entre partidarios sunnitas y chiítas que dejaron unos cien muertos.
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