EL MUNDO › CRISTINA Y DILMA EN UN ENCUENTRO FECUNDO EN GESTOS SIMBOLICOS
› Por Darío Pignotti
Desde Brasilia
Diplomacia de tacos altos, tailleurs y boquitas pintadas. En 7 días la presidenta brasileña Dilma Rousseff desembarcará en Buenos Aires, donde protagonizará, junto a la anfitriona Cristina Fernández, una cumbre que, más allá de los anuncios específicos, será fecunda en gestos simbólicos capaces de insinuar lo que vendrá en este nuevo capítulo de la relación bilateral.
Dilma dio el primero de ellos cuando escogió estrenar en Argentina su agenda internacional un mes después de haber asumido como primera presidenta brasileña, confirmando la prioridad concedida por el Palacio del Planalto al vínculo con la Casa Rosada.
En ocho años de gobierno, el ex presidente Luiz Lula da Silva logró una proyección inédita de Brasil en la arena global, pero Dilma tiene conciencia de que es inviable aspirar a jugar en las grandes ligas de la política mundial, léase influir en las conversaciones de paz sobre Medio Oriente y en el Grupo de los 20, sin sólidos acuerdos con su principal socio.
Por más expansión de las exportaciones, crecimiento del Producto Bruto y ampliación del mercado interno conquistados en la era Lula, Brasil requiere de la sociedad con Argentina si pretende ejercer a carta cabal su liderazgo en el subcontinente. Fue vital la conjunción de esfuerzos de Brasil y Argentina, una suerte de Grupo de los Dos sudamericano, sin desestimar el de otros países regionales, para disuadir las asonadas golpistas contra los mandatarios Evo Morales y Rafael Correa, o atemperar las rispideces entre Hugo Chávez y Alvaro Uribe.
El mismo principio, acumular masa crítica de poder y articular voluntad política, se constató en la Cumbre de las Américas de 2005 en Mar del Plata, cuando los ex presidentes Néstor Kirchner y Lula da Silva fueron determinantes para dar por tierra con la (¿o anteúltima?) ofensiva de Estados Unidos a favor del Area de Libre Comercio de las Américas.
La ratificación de Marco Aurelio García como principal consejero internacional y la nominación del ex vicecanciller brasileño Samuel Pinheiro Guimaraes en el cargo de Alto Representante del Mercosur, llevan a pensar que más allá del rimel, la uñas pintadas y algunos ornamentos del ceremonial, la política externa de Dilma estará signada por la continuidad del legado de Lula.
Claro que Cristina encarna un estilo distinto al de su difunto marido y Dilma carece de la voz ronca, la paciencia empedernida y el prestigio internacional de Lula, pero ambas parecen suscribir redondamente con el “espíritu de Mar del Plata”, es decir la vocación política de acumular mayores grados de autonomía frente a Washington.
De todos modos “Dilma no es Lula con lápiz de labios, ella tiene criterio propio” sobre política externa, la definición pertenece a Marco Aurelio García, que conoce como pocos semejanzas y diferencias entre la actual y el ex mandatario.
Echando mano de una figura futbolera se puede decir que Lula fue algo así como un Garrincha (memorable atacante de la selección campeona del mundo en 1958) de la diplomacia presidencial, dueño de una gambeta desconcertante capaz de improvisar discursos y ser vivado por militantes en el Forum Social de Porto Alegre en enero de 2003 y una semana después recibir aplausos calurosos de los banqueros del Foro Económico de Davos.
Dilma imprimirá otro estilo, discreto y gerencial, llevará una agenda externa menos portentosa que su discípulo (este año no viajará a ninguno de los foros mundiales), sus discursos, generalmente leídos, encenderán pasiones, y tomará como banderas dos que Lula descuidó: la defensa de los derechos humanos y la igualdad de género.
Habrá que observar con atención si la presidenta brasileña, ex prisionera política durante la dictadura, refiere a los juicios y encarcelamientos de represores argentinos. Si lo hace, será un mensaje hacia sus fuerzas armadas, atrincheradas en una irreductible oposición a la creación de una Comisión de la Verdad.
En la única entrevista concedida a un medio extranjero desde su victoria en las elecciones del 30 de octubre, Rousseff marcó los límites de su cancha diplomática, permitiéndose diferir con Lula sobre las relaciones con Irán, al repudiar la condena a muerte por la lapidación de Sakineh Ashtiani. Las declaraciones, formuladas al diario Washington Post, sonaron a música para el embajador norteamericano en Brasilia, Thomas Shannon, que junto a la secretaria de Estado Hillary Clinton están confeccionando la agenda del encuentro, con sabor a deshielo, que en dos meses celebrarán Rousseff y Barack Obama, muy distanciado de Lula desde que éste visitó Teherán en mayo de 2010.
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