Mar 20.12.2011

EL MUNDO  › EL “QUERIDO LíDER” MANTENíA A COREA DEL NORTE BAJO EL HERMETISMO Y EL AISLAMIENTO

Murió Kim Jong-il, lo sucederá su hijo

Bajo su mandato, el régimen comunista norcoreano permaneció ajeno a la liberación de la economía en China. Kim Jong-il mantuvo un estado de permanente tensión con Corea del Sur, sin firmar nunca un armisticio.

› Por Peter Popham *

El hombre que presidió el régimen de Corea del Norte está muerto. Se dice que Kim Jong-il, el tirano pequeñito que nunca creció más que sus pantalones color caqui, murió de un ataque al corazón a bordo de un tren mientras hacía una gira de inspección a la edad de 69, o más probablemente 70 años. Su hijo Kim Jong-un fue designado para sucederlo. El dolor de su pueblo, por lo menos el que capturaban las cámaras, era aparentemente infinito: el conductor de un noticiero de televisión estatal vestido de luto formal para hacer el anuncio estaba pálido y lloraba, mientras en las calles de la capital, Pyongyang, las mujeres con sacones de lana y de piel le golpeaban el pavimento con sus manos en señal de dolor.

Las escenas, aunque dudosas al ojo occidental, parecían espontáneas y no preparadas. Ya fuera como resultado de una pena genuina o una obediencia temerosa al protocolo nacional, lo que hacían era resaltar lo remoto que este Estado hermético es no sólo para Europa sino para todo otro país en el mundo. Sus vecinos más cercanos al norte, sur y este incluidos. En los 30 años desde que China comenzó a liberar su economía bajo el dictado de Deng Xiaoping de que “hacerse rico es glorioso”, Corea del Norte logró permanecer inmóvil. Lo hizo a un inmenso costo para su pueblo: se cree que unos tres millones murieron en la hambruna de 1997, tres años después de que Kim Jong-il sucediera a su padre en el poder. Pero si el principal objetivo de Kim Jong-il era evitar el destino de Nicolae Ceausescu y Sa-ddam Hussein –después de la invasión a Irak desapareció durante cuatro meses y deambuló entre los edificios supuestamente antinucleares de Pyongyang usando una red de túneles–, su carrera puede ser considerada un éxito notable.

Logró que las noticias sobre los problemas económicos del Estado no llegaran a los oídos de su padre, el “Gran Líder” Kim ll-sung, quien fuera tentado tardíamente de seguir la senda de liberalización de China. Más pequeño y menos imponente que su padre, quien había sido seleccionado y preparado como un líder títere por sus guardaespaldas soviéticos antes de 1945, astutamente manejó la transferencia del poder a sus propias manos por medio de una mentira, persuadiendo a su pueblo de que su padre no había muerto realmente sino que estaba cuidando los destinos de la nación desde arriba como el “Presidente Eterno”.

Aun en su muerte Kim ll-sung permaneció como el “Gran Líder”, mientras que el joven Kim se convirtió en el “Querido Líder”, representado en las retratos hagiográficos estatales riéndose a carcajadas con sus camaradas o aplaudiendo ingenuamente sus propios discursos. El hombre cuyo crecimiento, tanto físico como mental, parecía frenado en la cúspide de su adultez era el gobernante perfecto para un Estado que se negaba a crecer.

Kim Jong-il nació en una base de la Cruz Roja en el este de Rusia y pasó parte de su infancia en China: un nacimiento más auspicioso fue inventado para él, en un campo de partisanos en lo alto de la montaña más alta del país, su aparición aparentemente anunciada por una golondrina y acompañada por un arco iris doble y una nueva estrella. Su nacimiento oficial también fue postergado durante un año, permitiéndole ser representado como 30 años más joven que su padre.

Pero si nació en un mundo de fantasía, fue rápido en captar la importancia de realzar y llenar los huecos del cuento de hadas. “A comienzos de la década de 1960”, escribió el experto en Corea Jasper Becker, “Kim Jong-il se hizo cargo de la propaganda en lo que se había convertido en la sociedad más reglamentada de la historia. Los coreanos debían adorar a toda la familia desde generaciones anteriores como salvadores divinamente autorizados de la nación coreana y de todo el universo”. Los rasgos más absurdos de la adoración al emperador preguerra japonés y el culto a la personalidad de Stalin estaban fundidos en uno.

A lo largo de los años, las escapadas brindaron vistazos de la vida de lujo que él se forjó. Un ex chef reveló cómo anduvo por el mundo robándose delicatessen de las mesas de su dueños: caviar de Irán y Uzbekistán, melones y uvas de China, sashimi de Japón, papaya de Tailandia, cerveza de la República Checa y panceta de Dinamarca. Una vez Kim secuestró al mejor director de cine de Corea del Sur y lo obligó a darle ímpetu a la alicaída industria cinematográfica del norte.

Aquellos que desafiaban al régimen pagaban un precio terrible en un campo de concentración que rivalizaba con los peores del stalinismo. Un guardia en los campos habló de su shock al llegar por primera vez y ver los esqueletos piel y huesos caminando, muchos con cicatrices donde habían sido golpeados, muchos sin orejas que les habían sido arrancadas. Se les enseñaba a los guardias a que los consideraran subhumanos y eran muertos en las formas más crueles, arrastrados por jeeps o quemados o enterrados vivos.

El niño tirano de las plataformas mantuvo un estado de permanente tensión con el sur, no permitiendo jamás que se firmara un tratado de paz, más de 60 años después del fin de las hostilidades. Kim Jong-il exacerbó esa tensión con periódicos estallidos de agresión cuidadosamente calibrada: construyendo y luego probando armas nucleares, para asegurarse el respeto de Occidente y de Japón; manteniendo a más de un millón de una población de 23 millones bajo las armas. Y asegurándose que la ignorancia de su pueblo sobre el verdadero estado de los asuntos más allá de las fronteras siguiera siendo completa.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

Traducción: Celita Doyhambéhère.

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