EL MUNDO › EL TITULAR DE DEFENSA DE ALEMANIA, KARL-THEODOR ZU GUTTENBERG, RENUNCIó EN MEDIO DEL ESCáNDALO
Zu Guttenberg, miembro de la poderosa CSU (Unión Social Cristiana de Baviera) y joven promesa del oficialismo, debió dimitir tras ser acusado de plagiar dos tercios de su tesis en la que las fuentes no estaban debidamente aclaradas.
› Por Cristián Elena
Desde Frankfurt
Ni las arriesgadas movidas en el tablero en medio de la crisis financiera desatada a fines de 2008, ni los sucesivos problemas dentro de las Fuerzas Armadas que llegaron a un punto máximo en diciembre pasado con el escándalo en el barco-escuela Gorch Fock en aguas del Atlántico Sur. Fue una perlita oculta de su pasado académico lo que terminó ayer con el meteórico ascenso y la carrera política –al menos por el momento– del ministro de Defensa alemán Karl-Theodor zu Guttenberg. Es también el fin de dos semanas de desmentidas categóricas y vergonzantes confesiones parciales, desde que el prestigioso Süddeutsche Zeitung revelara que un profesor de la Universidad de Bremen, revisando la tesis doctoral con la que Zu Guttenberg había promovido en 2007, había encontrado en ella numerosas citas textuales cuyas fuentes no estaban debidamente aclaradas, lo que habitualmente se conoce como plagio.
Zu Guttenberg, miembro de la poderosa CSU (Unión Social Cristiana de Baviera), pasó a la primera plana de la política alemana cuando, a principios de 2009 la canciller Angela Merkel lo convocó a formar parte de su gabinete como ministro de Economía. Con 37 años recién cumplidos, Zu Guttenberg comenzó a desfilar por los foros internacionales con su andar rozagante y su verba de liberal pragmático, predicando su convicción sobre la eficiencia del mercado y advirtiendo sobre los posibles riesgos de una ampliación del rol del Estado para hacer frente a la crisis.
Sin embargo, tras sólo ocho meses en ese cargo, KT (así se lo llama coloquialmente) fue destinado por Merkel a atender otros focos de incendio: esta vez los originados en el Ministerio de Defensa, después de un confuso y luctuoso ataque aéreo sobre un convoy en Afganistán, que involucraba a oficiales alemanes.
Hasta el 12 de febrero pasado Zu Guttenberg era un crisol de atributos que lo despegaban del perfil anodino de buena parte del espectro político germano: joven, brioso, sagaz en el ágora doméstica y radiante en el exterior, podía resistir embates de variado calibre, valiéndose de una retórica impecable y una particular habilidad para asumir en público responsabilidades que luego deslindaba despidiendo a sus subalternos.
Erigido en la esperanza blanca del conservadurismo, las encuestas lo mostraban como el político con mejor imagen en la opinión pública y sus condiciones para disputar una futura elección parlamentaria por el cargo de canciller estaban fuera de discusión.
De origen noble (a sus diez nombres de pila debe sumarse el título de “barón”), manejaba a la perfección el ABC de la puesta en escena mediática, algo que le valió un aluvión de críticas desde la oposición, que recientemente lo acusó de trivializar la situación en Afganistán, después de que un equipo de la televisión privada lo acompañara junto a su esposa para documentar su última visita en vísperas de Navidad.
Pero de un día para el otro, el “ministro de teflón” (The Economist), que sabía despegarse indemne de las acusaciones y los frentes de conflicto, traspasó un límite y se transformó en el “barón tramposo”. A las fundadas acusaciones de plagio intentó ningunearlas como “abstrusas”, humillando a los periodistas acreditados en la sede de gobierno y admitiendo sólo errores involuntarios, producto de su situación de joven-padre-de-familia-con-cargo-político-y-deseos-de-superación. Al día de ayer, los “errores involuntarios” contabilizados constituían dos tercios de su tesis, que –agotada en las librerías especializadas– se ha transformado en un morboso fenómeno editorial.
La comunidad científica, que durante los primeros días se había expresado con cautela, dio en el fin de semana rienda suelta a su indignación, enviándole una carta abierta a la canciller Merkel, quien no se había cansado de repetir su apoyo irrestricto a quien ella había convocado “como ministro de Defensa, no como asesor científico”. Una lección de cinismo de parte de la máxima autoridad del país, que es además doctora en Física.
Las encuestas de imagen optimistas del diario Bild (que desde sus columnas y con su enorme influencia colaboró en la construcción del superministro) no alcanzaron y en la mañana de ayer Zu Guttenberg leyó un comunicado de dimisión, donde la autocompasión primó sobre la humildad. “Siempre he estado dispuesto a luchar, pero siento que mis fuerzas han llegado a un límite”, fue la declaración con la que cerró su conferencia de prensa, en la que conservó la particularidad de las últimas semanas de no permitir preguntas de los periodistas allí presentes. Tampoco se privó de una chicana hacia los medios, sugiriendo una campaña en su contra a costa del dolor por los soldados alemanes muertos en un atentado en Kundus la semana pasada.
Zu Guttenberg no pudo cristalizar lo que debía ser su opus magnum en la cartera de Defensa: una reestructuración total de las fuerzas armadas, cuyo ejemplo más visible sería la eliminación del servicio militar obligatorio en pos de un modelo voluntario-profesional.
Si este desenlace daña seriamente el proyecto político de Merkel es el interrogante del momento y, para un respuesta ganadora, se aceptan apuestas. De lo que no caben dudas es de que KT sabrá reciclarse para volver al ruedo en un par de años. Mientras tanto deberá reflexionar sobre la poco elegante torpeza de querer disfrazar como mero tropezón lo que terminó significando su caída.
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