EL MUNDO › OPINION
› Por Norberto R. Méndez *
Es conocido que uno de los principales argumentos esgrimidos por los autócratas de Medio Oriente para legitimizar sus gobiernos es erigirse como única alternativa frente a un Islam militante que tiene por objetivo la constitución de un estado islámico que impondría la sharía (ley divina islámica), discriminando a las mujeres, imponiendo a toda la población una vida integrista negadora de toda libertad individual. El apoyo de EE.UU. a estos gobernantes hoy vilipendiados (y especialmente el control sobre sus fuerzas armadas) tenía como principal propósito combatir cualquier actividad política, ya que la gran potencia daba por descontado que de instalarse una democracia verdadera ésta traería como resultado el acceso de los grupos islamistas al poder y consecuentemente una amenaza a los intereses norteamericanos, dadas las posturas antioccidentales de la mayor parte de estos grupos.
Pero la información que brindan casi todas las redes de comunicación nos habla de la ausencia de factor religioso alguno entre los protagonistas de esta oleada democrática.
Sin embargo, una mirada más atenta nos muestra que el Islam está presente bajo diferentes formas. Cómo dejarlo de lado si hemos visto por TV a los millones de ocupantes de la plaza de la Liberación de El Cairo cuando se postraban rezando hacia la Meca. Ese conglomerado heterogéneo no sólo está unido en sus demandas por la democracia y la justicia sino que comparte creencias que se han configurado y reconfigurado a lo largo de su historia pero que siguen permeando una idiosincrasia común más allá de sus diversidades sociales y políticas.
Podemos ver signos de esta presencia islámica, en su modo específicamente religioso y también religioso-político en cada uno de los países convulsionados. En Túnez, donde comenzó todo, el retorno del líder exiliado Rashid Al-Ghannoushi, fundador del partido islamista Ennahda (Renacimiento), fue celebrado por miles de partidarios. Ghannoushi ha declarado que su agrupación no busca establecer un estado islámico sino que el modelo turco de islamismo moderado le parece el más adecuado para el propio Túnez. Esto es, una sociedad civil democrática con instituciones republicanas en la cual convivan el secularismo con una impronta islámica que se nutre en el mismo pueblo.
En Egipto, los Hermanos Musulmanes apoyaron la rebelión espontánea de los millones que determinaron el derrocamiento de Mubarak, aunque no puede decirse que fueron los impulsores de este movimiento de masas pero constituyen un factor insoslayable en cualquier ordenamiento político que resulte de esta pueblada, puesto que tienen un trabajo territorial entre las masas y los sectores medios bajos organizando clubes juveniles, centros de ayuda social, hospitales, organizaciones femeninas y culturales a pesar de la represión salvaje y el encarcelamiento de muchos de sus militantes. Están allí donde el Estado está ausente, desmantelado por las economías neoliberales.
El caso de Libia es muy revelador de la complejidad del Islam. Khadafi accedió al poder derrocando a la dinastía de la orden islámica Senussi, la cual a su vez había luchado bravíamente contra el invasor italiano a principios del siglo XX. El líder libio pretendió establecer una suerte de socialismo islámico al comienzo de su revolución, pero siempre persiguió a los políticos islamistas. Hoy sus opositores flamean la antigua bandera creada por la orden Senussi y gritan el característico Allahu Akbar (Dios es el más grande) cuando combaten contra las fuerzas oficialistas, pero no se definen políticamente como islamistas. Otra cuestión paradójico es que Khadafi acusa a la organización islamista Al Qaida de estar detrás de la insurrección, y la secretaria de Estado Hillary Clinton acusa a Khadafi de estar ligado a la misma organización islámica.
En suma, la vigencia del Islam se verifica tanto para legitimizar a las petrocracias ultraconservadoras del Golfo como a los que se levantan para derribarlas. Estas contradicciones revelan el papel usualmente desempeñado por toda religión en la construcción de distintos proyectos políticos.
* Profesor de Ciencia Política de la Universidad de Buenos Aires.
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