EL MUNDO › ACUERDO AL FATAH-HAMAS Y GIRO EN LA POLíTICA EXTERIOR DE EL CAIRO TRAS LA CAíDA DE MUBARAK
Lo que parece estar detrás del acuerdo es la caída del régimen egipcio que apoyaba a Al Fatah y la posible caída del régimen sirio que operaba como baluarte de Hamas y, con ello, la necesidad de ambas facciones de apoyarse mutuamente.
› Por Carolina Bracco
Desde El Cairo
Los días 3 y 4 de mayo las facciones palestinas de Hamas y Al Fatah firmaron un acuerdo de reconciliación tras cuatro años de enemistad en El Cairo con la mediación de Egipto. Dicho acuerdo supone la formación de un gobierno de coalición en las próximas elecciones que aúne voces para un futuro diálogo de paz.
Sin embargo, tanto Israel como Estados Unidos comunicaron que dicho pacto anula la posibilidad de negociaciones de paz en el futuro, ya que consideran a Hamas una agrupación terrorista. En los días previos al encuentro, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu había anunciado que la Autoridad Palestina debería elegir entre la paz con Hamas o con Israel y hasta ofreció una transferencia de 89 millones de dólares a la Autoridad Palestina si abandonaba el acuerdo.
Sin duda, la fortaleza del lugar que intenta recuperar Egipto dentro del espectro nacional y regional estará medida por su resistencia a la presión israelí.
Lo que parece estar detrás del acuerdo es la caída del régimen egipcio que apoyaba a Al Fatah y la posible caída del régimen sirio que operaba como baluarte de Hamas, y con ello la necesidad de ambas agrupaciones de apoyarse mutuamente.
Mientras algunos medios egipcios adjudican el cambio de rumbo de la política exterior del país a la partida de Omar Soleiman, jefe de inteligencia de Mubarak y mediador oficial para las relaciones con Palestina e Israel, otros se mantienen más escépticos respecto de que la figura de Soleiman haya sido tan determinante en la pasividad de la administración Mubarak.
Las coaliciones de jóvenes revolucionarios egipcios enseguida se adjudicaron el acuerdo como uno de los logros de la revolución. En una jornada que fue recibida con algarabía, los dos últimos viernes banderas palestinas inundaron la plaza Tahrir en apoyo a la dirección tomada por el gobierno, de donde se originó una marcha a la embajada israelí.
Ayer algunas organizaciones habían convocado asimismo a marchar el viernes desde la plaza hasta la frontera de Rafah para protestar contra la ocupación israelí, reivindicar el derecho de los refugiados palestinos y pedir la liberación de los prisioneros palestinos, pero el gobierno militar bloqueó el acceso a la península del Sinaí, impidiendo una vez más la solidaridad entre ambos pueblos cuando se conmemoran 63 años de la “nakba” (catástrofe) o el establecimiento del Estado de Israel.
Las relaciones egipcio-palestinas se caracterizaron por la pasividad desde que el entonces presidente egipcio Anwar al Sadat firmara la paz con su homólogo israelí Menachen Begin en Wa-shington en 1979, luego de los acuerdos de Camp David impulsados por el presidente estadounidense Jimmy Carter.
La paz entre ambos países les valió a sus respectivos mandatarios el Premio Nobel de la Paz, pero fue la condena de muerte de Al Sadat en 1981 –ajusticiado por infiel a manos de Aboud el Zomor, parte de un grupo islamista–, la que generó el aislamiento de Egipto por parte del resto de las naciones árabes, las cuales lo expulsaron de la Liga Arabe, que en ese momento aún abogaba por una “eliminación del enemigo sionista, y con él de Israel”.
Egipto, que otrora había sido el líder de la lucha por la liberación de Palestina y creador del sueño panárabe, ahora le daba la espalda y pugnaba por su propio beneficio.
Esta nueva política le valdría el descontento de sus vecinos árabes pero la amistad de Estados Unidos e Israel, que encontraron primero en Al Sadat y luego en Mubarak un amigo tan incondicional como servil.
Los acuerdos de paz con Israel fueron celebrados en Egipto como una gran victoria, en todas las ciudades del país se erigen monumentos en conmemoración al triunfo de la guerra del ’73. Un triunfo que para los ojos foráneos es difícil de entender cuando el triunfo de la guerra de Yom Kipur –como suele llamársela en Israel– fue adjudicado a Israel. Dicho enfrentamiento dio lugar a los acuerdos de paz y éstos, a la devolución por parte de Israel del Sinaí egipcio, ocupado en la anterior guerra. De ahí su identificación con una victoria para el pueblo egipcio.
Fue esta victoria-derrota el comienzo de la contradicción egipcia respecto de su sentimiento nacional e identificación en tanto árabes con una política oficial proisraelí y un antisionismo arraigado en el discurso popular.
Así, por ejemplo, la militarización de Egipto se justificaba siempre con un posible ataque de Israel. Ataque absolutamente improbable teniendo en cuenta lo dicho anteriormente. Mientras tanto, el Sinaí se convirtió en una zona de veraneo israelí, donde se habla más hebreo que árabe y a la que los israelíes pueden acceder a través de la frontera ubicada en Taba tan sólo exponiendo su documento de identidad, pero es inaccesible para los egipcios.
Tan inaccesible como la frontera de Rafah, ubicada en la zona de Al Arish y que es el único acceso por tierra que existe a la Franja de Gaza. De ambas fronteras llegaban a menudo denuncias de que los soldados israelíes jugaban al “tiro al blanco” desde sus posiciones, dando muerte a una cantidad aún desconocida de soldados egipcios. La frontera de Rafah se hizo famosa en julio de 2009, cuando el gobierno egipcio la abrió por tres días permitiendo a los palestinos abastecerse de comida y medicamentos ante la de-sesperada situación de sus habitantes. Desde entonces se ha mantenido cerrada hasta hoy, el gobierno egipcio ha puesto sobre el tapete su reapertura y una nueva etapa en las relaciones egipcio-palestinas. La apertura de la frontera significaría el fin del aislamiento que mantiene en condiciones infrahumanas a la población palestina de la Franja de Gaza.
Egipto así ha vuelto a ser un actor fundamental en la causa palestina y en lo que algunos ya vislumbran como la realización del sueño de un Estado Palestino.
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