EL MUNDO › RENUNCIó EL ARZOBISPO DE LA CATEDRAL DE SAINT PAUL EN LONDRES
Graeme Knowles se había pronunciado partidario del desalojo de los manifestantes ingleses. Su caída se produce cuatro días después de la dimisión de Giles Fraser, éste más comprensivo con los acampantes.
El acampe de los indignados ingleses frente a la Catedral de Saint Paul mueve los cimientos de la Iglesia anglicana. Genera además una interna entre aquellos religiosos que apoyan a los manifestantes y quienes critican sus métodos de protesta. La controversia se saldó ayer con la salida de Graeme Knowles, arzobispo de la catedral londinense, quien renunció a su cargo al juzgar que su situación era insostenible. Knowles se había pronunciado como partidario del desalojo de los ocupantes. Su caída se produce cuatro días después de la dimisión de Giles Fraser, el “canciller” del templo, como se lo conoce en Inglaterra. Su solidaridad con el movimiento de indignados local era vox populi y se había manifestado además en contra del uso de la violencia. El capellán Fraser Dyer también dio un paso al costado, durante el fin de semana, por no compartir la estrategia legal que plantea la iglesia.
Desde hace dos semanas, el movimiento Occupy London (A ocupar Londres) mantiene un piquete en la entrada de la catedral, medida que obligó al cierre del santuario durante varios días. El revuelo entre arzobispos y capellanes llegó a su clímax en el preciso momento en que las autoridades de Londres envían un ultimátum a los manifestantes para que desmonten sus carpas y desalojen el lugar en menos de 48 horas. Knowles es el segundo alto prelado de Saint Paul que abandona el cargo, siguiendo los pasos del canónico Fraser. Antes de presentar su renuncia, el “canciller” del templo había comparado a Jesús y a San Pablo con los manifestantes que pasan la noche y los días frente a la plaza de la catedral. El arzobispo de Canterbury, Rowan Williams –prelado de importancia en la pirámide religiosa–, advirtió que los eventos de las últimas dos semanas “han demostrado que decisiones tomadas de buena fe por personas capaces, bajo circunstancias inusuales, pueden tener consecuencias imprevistas y desagradables”. Según Williams, los temas urgentes invocados por los manifestantes de Saint Paul siguen siendo de grandísima actualidad. “Debemos hacer como iglesia y como sociedad que sean afrontados correctamente”, señaló.
Por primera vez desde el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, y algunos días después del inicio de la protesta, Saint Paul cerró sus puertas con el argumento de que la presencia de los manifestantes podría ocasionar riesgos para la salud pública; lo que provocó una pérdida en las arcas de la catedral de 20.000 libras esterlinas diarias (unos 32.000 dólares aproximadamente). Ante esta situación, la iglesia reabrió sus instalaciones el viernes sin dejar de anunciar que había pedido a las autoridades que tomaran cartas en el asunto. Las almas progresistas de los anglicanos de Londres se mostraron consternadas y estremecidas por las reivindicaciones de los indignados, estudiantes y desempleados, que acampan frente a la catedral. La polémica entre progresistas y ortodoxos anglicanos amplió una brecha que ya existía en la Iglesia de Inglaterra, entre religiosos y obispos, pero en este caso sobre el rol de las mujeres y los gays.
La movilización londinense comenzó dentro de la convocatoria internacional lanzada por el 15-O contra los excesos del sistema financiero. Y se fue convirtiendo en un enfrentamiento con la Iglesia anglicana, que permitió la acampada, pero no supo cómo manejarla hasta ahora. La protesta “A ocupar la Bolsa de Londres” se instaló cerca de la Catedral de Saint Paul debido a que los terrenos que ocupa la zona bursátil son privados.
Nadie se anima a descartar por estas horas que el campamento ubicado frente a Saint Paul continúe ventilando viejos rencores sutilmente disimulados. Es que con sus pancartas y voces en contra del sistema financiero y político inglés, los indignados –tal vez sin proponérselo ni haberlo especificado en su decálogo de demandas– hundieron el cuchillo en el corazón de un dilema teológico que atraviesa desde hace siglos a la Iglesia de Inglaterra: esto es, si como institución espiritual cuya jefa es la reina debe seguir el precepto radical de Jesús, que echó a los mercaderes del templo, u obrar como custodia de un orden social y político corrupto e inhumano que no reconoce fronteras y se resquebraja a medida que las protestas saltan de país en país como la peste negra.
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