EL MUNDO › LOS TRES PAíSES DE EUROPA NO HABLAN DE INVADIR POR TIERRA, SINO DE “ACONSEJAR” MILITARMENTE A LA OPOSICIóN LIBIA
La estrategia actual de bombardear no le está dando resultados a la OTAN para derrotar a Khadafi. Por eso, ya piensa que la batalla será larga y aplica una nueva táctica: fortalecer a las milicias rebeldes para crear un frente interno más sólido.
› Por Eduardo Febbro
Desde París
El ajedrecista de Trípoli debe observar a sus adversarios en apuros con íntima satisfacción. Un mes después de la ofensiva aliada en apoyo a los insurgentes libios, no se puede sino constatar que Muammar Khadafi puso en jaque los planes más rigurosos de los estrategas occidentales y éstos se resignan ahora a aceptar que la guerra será “larga” (Gérard Longuet, ministro francés de Defensa) y a organizar el envío oficial de instructores para respaldar a la desarticulada insurgencia. Londres, Roma y París confirmaron sucesivamente que iban a desplegar en el terreno “consejeros” con la meta declarada de “asesorar” a los miembros del opositor Consejo Nacional de Transición a fin de perfeccionar su “organización militar, las comunicaciones y la logística”. Ni Italia, ni Francia ni Inglaterra piensan en la opción de una invasión terrestre. No obstante, el cambio en el enfoque de esta guerra implica una confesión inobjetable: Khadafi ganó las primeras tres batallas: una contra el tiempo, la otra contra los rebeldes y la tercera contra los países de la coalición y la OTAN.
La ineficacia global de los bombardeos, las astucias de guerrilla urbana de Khadafi (parece que no están en los manuales de la OTAN), la voluminosa cantidad de víctimas y la imposibilidad de avanzar o de derrocar al malicioso coronel conducen ahora a otra estrategia: fortalecer a las milicias rebeldes para crear un frente interno más sólido.
Ali al Issaoui, encargado de relaciones internacionales del CNT, detalló ayer en París que “lo que ocurre hoy en Libia es una tragedia humana, sobre todo en Misrata. Hay muchos heridos que no pueden ser atendidos, hay bombardeos ciegos contra zonas civiles con misiles y morteros. Y todo eso sólo porque la población libia pidió libertad, un mejor porvenir y democracia”. Ali al Issaoui evocó también un elevado número de muertos, 10.000 según él, y un daño colateral de esta guerra que ha quedado ocultado por el primer plano militar: se trata del desplazamiento, en las regiones del oeste, de decenas de miles de libios hacia la frontera con Túnez. Las potencias occidentales jugaron con un fuego que se propaga más allá de lo calculado. Las incongruencias de este conflicto se reflejan en los sueños de un aficionado. Faltan aviones, municiones, asistencia en tierra, organización y, sobre todo, un auténtico trabajo de inteligencia previo que no se llevó a cabo. País impenetrable, guerra imprevisible. Khadafi dirige la danza de Occidente. Es en este contexto cada vez más dramático que se decidió pasar a la fase de “asesoría”. Al tiempo que aclaró que “no se contempla el envío de tropas de combate” a Libia, el portavoz del gobierno francés, François Baroin, adelantó que habrá “un pequeño número de oficiales que estarán en contacto con el CNT para proteger a la población civil”. Londres prometió a su vez el envío de consejeros militares, unos diez, y Roma despachará otros tantos a Benghazi, la sede de los rebeldes. El ministro de Defensa italiano, Ignacio La Russa, declaró que Roma y Londres “están de acuerdo con el hecho de que hay que entrenar a los rebeldes” para que puedan “enfrentar a un ejército profesional”.
El jefe del Estado francés, Nicolas Sarkozy, recibió ayer por tercera vez al presidente del Consejo Nacional de Transición, Mustafá Abdeljalil, a quien le prometió más ayuda. Abdeljalil expresó un sueño que parece lejano: un “jefe de Estado que llegue al poder no sobre un tanque sino con las urnas”. El problema es que no se tiene una idea precisa de cómo será esa ayuda prometida por Sarkozy. Es obvio que la participación de un puñado de asesores no resuelve el conflicto en una semana. Por otra parte, las divergencias en el seno de la OTAN son abracadabrantes. París y Londres apuran a los otros países de la OTAN que intervienen en Libia para que suban la frecuencia de los bombardeos y, casi al mismo tiempo, el vicepresidente norteamericano, Joe Biden, dice que la OTAN podría prescindir de Washington. Por lo pronto, sin aclarar con qué medios, Sarkozy anunció que en las próximas semanas se intensificaría la campaña aérea.
En esta danza de iniciativas se mezclan varios aspectos contradictorios que no comparten en nada el perfil de la campana militar en Libia. Rusia y varios miembros del Consejo de Seguridad impugnan en voz alta la actitud de la OTAN y estiman que el organismo multilateral de defensa fue mucho más allá del mandato establecido por la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU, cuya planteo inicial era la protección de los civiles y en ningún caso el respaldar a una de las partes en conflicto. El jefe de la diplomacia francesa, Alain Juppé, admitió que la OTAN subestimó las capacidades tácticas y estratégicas de Khadafi. Ayer, varios analistas militares comentaban que el principal error consistió en creer que el régimen libio caería como el de Túnez o Egipto. La idea fue pensar que, al igual que en estos dos países, el ejército se mantendría en una posición neutral. Una ilusión que se convirtió en la pesadilla de una guerra, como lo demuestra cada hora que pasa.
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