EL MUNDO › ESCENARIO
› Por Santiago O’Donnell
Entramos por la puerta de atrás, por la cocina, a la mansión donde hoy vive Julian Assange, una tarde de enero helada y gris, a eso de las cinco y media.
Ni sirvientas ni mayordomos en Ellingham Hall, la edificación georgiana construida en el siglo XVIII que sirve de guarida para el fundador de Wikileaks. Lo primero que se ve es a un par de empleadas de la organización, edad veintipico, preparando una tarta sobre una larga mesada frente a un ventanal, mientras dos chicos en uniforme escolar toman la leche con su niñera alrededor de una mesa redonda. Los chicos son los hijos de los dueños de casa, el adinerado periodista Vaughan Smith y su esposa Pranvera.
La cocina da paso a un salón amplio y despojado, con paredes altas de tonos oscuros, donde cuelgan grandes óleos con ilustres antepasados, como en las películas. De muebles poco y nada. Un par de sillones mullidos tapizados en tela negra, algunas sillas, una repisa de madera tallada que sostiene dos o tres candelabros rústicos, plateados y vacíos. Frente a una gran ventana que da al jardín, por donde se filtra un resto de luz, sobre una mesa de comedor como para unas quince personas, otras dos empleadas de Wikileaks trabajan en sus laptops.
Assange está en un salón contiguo al nuestro. Sabe de la visita pero no puede ser molestado. Se pasa las horas en ese cuarto, trabajando en su computadora y durmiendo en el sofá. Sólo sale de la mansión una vez por día, para presentarse en la comisaría local, cumpliendo con el acuerdo de libertad condicionada que firmó para salir de la cárcel bajo fianza tras ser detenido en Londres en diciembre pasado. Había sido arrestado a pedido de Suecia, por dos acusaciones de asalto sexual.
Según las denunciantes, los presuntos crímenes habrían ocurrido durante relaciones consensuadas, cuando Assange habría insistido en continuarlas sin protección profiláctica, lo cual en Suecia está penado por la ley. Las mujeres que lo acusaron dijeron que no se conocían entre sí, pero que a raíz de lo sucedido entraron en contacto y decidieron presentarse juntas ante la Justicia. Assange jura que es una maniobra de Estados Unidos para extraditarlo a ese país. El fiscal general de Estados Unidos confirmó que lo está investigando por presunto espionaje, pero no lo ha acusado. En los cinco años que lleva Wikileaks, el sitio difundió más de un cuarto de millón de documentos secretos, casi todos de Estados Unidos. El fiscal general lo quiere procesar pero no la tiene fácil: en Estados Unidos es un crimen robar documentos, pero no publicarlos.
De repente se abre la puerta y aparece. Tiene cara de sueño y el uniforme arrugado: traje azul, camisa celeste, zapatos negros. Es alto, flaco, bien rubio y parece más joven que sus 39 años. Sólo le falta la mochila con la laptop para completar el cliché del guerrillero cibernético del siglo XXI.
El viaje había sido largo. Me ofrece un café. Se va. Al rato reaparece con un plato de galletitas caseras de limón. Lo deja en la mesa y se desliza hacia su cuarto. Al rato vuelve a salir, pasa a la cocina y vuelve con dos tazas de café. Atiende su celular. Vuelve a irse al otro cuarto, vuelve a salir. Aparece y desaparece casi en silencio, inesperadamente, como un fantasma.
Está claro que desconfía de los periodistas, que guarda distancia. Sabe que los necesita, pero no le gusta que se acerquen. Acababa de romper relaciones con The New York Times y The Guardian, después de que ambos diarios publicaran sendos perfiles de Assange que lo dejan en ridículo. Lo describieron como un neurótico autoritario con delirios de persecución, un fugitivo con las horas contadas. Se trata de los mismos diarios que se cansaron de publicar tapas con las primicias de Wikileaks. Yo no lo veo tan terminado. Lo veo a full, yendo y viniendo.
Cuesta atraer su atención, pero se detiene un momento cuando le cuento que me llamó la atención la popularidad que había adquirido en Europa mientras en Estados Unidos era tan criticado y en América latina era prácticamente un desconocido. Le digo que me gustaría contar su historia. Menciono una columna de opinión de El País de España que había leído en el avión. Lo presenta como el nuevo icono revolucionario. Dice que miles de jóvenes ya se visten y se peinan como él y que Hollywood ha copiado su estética.
Assange no parece muy impresionado, pero al menos está escuchando. Entonces le digo: “El Che Guevara estaba en la selva y usaba el fusil, el Comandante Marcos estaba en la selva pero usaba la computadora, y ahora venís vos y usás la computadora pero ya no estás en la selva”.
Un poco lo hago sonrojar. “Soy consciente de ese lugar que ocupo”, contesta en voz baja, casi un susurro.
Comento que hay mucha gente esperando su próxima jugada y le pregunto si es verdad que va a publicar información sobre un banco estadounidense, como había adelantado al Times de Londres.
“Uy, para qué lo mencioné. Ahora todos me preguntan. Algo vamos a hacer, pero no quiero adelantar nuestras movidas”, dice.
“Tanto no te equivocaste, porque todo el mundo habla de eso”, contesto.
“Puede ser”, dice ensayando una media sonrisa, mientras emprende otra retirada a su habitación, donde se escuchan otras voces. Al rato pasa otra vez, camino a la cocina, cargando dos cartones de huevos. Lo miro y sonríe. Parece contento. Cuando vuelve a pasar lo intercepto con más preguntas.
