EL MUNDO › LA AUSENCIA DE OPOSICION ESTRUCTURADA EN LIBIA ES UN EFECTO DE LAS TRIBUS, LA HISTORIA Y EL PERSONALISMO
Mientras el Parlamento Europeo pedía que fuera reconocido el opositor Consejo Nacional de Transición, Khadafi enviaba a sus representantes a Egipto, Portugal y Bruselas frente a una posible intervención de Europa y la OTAN.
› Por Eduardo Febbro
Desde París
El Parlamento Europeo interpeló ayer a la Unión Europea para que reconozca a la oposición libia agrupada en el Consejo Nacional de Transición (CNT). Esta galaxia de insurrectos fue constituida apenas diez días después de que estallara la revuelta contra Muammar Khadafi –entre el 15 y el 17 de febrero–. Sus dirigentes actuales provienen de sectores a veces tan diversos como antagónicos. Omar el Hariri, uno de los primeros aliados de Khadafi en los años ‘60, es jefe del Consejo Militar mientras que el presidente de esta instancia no es otro que el ex ministro de Justicia del líder Libio, Mustafá Abdel Jalil. El Consejo también nombró al renunciante embajador de Khadafi en la India y ex ministro de Economía, Ali Abdelaziz Al Issaoui, en el puesto de canciller. La zawra –revolución– lanzada por los jóvenes contra la monolítica dictadura de Khadafi unificó y trazó un perfil a la vez dispar y tangible de la oposición.
La pareja compuesta por Mustafá Abdel Jalil y Omar el Hariri es por demás contrastante. Omar el Hariri fue uno de los oficiales que estuvieron al lado de Khadafi durante el golpe de Estado que en 1969 derrocó a la monarquía del rey Idris. Luego cayó en desgracia y pasó 17 años en la cárcel bajo el cargo de “conspiración”. Según explicó Hariri en sus raros encuentros con la prensa, su oposición a Khadafi, sus críticas a la deriva “personalista” del régimen le valieron la sanción. Entre todas las figuras posibles, Omar el Hariri era la más coherente dentro de un movimiento opositor que se fue plasmando con el correr de los días y en plena agitación. De hecho, el foco de la revuelta se propagó el pasado 17 de febrero desde la ciudad de Benghazi.
Una manifestación en memoria de diez manifestantes asesinados en 2006 sirvió de punto de partida a una aventura que ninguna cancillería occidental tenía en sus previsiones. La manifestación había sido organizada por opositores en el exilio, movimientos locales de defensa de los derechos humanos y activistas en la red. La represión del 17 de febrero dejó decenas de muertos.
Mustafá Abdel Jalil, hoy dirigente del CNT, fue el primer miembro del gobierno que renunció a su cargo en protesta por “el uso excesivo de la fuerza contra manifestantes desarmados”. Apenas nombrado, en una entrevista del canal árabe Al Jazeera Jalil dijo: “Nuestro gobierno nacional y militar tiene personalidades civiles y militares. Llevará adelante al país durante no más de tres meses y luego habrá elecciones libres y la gente elegirá a su líder”. El CNT se ha convertido hoy en la instancia en torno de la cual se articulan los focos opositores, desde los comités de resistencia locales creados en las ciudades en manos de los insurrectos hasta la Coalición Revolucionaria del 17 de febrero, que se integró a él. Sin embargo, los roces entre el Consejo Nacional de Transición y la Coalición Revolucionaria del 17 de febrero aparecieron en seguida. El Consejo se postuló como una suerte de “gobierno” mientras que la Coalición no se fijó esa ruta. Abdelhafiz Ghoqa, uno de los portavoces de la Coalición y hoy vicepresidente del Consejo, aseguraba que el Consejo es “el rostro político de la revolución” y no un gobierno provisorio.
