EL MUNDO
› UNA NUEVA ARMA SECRETA DEL REGIMEN IRAQUI
No contaban con su astucia
Irak tiene 150 grandes tribus. Saddam Hussein se las ganó para que luchen ahora contra norteamericanos y británicos.
› Por Eduardo Febbro
Los analistas jordanos se burlan a sus anchas cuando las televisiones occidentales se hacen eco de la polémica que surgió en los Estados Unidos a propósito de la estrategia militar aplicada en Irak por los “cerebros” de la administración Bush. “Uno se pregunta si la CIA y las otras agencias de seguridad estadounidenses, los satélites y la aplastante superioridad tecnológica de Washington no fueron concentradas en un país fronterizo con Irak”, ironizaba ayer una alta fuente jordana. La tan anunciada guerra relámpago se convirtió en una guerra de tortugas no sólo por causa de la “resistencia” iraquí sino, sobre todo, por los protagonistas de esa resistencia. Observadores regionales destacan que Washington actuó en Irak sin el más mínimo apoyo interno.
Durante la guerra en Afganistán, la coalición formada por Estados Unidos y los mujaidines de la Alianza del Norte más las centenas de dólares con que la administración Bush compró el apoyo de los “comandantes tribales” fueron los dos factores que determinaron la victoria final. En la segunda Guerra del Golfo, los estrategas del Pentágono obviaron el apoyo interno y apostaron por una masiva y espontánea colaboración de los jefes tribales iraquíes, en particular los chiítas, que finalmente no se produjo.
Los kurdos y los chiítas pagaron un sangriento tributo en 1991. En el transcurso de la primera Guerra del Golfo, en plena ofensiva aliada, los chiítas en el sur y los kurdos en el norte sumaron sus fuerzas a las de la alianza internacional. Pero Bush padre decidió no derrocar al régimen y este se vengó de las tribus de la manera más espantosa que pueda imaginarse. Arrasó ciudades, provocó éxodos de poblaciones enteras, utilizó armas químicas y hasta modificó el curso de los ríos para obligar a los chiítas a abandonar las regiones en donde vivían. La eliminación masiva de estos dos grupos religiosos se hizo ante la indiferencia de las decenas de miles de soldados occidentales estacionados del otro lado de la frontera. Ningún avión estadounidense despegó para salvar de la muerte a centenas de miles de personas.
Pero después de la gran represión de 1991, Saddam Hussein, en vez de mantener esas regiones bajo su bota, cambió de táctica. El presidente iraquí compró la lealtad de las tribus a fuerza de dólares, favores, armas, tierras y poder. Irak cuenta con cerca de 150 grandes tribus divididas en poco más de 2000 clanes que forman un abanico étnico y religioso muy variado: árabes, kurdos, asirios, caldeos, turkmenos, musulmanes sunnitas y chiítas, cristianos.
En los últimos 13 años, el dictador de Bagdad cambió las piezas del tablero a fin de reforzar el sector más vulnerable de su poderío. Además del dinero, Saddam Hussein promovió a los jefes tribales a cargos políticos locales en el seno del omnipresente partido Baath. Simultáneamente, los dirigentes del partido Baath fueron nombrados a la cabeza de las tribus más influyentes. Saddam aceptó incluso que, en determinados campos, la ley nacional fuese remplazada por la ley tribal. Los jeques obtuvieron la autorización de solucionar problemas dentro de las tribus y fuera de ellas y según sus propios códigos los litigios más comunes.
Las concesiones hechas por Saddam Hussein a las tribus son tanto más estratégicas cuanto que se oponen radicalmente a la ideología del partido Baath. Cuando llegó al poder en 1968, el Baath hizo de la reafirmación de la identidad nacional y del panarabismo sus principales argumentos federadores. Saad Jaber, presidente de uno de los movimientos iraquíes de oposición, el Consejo Libre iraquí, señala que la naturaleza misma “del sistema tribal constituye un peligro para el sistema de Saddam Hussein.Las tribus obedecen a un jeque y no a un presidente”. Sin embargo, Jaber reconoce que la represión ejercida en 1991 y los favores concedidos por Saddam Hussein forzaron a las tribus “a cierta lealtad” frente al régimen.
Los expertos regionales estiman que la gran mayoría de las tribus están en contra del régimen baathista pero viven con el terror de que “Saddam Hussein las elimine como ocurrió en 1991”. Los jefes tribales que se rebelaron ese año contra el presidente iraquí terminaron en la cárcel, asesinados o exiliados. El papel actual de las tribus sigue siendo determinante, tanto en lo que está ocurriendo como en lo que vendrá luego. La experiencia de las matanzas de 1991 condiciona la actitud de las tribus. Estas apoyan hoy al régimen, pero “en cuanto tengan la certeza de que la derrota de Saddam Hussein es irreversible cambiarán de bando”, explica Saad Jaber.
A pesar de que el líder iraquí las integró al sistema político dándoles un lugar en el partido Baath, las tribus siguen siendo el talón de Aquiles tanto del régimen actual como del próximo. Si sus intereses están protegidos, las tribus apoyarán a Saddam. Si estos corren peligro, respaldarán el nuevo sistema. Por ahora, la “resistencia” iraquí muestra que las tribus responden aún a las directivas del partido Baath. Un diplomático occidental señalaba en Ammán que la Casa Blanca hizo sus planes militares sin tomar en cuenta que fueron las tribus iraquíes y no los soldados de Bush padre quienes sufrieron las peores matanzas de la segunda mitad del siglo pasado.
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