Jue 15.09.2011

EL MUNDO  › QUINTA RENUNCIA MINISTERIAL FORZADA POR LA PRESIDENTA DE BRASIL EN SUS PRIMEROS DIEZ MESES DE GESTIóN

Dilma decapitó a otra cabeza de su gabinete

La guillotina limpiadora de Dilma llegó al cuello de Pedro Novais, quien hasta el final de la tarde de ayer ocupaba el Ministerio de Turismo. Jobim cayó por exceso de soberbia; los otros cuatro, por manejos turbios del dinero público.

› Por Eric Nepomuceno

Desde Río de Janeiro

Faltando 16 días para cumplir sus diez primeros meses de gobierno, Dilma Rousseff determinó ayer la quinta baja en su gabinete. De mantener ese ritmo, habrá de cambiar 28 ministros de aquí al final de su presidencia.

A partir de la noche de ayer, la cuenta está así: de las decapitaciones, una ha sido motivada por exceso de soberbia, torpeza y bufonada, la del ex ministro de Defensa, Nelson Jobim. Las otras cuatro, por pésimas relaciones con la ética a la hora del trato con el dinero público. Empezando por la meteórica e inexplicable riqueza personal de Antonio Palocci, ex jefe de Gabinete, pasando por la formidable red de desvíos de recursos armada en el ministerio capitaneado por Alfredo Nascimento, el de Transportes, llegando al verdadero queso suizo armado en el ministerio de Wagner Rossi, el de Agricultura, por cuyos agujeros escurrieron un grueso par de millones de reales, la guillotina limpiadora de Dilma llegó al cuello de Pedro Novais, quien hasta el final de la tarde de ayer ocupaba el Ministerio de Turismo.

Los cinco defenestrados traen una insignia común: ninguno ha sido elección personal de Dilma para su gobierno. Fueron “sugeridos”, como recomienda el léxico de Brasilia, por Lula da Silva (Palocci, Jobim, Nascimento), por el vicepresidente Michel Temer (Rossi) o, en el caso de Novais, por uno de los caciques de la alianza armada por el mismo Lula para darle soporte a Dilma. Esa marea de limpieza provoca profunda inquietud entre los aliados, y abre espacio para nuevas y ásperas disputas de espacio dentro de la estructura del gobierno.

Algunas corrientes del PT, el partido de Dilma (y controlado por Lula), dicen claramente que la mano viene demasiado pesada, y que de seguir así será cada vez más difícil mantener la gobernabilidad. La presidenta, a su vez, dice enfáticamente que su función es gobernar y que siempre dejó claro que quienes actuaran mal no trabajarían en su gobierno. Traduciendo: no tendrá, con los corruptos, la complacencia que tuvo Lula, y actuará con rapidez.

El complejo y contradictorio sistema político brasileño permite que se elija a un presidente sin que tenga mayoría parlamentaria. De ahí la necesidad vital de armar alianzas esdrújulas como la que cerca a Dilma. Otra cosa: con rarísimas excepciones, los partidos brasileños no son más que federaciones de intereses regionales agrupadas bajo determinada sigla política, sin mayor compromiso programático o ideológico, y ávidos de satisfacer pequeños, medianos e inmensos apetitos y ambiciones. Dilma sabe de todo eso y –claro– lo sabía desde muchísimo antes de llegar a la presidencia. Lo que quizá sus aliados no supieron fue entender que sus advertencias venían en serio, y que quien fuese atrapado sería defenestrado de inmediato.

La víctima de ayer es una figurita tan bizarra como pintoresca. Es diputado federal por Maranhao desde 1990, pero tan opaco y gris que Dilma no sólo nunca lo había visto, ni siquiera sabía de su insignificante existencia. Optó por aceptar la imposición de Sarney, cuya riquísima y prodigiosa familia domina la miserable provincia de Maranhao. A sus 80 años y con escaso metro y 55 centímetros de altura, Pedro Novais recibió un mes antes de asumir el Ministerio de Turismo (que con las Olimpíadas y el Mundial a la vista se tornó una cartera de jugosos presupuestos), un resarcimiento de gastos por poco más de 1500 dólares, resultantes de una fiesta que promovió en un prostíbulo en su provincia.

Marido generoso, no titubeó a la hora de destinar un funcionario de la Cámara de Diputados para ser el motorista privado de su vistosa esposa, 15 años más joven. Preocupado por el presupuesto doméstico, dejó a cargo de la misma Cámara el sueldo de su mucama, contratada como “asesora parlamentaria”. Mientras, su ministerio era administrado con idéntico candor: los escándalos se sucedieron en cascada.

A ver quién será el siguiente. Pero sea quien fuere, difícilmente logrará ser más pintoresco que el decapitado de ayer.

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