“¿Estás convencido de que la causa en Suecia fue armada por Estados Unidos?”
“No tengas dudas. El Pentágono es capaz de cualquier cosa. Fijate los cables y te das cuenta. Si mandan a matar a un ministro en Zimbabwe, ¿cómo no van a tratar de hacer algo conmigo?”
Se refería al ministro de Comercio e Industria del “gobierno de unidad”, Welshman Ncube. Según un wikicable, el embajador estadounidense en Harare había escrito que era “una figura divisiva y destructiva dentro de la oposición” y había recomendado que “lo saquen del escenario”. A Ncube la revelación no le cayó bien. Dijo que podría ganar o perder elecciones pero que siempre seguiría en política, y que la única manera de “sacarlo” era matándolo, por lo que él interpretaba que el embajador había ordenado su asesinato. La pregunta sobre el caso judicial había incomodado a Assange. Enseguida aclara que no puede hablar más del tema por consejo de sus abogados y se retira a su cuarto.
Al rato salgo a fumar un cigarrillo y al volver lo encuentro cuchicheando y sonriendo con dos colaboradoras. Les pregunto de qué hablan. Me contesta él.
“¿Viste cuando salís con una chica y a los diez minutos te das cuenta de que la cosa no va pero ya te clavaste para toda la noche? Bueno, eso me pasa con una gente que está en el otro cuarto. A los cinco minutos de empezar a hablar me di cuenta de que la cosa no va, pero se vinieron desde muy lejos para verme, y no puedo no escucharlos.”
Se ve que le gusta jugar con fuego. Me comenta que está apurado porque tiene que presentarse en la comisaría y se le está haciendo tarde. Le pregunto si lo puedo acompañar y me contesta con un no rotundo.
“Quiero escribir sobre vos”, le repito. “Para explicar lo que estás haciendo tengo que hacerlo a través de tu personaje, así llego a más gente.”
Sonríe apenas mientras sacude su cabeza. “Mi vida no es importante, lo que importa es lo que hago y lo que digo”, contesta.
Lo que hace es difundir información secreta robada. Lo que dice en sus últimas entrevistas es que ha desarrollado la teoría de lo que él llama el “periodismo científico”, esto es, periodismo que va acompañado por la documentación correspondiente, para que los lectores puedan corroborar por sí mismos, objetivamente, si el periodista está diciendo la verdad. Sus críticos señalan que el periodismo siempre se valió de documentos, y mucho más desde que estalló Internet. Assange también viene hablando de la idea de “gobierno transparente”, un gobierno que pone todos sus actos en Internet y así evita filtraciones de hackers como Assange. El año pasado Canadá y Gran Bretaña presentaron distintas iniciativas de gobierno transparente, pero hasta ahora no han hecho mucho más que anunciarlas. Otro tema que interesa a Assange es la propagación de información. Habiendo estudiado física y matemática en la Universidad de Melbourne, Assange aplica principios de esas ciencias para estudiar el impacto multiplicador de los medios de comunicación. Pero todo eso ya salió en los diarios. Lo mismo que su intrincada arquitectura informática para evitar que el gobierno de Estados Unidos cierre sus operaciones. Y su contrato millonario para escribir un libro, con el cual les paga a sus abogados. Y su tormentosa relación con los principales diarios del mundo. Ni hablar de las historias que se escribieron a partir de los documentos filtrados.
Agarro una galletita de limón y se la muestro. “Quiero escribir de esto”, le digo.
No dice que no. Se queda pensando. “Podemos hacer una entrevista por teléfono”, finalmente contesta. “Podemos hablar de la misión de Wikileaks y de la importancia de Wikileaks para la Argentina.”
Salgo a fumar otro pucho, me pierdo y aparezco sin querer en el cuarto de Assange. Al igual que el otro, este también es oscuro y despojado, con ventanal mirando al jardín y laptop sobre la mesa. Recién me doy cuenta de que me equivoqué cuando veo la chimenea encendida. Justo cuando aparece una empleada de Wikileaks y me saca presurosa, mientras
Assange va entrando desde la otra puerta.
Llega la hora del tren de las ocho y me avisan que mi visita está terminada. Pregunto si me puedo despedir de Assange y al rato aparece. Me acompaña hasta la puerta de la cocina.
“Tené cuidado, este lugar está lleno de espías”, me advierte mientras me estrecha su mano suave y fría. Las mismas dos empleadas que me fueron a buscar me llevan de vuelta a la estación ferroviaria de Beccles, un pueblito distante a cinco minutos por auto de Ellington Hall. Faltan quince minutos para que llegue el tren, 190 kilómetros hasta llegar a Londres. La estación está cerrada, el andén está vacío. Hace mucho frío.
Medianoche en Londres, alquilo un cuarto en Paddington y prendo el televisor. Acaba de empezar la revolución egipcia. La BBC entrevista a Bill Keller, editor ejecutivo de The New York Times. “En tanto los documentos que publicamos sobre Túnez fueron decisivos en la caída de Ben Alí y los egipcios declararon que su inspiración fue la revuelta de Túnez, podría decirse que los Wikileaks han tenido una incidencia fundamental sobre lo que está pasando en el mundo árabe”, declara.
El miércoles pasado la Justicia británica aceptó el pedido de extradición de Suecia y ordenó que el traslado se haga el 10 de marzo. Los abogados de Assange apelaron la decisión. Assange ha proclamado muchas veces que su objetivo es usar la transparencia para corregir injusticias. Sus enemigos sueñan con que tenga las horas contadas pero, mientras tanto y visto de cerca, todo indica que no le va nada mal.
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