EL MUNDO › EL CANDIDATO A LA REELECCIóN NO PARA UN SEGUNDO; SU RIVAL SOCIALISTA SE PASEA COMO UN FLâNEUR
El presidente francés intenta quitarse el mote de hombre rico. La propuesta de su contendiente de aplicar un impuesto a los que más ganan recibió el apoyo de la mayoría. Si los comicios fueran hoy, ganaría Hollande.
› Por Eduardo Febbro
Desde París
Uno corre y el otro camina. El hombre frenético y el hombre tranquilo. El jefe y el aspirante. Nicolas Sarkozy y François Hollande se proyectan en el espacio público con dos imágenes que cualquier cámara capta en un instante. El candidato socialista a la elección presidencial de abril y mayo próximos se pasea, se ha vuelto una suerte de flâneur tranquilo, mientras que el presidente francés corre de un extremo al otro en busca de esa fusión con su pueblo que plasmó en 2007 y que ahora, de mitin en mitin, no consigue realizar. El contraste es radical: el frenesí de un hombre seguro de su poder, convencido de que nadie le puede ganar, que recurre a todas las artimañas que los estrategas de la comunicación son capaces de lucubrar; y el sosiego de su rival, que sabe el repudio que suscita el presidente y el capital que representa la apacibilidad al cabo de cinco años de una presidencia donde la velocidad y la ocupación enardecida de la plaza pública terminaron por agotar a la sociedad.
Nicolas Sarkozy, presidente en ejercicio y candidato a su relección, autodefinido con la etiqueta de salvador del pueblo contra las élites, gran aficionado a los Rolex, los anteojos RayBan y la cultura ostentativa, lleva dos semanas de campaña electoral sin que la “sondología” registre la más decisiva variación a su favor. La extrema derecha ya no amenaza más a Sarkozy, el centro corre el riesgo de verse desplazado por el Frente de Izquierda de Jean Luc Melanchon, al tiempo que la extrema izquierda y los ecologistas se quedaron en el camino víctimas de sus propias divisiones. El combate se focalizó entre el vértigo ultraliberal y la parsimonia de una socialdemocracia restaurada.
Parece que el tiempo y la opinión pública se hubiesen detenido en la misma posición: François Hollande mantiene una distancia casi invariable de entre tres y cinco puntos en la perspectiva de la primera vuelta del próximo 22 de abril y una abrumadora ventaja de entre 12 y 16 puntos en la segunda del 6 de mayo. Con el correr de las semanas, la elección presidencial va adquiriendo el perfil de un voto referendario: más que una decisión entre una u otra opción política, el sentido es por o contra Sarkozy. El presidente se lanzó a la batalla electoral con uno de esos argumentos que los consejeros en comunicación inventan como si los pueblos fuesen tontos o no tuvieran memoria: primero se presentó bajo la banderola de “candidato del pueblo” y, después, en su primer mitin realizado en Marsella, como el “candidato del pueblo contra las élites”. Ya no tenía el Rolex en la muñeca pero esa sombra de “presidente de los ricos” que él mismo se forjó lo persigue allí donde va. Por ahora, la gente no olvida la memorable noche de su victoria de mayo de 2007, cuando fue a festejar su triunfo en uno de los restaurantes más emblemáticos de la gran burguesía adinerada, el Fouquet’s, en los Campos Elíseos. Sarkozy celebró su recién ganada presidencia con un círculo íntimo de industriales y millonarios. Fue el acto inaugural de su mandato. A medida que va bajando de su pedestal de presidente al modesto estatuto de candidato, Sarkozy mide el encono popular. Hasta ahora, todos los mítines en los que participó fueron exuberantes, perfectos en la escenografía, en la participación del público cuyos gritos y sonrisas estaban regulados con un mecanismo de perfecta relojería. Pero en terreno abierto, en la calle, sin los cordones policiales que antes, cuando no era presidente-candidato, despejaban las calles kilómetros a la redonda, Sarkozy se enfrentó a una realidad nueva: en su visita a Bayona tuvo que esconderse en un bar ante la tumultuosa bronca popular que suscitó su presencia.
