EL MUNDO › MILES DE PALESTINOS SE MANIFESTARON CON ORGULLO EN CISJORDANIA
Los cantos y la alegría se hicieron más potentes cuando los hombres de la tribuna fueron diciendo uno tras otro los nombres de los países que respaldan el Estado palestino. Corearon el nombre de Abbas en Plaza Arafat.
› Por Eduardo Febbro
Desde Jerusalén y Ramalá
A veces la historia atraviesa las entrañas, es música y color, banderas y cantos y el poema de Mahmud Darwich que el locutor de la Plaza Al Manara va recitando mientras la multitud palestina que vino a escuchar a Mahmud Abbas plantear ante la ONU el reconocimiento del Estado palestino celebra esas palabras hechas de amor y de aliento: “He nacido aquí, y mi sueño es morir aquí”. Después los cantos y la alegría se hicieron más potentes cuando los hombres de la tribuna fueron diciendo uno tras otro los nombres de los países que respaldan el Estado palestino. Delante, los organizadores de la concentración realizada en la plaza central de Ramalá habían puesto las frases más significativas pronunciadas por los líderes mundiales en Naciones Unidas. La de la Presidenta argentina decía: “Con Palestina como Estado 194 de la ONU el mundo será más seguro y más justo”. La Autoridad Palestina quiso evitar los disturbios, pero los muchachos salieron igual por las inmediaciones del Chek Point de Kalandia a jugar a los piedrazos con los soldados, que les respondían desde adentro del muro. Escenas repetidas, desproporcionadas, en la historia de estos dos pueblos: jóvenes con hondas y piedras, soldados entrenados y con armas modernas.
El viernes empezó con prohibiciones. Por la calle central de Jerusalén, Jaffa Street, un grupo de israelíes manifestaba libremente en bicicleta contra la circulación de los autos. Seiscientos metros más abajo los árabes tenían el paso restringido al núcleo más denso de la Ciudad Vieja, la Explanada de las Mezquitas. Israel desplegó cerca de 22.000 hombres para garantizar la seguridad. Entre la puerta de Herodes y la de Damasco, al igual que en los otros accesos a la Ciudad Vieja, los palestinos, hombres menores de 50 años, tenían la entrada prohibida. “Ellos controlan mi destino y mi libertad cuando les da la gana”, decía con rabia Hamad, un habitante de Jerusalén Oriental. “Pero no importa –agregó después–, nadie nos sacará el orgullo de vivir este día.” El orgullo y la emoción salían de los miles de palestinos reunidos en Ramalá. “Este es el día más feliz de mi vida”, decía un miembro de la Autoridad Palestina que no hacía más que agradecer a la Argentina por su posición pública y por haber sido un Estado que osó abrir en Ramalá una representación diplomática, es decir en un territorio que no es un Estado reconocido. Hace años y años que no se los veía a los palestinos tan felices y llenos de orgullo, haciendo cuerpo con su presidente. No somos ilusos. “Sabemos que esto es sólo un comienzo, un paso corto en una historia muy larga, pero no es un paso vacío, no es un paso violento, es un paso que nos legitimiza, que nos hace visibles a los ojos del mundo, un paso que vino desde arriba para darnos dignidad a los de abajo”, decía Nabil, otro palestino de la Plaza Al Manara. Ojos llenos de lágrimas, negros, profundos, ojos que olvidaron en un instante las humillaciones sufridas. Había venido con las llaves de la casa en la que antes vivían sus abuelos, expulsados de sus tierras por la ocupación israelí. Sólo le había quedado eso, pero saltaba como un niño con las llaves en la mano.
El oficialismo evidente de los festejos de Al Manara, rebautizada Plaza Arafat, no empañó la autenticidad de las expresiones de alegría. El llamado “día de la verdad” fue paradójico. La gente terminó coreando el nombre de su presidente, Mahmud Abbas, pero este dirigente seco, sin encantos ni demasiado carisma, también arrastra un déficit de legitimidad democrática sustancial. Ayer subió al cielo del reconocimiento. Junto al nombre de Arafat, los palestinos gritaron el suyo. Hazaña de un instante que aún no despeja el camino de la paz ni tampoco el duro trabajo de la reconciliación interpalestina entre las dirigencias de Cisjordania y la del territorio de Gaza, controlado por los fundamentalistas de Hamas. Hamas se opone a todo, empezando por el pedido de reconocimiento del Estado palestino en Naciones Unidas y terminando por la misma existencia de Israel. Hamas en Cisjordania casi no existe. La policía secreta palestina tiene a los islamistas en camisa de fuerza, no los deja ni hablar ni existir. Mahmud Abbas y el primer ministro de Gaza, Ismail Haniyé, están separados por un abismo, que no sólo es político, sino también territorial: Gaza queda al lado opuesto de Cisjordania. Hay dos Palestinas y queda unirlas.
Pero la ilusión de una tierra reconocida, el espacio que de pronto ocupó el tema palestino en la comunidad internacional, la mayoría abrumadora de países que apoyan el Estado palestino, todo eso dejó una sensación de amanecer nuevo, de perspectiva tangible. Orgullo y alegría sin engaños, alegría lúcida, como las palabras de Mahmud Anhel, un comerciante palestino de 50 años que saltaba y cantaba con su mujer y sus hijos en la Plaza Arafat: “Qué más podemos hacer, teníamos el futuro taponado y de pronto surgió esto, casi nuestra única solución. Es emocionante e importante. Admito y admitimos que tal vez nos espere el fracaso, pero esto es nuevo como el agua fresca, nuevo y distinto”. Qais Abu, otro palestino de la plaza, más joven y combativo, decía, con una bandera palestina en la mano y un retrato de Mahmud Abbas en la otra: “¿Sabe qué? El mundo se ha dado cuenta de una cosa con esto de la ONU. Todos hablan y hablan en Nueva York de libertad, libertad de aquí, libertad de acá, pero el único pueblo que no la tiene es el nuestro, porque vivimos bajo la ocupación. Si eso queda claro desde ahora, habremos ganado un siglo de reconocimiento sin disparar un solo tiro”. Es tarde ya. Ahora Jerusalén Oriental también festeja, más allá de la medianoche. Autos con frondosas banderas palestinas circulan por la ciudad, en la arteria que bordea la Ciudad Vieja. El mismo grito se repite de auto en auto, como un eco anidado en el corazón de la noche de Jerusalén Oriental: “Palestina libre”. Un sueño. Una esperanza. Una condición para, al fin, vivir en paz.
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