Vie 11.11.2011

EL MUNDO  › ASUMIO LUCAS PAPADEMOS EN GRECIA

El hombre de los bancos

El nuevo premier será el encargado de ponerle a Grecia la camisa de fuerza de las reformas y el calvario que acompaña a todos los saneamientos liberales. Dice que no es un hombre de la política y que va a ajustar la economía.

› Por Eduardo Febbro

Desde Atenas

Un soldado del rigor asumió el destino político de Grecia hasta las elecciones del próximo mes de febrero. Lucas Papademos, el ex vicepresidente del Banco Central Europeo, ex consejero informal del renunciante jefe del Ejecutivo Giorgos Papandreu, el hombre de los bancos y del sistema financiero, será el encargado de ponerle a Grecia la camisa de fuerza de las reformas y el calvario que acompaña a todos los saneamientos liberales. Su primera declaración es tan enigmática como auténtica: “No soy un político”, dijo en plena calle. La frase suena como una reconciliación en una sociedad donde la clase política suscita un encono profundo y arrastra la imagen de un club de jugadores de poker. Luego, Papademos marcó el rumbo de lo que vendrá: “ajustar la economía” y consagrarse de lleno a la aprobación del segundo paquete del rescate financiero aprobado el pasado 26 de octubre en Bruselas, cuyo hilo conductor es una avalancha de ajustes sociales, reducción de los déficit, aumentos de impuestos, recortes en el gasto público y una millonaria quita bancaria.

Un comerciante de la calle Mitropoleos decía con cierta gracia: “Este hombre o es un santo, un perverso, un suicida o un héroe”. Puede que las cuatro cosas juntas. Papademos asumió el peor papel de la película: ser el malo en quien recae la responsabilidad de apretar las tuercas y lanzar un paquete de reformas, unas más impopulares que las otras. Un nuevo bombero del capitalismo, disciplinado y adepto al ahorro social. El nombre de Papademos sonó con certeza desde el principio pero al cabo de cuatro días de infructuosas negociaciones entre los socialistas del Pasok y la oposición de centroderecha de Nueva Democracia no se llegó a ningún acuerdo hasta ayer a la tarde. El nuevo jefe del Ejecutivo impuso condiciones drásticas para aceptar el cargo: que el plazo para las elecciones del 19 de febrero sea flexible, lo que equivale a decir que podrían retrasarse, y que los partidos se comprometan a aceptar el rescate europeo. Esta última condición fue dictada expresamente por Bruselas, en especial por la pareja compuesta por el presidente francés, Nicolas Sarkozy, y la canciller alemana Angela Merkel. Ambos despiertan en Grecia un resentimiento casi militante. Nadie olvida en Atenas que Merkel trató de “vagos” a los griegos y que Sarkozy y la canciller alemana forzaron al ex primer ministro Giorgos Papandreu a renunciar al referéndum que pensaba convocar para consultar con la población las condiciones del plan de rescate europeo. Para la población, Merkel y Sarkozy son quienes humillaron al país y pusieron de rodillas a Papandreu durante la cumbre del G-20 que se celebró en la ciudad de Cannes, la Costa Azul francesa.

Inmediatamente después de que se conoció la designación de Papademos, los comerciantes que están en las inmediaciones del Parlamento comentaban con sorna y sin ninguna esperanza: “Merkel será la primera ministra de Grecia, Sarkozy el ministro de Economía, el FMI la policía financiera, el Banco Central Europeo el contador que verifica las cuentas y Papademos el empleado obediente”. Como casi toda Atenas, los comercios están vacíos. Propietarios y empleados pasan largas horas debatiendo de política y economía mientras asisten al frenético ir y venir de autos oficiales en torno del Parlamento. Los griegos comparten con el recién nombrado primer ministro una cualidad común: saben mucho de economía. Los meses de crisis han hecho de los atenienses expertos en todas las cuestiones económicas. Conocen mejor que nadie los arcanos de las finanzas y los vicios que se esconden detrás de fórmulas crípticas. Lucas Papademos era hasta hace poco profesor de Economía en Harvard. Su curso parece destinado a lo que tiene por delante: “La crisis financiera mundial. Respuestas y desafíos”. Lucas Papademos es el rostro que tranquiliza a los lobos del sistema financiero. Es un economista adusto, sin el más mínimo encanto, pero respetado en los circuitos del dinero. No es un desconocido en Grecia. A su manera, es la segunda vez que tiene cita con la historia de su país. En 1985, Papademos, que enseñaba en la Columbia University de Nueva York, regresó a Grecia para ocupar el puesto de jefe de economistas en el Banco Central griego. En 1994 se convirtió en el gobernador del banco y en ese puesto firmó el certificado de defunción de la moneda nacional, el dracma, reemplazado por el euro. La moneda única europea es irreal y no sólo en Grecia. En un país endeudado en el 170 por ciento de su PIB un taxi del aeropuerto al centro de Atenas cuesta 120 dólares. Resulta imposible saber de dónde sale el dinero para pagar esa ficción.

Con la entrada de Papademos a la escena política, Grecia podrá recibir los 8000 millones de euros que los países de la Eurozona bloquearon hasta que la partida de poker entre los actores políticos del país no se aclarara. Papademos es el hombre del euro, el capitán llamado a evitar que Grecia salga del euro y acarree a los demás países al precipicio. Lucas Papademos es un calmante para los mercados, no para su sociedad. La crisis de la Zona Euro ya se llevó a cuatro primeros ministros: Italia, Portugal, Irlanda y Grecia. La brecha es profunda. Papademos es la carta del sistema para salvarse y el sistema lo vigilará con microscopio. Además del FMI, el Banco Central Europeo, Bruselas, Sarkozy y Merkel, el profesor Papademos tiene un país convulsionado, movilizado en decenas de protestas sociales, y a la clase política tradicional. Esta no cederá sus derechos de un día para otro, ni tampoco la sociedad civil. Los griegos han perdido casi todo, menos la afabilidad y la sonrisa. “Son tiempos para reír desde el amanecer”, dice Natalia, una estudiante de Derecho. La muchacha observa el circo político armado por los medios y los políticos en la Plaza de la Constitución como si todo aquel revuelo no fuera más que “la puesta en escena de nuestra próxima derrota”, según dice con una sonrisa bañada en el sol benigno y tenue de la tarde.

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