No ha perdido, falta mucho. Sarkozy es un guerrero astuto que se nutre en la rudeza del combate. Pero tuvo una semana calamitosa. Su portavoz y ex ministra de Transportes, Nathalie Kosciusko-Morizet, cometió un error monumental cuando le preguntaron si sabía cuánto costaba un boleto de Metro: 4 euros, dijo. Error. Cuesta 1,70 euro. El mismo presidente se expuso cuando, tres días antes de que fuera un hecho, confirmara la llegada al Líbano de la periodista francesa Edith Bouvier, que se había quedado atrapada en Homs, la ciudad siria acechada por las tropas del régimen de Bachar Al Assad. Sarkozy y su estructura multiplican los anuncios, las intervenciones, los golpes mediáticos, pero el índice no se mueve. La candidatura socialista no suscita entusiasmos efusivos. Sin embargo, con un par de palabras, François Hollande desplaza a su rival del centro de la escena. Hollande propuso un gravamen del 75 por ciento sobre un segmento superior al millón de euros de ganancias. Ello aumentaría los impuestos de categorías de la población con muchos ingresos que suelen salvarse de la Justicia fiscal. La medida preconizada por Hollande afectaría a los millonarios populares, es decir, los jugadores de fútbol y los cantantes, que pagan migajas. El aparato liberal se le vino encima. Los medios, que están al servicio de la empresa ultraliberal, manipularon y demolieron la propuesta. El resultado fue exactamente opuesto: 61 por ciento de los franceses está de acuerdo con el candidato socialista. Peor aún, la medida del aspirante socialista encontró de inmediato un nombre en la voz popular: el impuesto Fouquet’s.
La derecha europea, empeñada en derribar el modelo social del Viejo Continente, ve abrirse una fisura en el compacto frente que formaba hasta ahora. La victoria probable de François Hollande y su compromiso de renegociar el pacto fiscal impuesto por Alemania es una amenaza para el frente liberal. Sus integrantes se han coalicionado para boicotear a Hollande. Según revela el semanario alemán Der Spiegel, la canciller alemana Angela Merkel les propuso a sus colegas de Italia, Mario Monti; de España, Mariano Rajoy, y de Gran Bretaña, David Cameron, que no recibieran al candidato socialista. Der Spiegel asegura que Monti, Rajoy y Cameron se “comprometieron verbalmente” a boicotearlo. El hombre que camina despacio puso en cortocircuito el tren ultraliberal de alta velocidad. Los príncipes negros también entraron en acción apuntando sus flechas hacia los extranjeros. Sarkozy agotó su reserva de votos y sólo queda un espacio de conquista posible a la ultraderecha. El actual ministro de Interior, Claude Guéan, se volvió a ilustrar con uno de sus acostumbrados desprecios públicos hacia los extranjeros. Los socialistas proponen que los extranjeros tengan derecho a voto en las elecciones locales. Claude Guéan consideró que si eso ocurriera, equivaldría “a que la presencia de alimentos halal (animales tratados según el rito musulmán) sea obligatoria en las cantinas escolares”. Antes había dicho que “todas las civilizaciones no valen lo mismo”. El nudo de los sondeos empujará a la derecha a incursionar más hondo en las cuerdas de la extrema derecha. Habrá que taparse los oídos y la nariz. Sarkozy corre detrás de una fórmula que no termina de cuajar. Hollande lo espera sentado en el banco de la plaza. La calma contra la tempestad. Nada está definitivamente ganado ni perdido. El resultado de la confrontación entre estos dos modelos seguirá siendo incierto hasta último momento. Pero el reino de la velocidad va perdiendo poco a poco sus certezas ante el efecto neutralizador de la lentitud.
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