En un sistema político sin Constitución, ni partidos políticos opositores, ni sindicatos, ni Parlamento, ni ONG y en donde la lealtad a la tribu a la que se pertenece pasa antes que la nación, hablar de oposición identificada es una hazaña. Los partidos opositores libios están todos en el exterior. En 2005, ciento cincuenta personalidades crearon en Londres la Conferencia Nacional de la oposición libia. Ese grupo se fijó tres objetivos: el fin de la era Khadafi, la implantación de un gobierno transitorio y, luego, la elección de un gobierno democrático surgido de elecciones libres. Barah Mikail, especialista de Medio Oriente en el Instituto de Relaciones Internacionales estratégicas, constata la paradoja de la situación libia, donde Khadafi parece acorralado al tiempo que la oposición, que ya sufrió reveses militares, carece de una identidad coherente. “Se alcanzó un camino sin retorno, pero las alternativas para la situación que se está viviendo son inexistentes. Se podría pensar en un período de transición a cargo del ejército libio. Sin embargo, hay un problema: el ejército no está tan bien preparado como en Túnez o Egipto”. La ausencia de oposición estructurada es una consecuencia de la dictadura personalista de Khadafi, de la cultura tribal y también de la historia, que ha complotado contra toda forma de estructura institucional y destruido los embriones que hubiesen permitido la existencia de una clase dirigente nacional. Libia es un país casi sin Estado, una República de voluntarios entusiastas que trata de forjar un nuevo país sobre las llamas del presente. El azar ha jugado con las fechas. La Revolución de los Jazmines que estalló en Túnez prendió en Libia el mismo año en que se cumplen cien años de la llegada de las tropas coloniales italianas a Tripolitania. En un siglo, Libia saltó de un trauma a otro: de despreciada provincia del Imperio Otomano pasó al yugo del colonialismo italiano (1911-1943), que tuvo dos caras, igualmente salvajes: la del liberalismo occidental primero y la de la Italia fascista de Benito Mussolini después. Italia unificó un territorio (1934) que estaba divido en tres regiones que no formaban un país: Tripolitania (Oeste), Cirenaica (Este) y Fezzan (Sur). Luego vino un período monárquico de corta duración interrumpido por el golpe de Estado de Muammar Khadafi en 1969. Entre la monarquía y el golpe, Libia conoció un período británico, 1943-1951.
Mustafá Abdel Jalil quiere ser el rostro de un país en plena guerra civil. “Probablemente pediremos ayuda en el exterior, tal vez ataques aéreos contra instalaciones estratégicas que pongan el último clavo en el ataúd de Khadafi”, explicó Abdelhafiz Ghoqa. La oposición tiene un problema cuando se trata de dejar una posición límpida sobre la cuestión de la intervención extranjera. Algunos sectores la reclaman; otros, más realistas, la desechan. El Consejo está en una cuerda floja: “En ninguna circunstancia aterrizarían fuerzas terrestres”, asegura Mustafá Gheriani, portavoz del Consejo. Los temores de una partición del país también alteraron las primeras semanas de la revolución, hasta que el CNT marcó su lugar: “el Consejo representa a toda Libia”, dijo Jalil. Nombrado en febrero de 2007, Mustafá Abdel Jalil no encarna, para la población, el manto del diablo. Incluso Amnistía Internacional elogió en su momento su disposición a dar información sobre los prisioneros políticos.
Pero todo va muy rápido y Khadafi juega con muchas cartas en la mano, a la vez militares, diplomáticas y financieras. Hace unos días, emisarios norteamericanos se entrevistaron en El Cairo con representantes del Consejo Nacional de Transición. El Parlamento europeo pidió ayer que el CNT fuese reconocido. El mismo día Khadafi envió a sus representantes a Egipto, Portugal y Bruselas en momentos en que la Unión Europea y la OTAN entablan las primeras discusiones serias sobre Libia con el telón de fondo de una posible intervención en el conflicto libio bajo una u otra forma. Tributaria de la historia política del país y de la urgencia de la situación, la naciente oposición libia es un mosaico de identidades opuestas. Nada la identifica mejor como las trayectorias de sus dos principales líderes, el político y el militar. El primero, Mustafá Abdel Jalil, es un reciente ex ministro de Khadafi. El segundo, Omar el Hariri, es un compañero de armas del “Guía Supremo” caído en desgracia y recuperado por la velocidad de la historia para saltar al primer plano de donde Khadafi lo había apartado.
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