EL MUNDO › ACOSADO POR LAS DENUNCIAS, RENUNCIó EL JEFE DE GABINETE DE BRASIL
El hombre fuerte del gobierno de Dilma debió abandonar el cargo, sospechado de enriquecimiento ilícito como consultor empresarial. Ya había tenido que irse de la administración Lula. Lo sustituirá la senadora Gleise Hoffman, del PT.
› Por Eric Nepomuceno
Desde Río de Janeiro
Dilma Rousseff, la primera presidenta brasileña, tendrá, a partir de hoy, a una mujer como jefa de gabinete de su gobierno. Para el puesto ocupado hasta ayer por Antonio Palocci, la presidenta invitó a la senadora Gleise Hoffman, del PT, casada con el ministro de las Comunicaciones, Paulo Bernardo (y uno de los grandes favoritos para el puesto). Una política provinciana, de escasa o casi nula proyección nacional, desde enero Gleise Hoffman ocupa, y por primera vez, un escaño en el Senado. Hasta ahora, lo más común fuera de su provincia, Paraná, era que se refiriesen a ella como “la esposa del ministro”. En esos pocos meses de actuación en el Senado se reveló una parlamentaria especialmente activa, de genio duro y discurso fuerte, mucho más fuerte que el de su marido, conciliador en las apariencias y feroz negociador en las articulaciones de bastidor. No se sabe el carácter que Dilma pretende dar al cargo, si el de articuladora política, una especie de poderosa gerente del gobierno (como fue cuando Lula tuvo a Dilma en ese puesto y como era el desastrado Palocci defenestrado ayer), o si un carácter más bien técnico y administrativo.
Termina así la crisis abierta el pasado 15 de mayo, cuando se supo que Palocci, con su cara de santurrón y su sonrisa inocente, había logrado el milagro de la multiplicación, ya no de peces, pero de su patrimonio personal, que pasó de unos 220 mil dólares en 2006 a poco más de cinco millones y medio en 2010. Solamente el año pasado –año electoral, vale recordar– su empresa de consulta, cuyo cuadro era integrado por un solo consultor, el mismo Palocci, logró ingresos formidables, de trece millones de dólares. Tan formidables que tan pronto se supo de esa hazaña –y de la compra de inmuebles por el valor aproximado de seis millones de dólares– se desató la sospecha incontenible de que ese súbito enriquecimiento, más que por una extraordinaria capacidad gerencial, se debía a un fuerte y muy amplio tráfico de influencia. Luego surgieron nuevas sospechas encadenadas, como el hecho de que pese al millonario departamento adquirido en 2010, Palocci viva en otro, cuyo alquiler más expensas alcanzan la significativa marca de los diez mil dólares mensuales. Si tiene otro, tan caro, ¿por qué pagar alquiler? ¿No sería Palocci dueño de los dos? ¿El alquiler no sería parte de un esquema de lavado de dinero? Sin respuestas, él se quedó sin respaldo alguno.
La misma trayectoria de Palo-cci abrió espacio para esa sospecha: de médico y alcalde de una ciudad del interior de San Pablo pasó a ministro de Hacienda de Lula (2003-2006). De ahí pasó a diputado, de diputado a coordinador de la campaña de Dilma, luego a coordinador de la transición hacia el nuevo gobierno, donde finalmente ocupó el puesto de ministro más prominente. Si se suma a esa trayectoria el hecho de su tránsito libre entre el empresariado y la banca y su fuerte influencia en el PT (más el acceso a todo tipo de información interna del gobierno de Lula), el cuadro está diseñado y no es de los más potables, siquiera para sus compañeros de militancia.
Hasta el último instante, Palo-cci intentó aferrarse al cargo donde, por presiones directas de Lula, Dilma lo había acomodado. Pero poco después de las cinco y media de la tarde de ayer se confirmó en Brasilia que él había presentado su renuncia. Ninguna de las variantes que supuestamente le hubieran dado condiciones de permanecer en el gobierno surtió efecto. El respaldo de Lula, las dudas de Dilma sobre cesarlo o no, la decisión de la Fiscalía General de la República de que no había indicios suficientes para abrir una causa, nada de eso le sirvió. Al contrario: a aquellas alturas, estaba más que evidente y palpable que no le quedaba la menor posibilidad de seguir en el gobierno, y menos como interlocutor institucional de Dilma junto a aliados y opositores.
Desmoralizado y desacreditado, por segunda vez le tocó salir por la puerta de atrás. Pero ahora sale con la dudosa fama de haberse transformado, pese a no ser economista ni nada parecido, en uno de los más caros o quizá el más caro consultor empresarial y financiero de la historia brasileña. Su primera salida, en 2006, se dio a raíz de una serie de denuncias que culminaron con la violación del sigilo bancario de un mero casero que testificó que, al contrario de lo que aseguraba, Palocci sí frecuentaba la casa en Brasilia donde se promovían alegres veladas reuniendo empresarios con fuertes intereses en negocios con el gobierno, intermediarios hábiles en aceitar engranajes burocráticos y liberar recursos y algunas de las más jóvenes, atractivas y caras prostitutas de la capital. Desenmascarado, el poderoso Palocci renunció al ministerio y decidió ganarse –¡y cómo!– la vida prestando “asesoría empresarial y financiera”. Ahora, bajo sospecha de enriquecimiento ilícito, optó por proteger el nombre de sus supuestos clientes. Decía que cláusulas de confidencialidad le impedían contar para quién trabajó y qué tipo de trabajo realizó. Ayer mismo, al pedir a la bancada de su partido, el PT, que lanzase una moción en su apoyo, oyó un contundente “no”. Demasiado tarde, le dijeron.
No le quedó otra que negociar una salida mínimamente honrosa, buscar la puerta de atrás y despedirse, por segunda vez, del poder.
Deja en manos de Dilma una crisis que ella intentó evitar y cuyos desdoblamientos recién empezarán a aparecer en los próximos días.
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