EL MUNDO
› COMO VIVEN EL CAMBIO DE REGIMEN LOS CHIITAS, SUNNITAS Y CRISTIANOS EN BAGDAD
Dios es el nuevo protagonista político en Irak
Mientras una reunión presidida por un general y un petrolero de EE.UU. rediagramaba Irak, y un ex banquero amigo del Pentágono se instalaba en Bagdad, chiítas, sunnitas y cristianos contaron a Página/12 sus temores, deseos y esperanzas.
› Por Eduardo Febbro
Cualquier rostro desconocido desencadena un chorro de disparos de Kalachnikov. Entrar en el gran suburbio chiíta de Bagdad, la ex Saddam City hoy rebautizada Al-Sadr City, es poner el pie en un mundo con sus propias reglas. Los chiítas de Al-Sadr City solucionaron el problema de los saqueos y de la anarquía a su manera: milicias armadas hasta los dientes y autogestión. De las tres religiones que forman el arco confesional de Irak, chiítas, sunnitas y cristianos asirio-caldeos, la de los chiítas vive la caída del régimen de Saddam Hussein como una hora de gloria. Reprimidos, asesinados, mal representados, los chiítas se preparan ahora a desempeñar un papel preponderante dentro de la solución política montada por la administración Bush. Amordazados durante 35 años, los jefes religiosos chiítas se exhiben abiertamente, hablan con la prensa y, por primera vez desde la ascensión al poder del régimen del partido Baaz en 1968, ponen sus exigencias sobre la mesa. El imán de la mezquita AlRassul, Ali Al-Shawki, se exhibe y habla sin ningún reparo. Su espesa barba negra es menos vistosa que las milicias armadas con Kalachnikov que lo protegen y que el revólver de plata que sobresale de la cintura. “Ni Saddam ni los Estados Unidos controlan Irak. El poder está en manos de los jefes religiosos”, dice Ali Al-Shaw.
La recomposición política de Irak comenzó antes de que los estrategas norteamericanos hayan entendido la complicada aritmética iraquí. A los chiítas, que le pusieron a Saddam City el nombre de uno de sus jefes asesinados en 1999, no les gusta nada que EE.UU. haga oídos sordos ante los reclamos de la comunidad. “En la época de Saddam Hussein no teníamos derecho a la palabra. Los norteamericanos conocen perfectamente la situación. Tardaron demasiado en actuar y ahora deben escucharnos”, dice Ali Al-Shawki. Ampliamente mayoritarios en el país pero aislados por el saddamismo, los chiítas se han convertido en pocos días en una nueva fuerza política de la que no será fácil prescindir. Prueba de ello es el “mensaje” que le enviaron al mundo. Los saqueos ocurridos en el centro de Bagdad tras la fuga de los dirigentes saddamistas y de su jefe, el incendio de las bibliotecas, de los archivos, de las dependencias públicas y de cuanto símbolo del Estado representaba la opresión del antiguo orden es obra de los habitantes de la nueva Al-Sadr City. Ellos desencadenaron la ola de saqueos y fueron los mismos jefes chiítas quienes, una vez que calcularon que el mensaje había sido escuchado, ordenaron que se detuvieran. Las mezquitas les pidieron a los fieles que devolvieran lo robado y llamaron a formar grupos de voluntarios para limpiar la ciudad. Con un dejo de cinismo consciente, Al-Shawki explica: “Los iraquíes manifestaron su alegría y las ganas de tomarse la revancha. Después, gracias al llamado de los religiosos, se calmaron y empezaron a llevar a las mezquitas lo que habían robado. Nosotros lo devolveremos cuando tengamos un gobierno democrático”. Hussein-Al-Assadi, uno de los jeques de Saddam City, rehúsa radicalmente la presencia de las tropas norteamericanas: “Que Saddam se haya ido está muy bien, pero que EE.UU. haya venido aquí es un desastre”. Los chiítas iraquíes consideran “indigesto” el plan elaborado en Washington y que apunta a darles la mejor tajada a los grupos opositores que estaban en el exilio. Haciendo uso de un consumado arte de la paradoja, el imán de la mezquita Al-Rassuladvierte: “Agradecemos a los norteamericanos que nos hayan liberado, pero si piensan que vinieron a colonizarnos tendremos que considerarlos como nuestros enemigos”. Por lo pronto, los jefes político-religiosos chiítas no piden todo el poder para ellos y juegan la carta de la multiconfesionalidad. Pero el imán Hussein-Al-Assadi aclara: “El Estado islámico es nuestro objetivo. Se trata de una aspiración de todos los países musulmanes y árabes”.
Con apenas 3 por ciento de la población, los cristianos no forman un auténtico grupo de presión política ni religiosa. Lo único que anhelan es permanecer lo más discretos posibles para no despertar la hostilidad de los chiítas y los sunnitas. Para ellos, la llegada de los norteamericanos es a la vez un alivio y un problema. Alivio porque rompió el monolitismo del partido Baaz, problema porque las significaciones de la intervención adquieren rápidamente formas religiosas. “Nos van a confundir con los protestantes y corremos el riesgo de ser la comunidad que pague los platos rotos”, dice una cristiana del barrio Karrada. Jean Souleyman, el obispo del rito latino de Irak, reconoce que “la fase actual de la guerra despierta viejos temores. La gente teme verse marginalizada o agredida por los chiítas y los sunnitas”. Apretados entre dos confesiones más numerosas, los cristianos se sienten amenazados. Las agresiones no son frecuentes pero sí reales. “En estos días he escuchado cosas muy fuertes. Varias veces oí que nos llamaban comunidad de Bush.” Hormas Ismail, un cristiano griego ortodoxo de 65 años, les dijo a sus hijos que, a pesar de la guerra, no había que partir. El hombre cuenta que “durante 30 años salí de mi casa sin saber si iba a regresar. El miedo nos paralizaba. Cualquier cosa que dijéramos podía volverse contra nosotros”. Como los chiítas, los cristianos se sienten liberados, pero se oponen que EE.UU. permanezca en Irak. “Sería lo peor que podría ocurrirnos porque desembocaríamos en la guerra civil”, dice Ismail.
Los sunnitas viven hoy en la cuerda floja. Pese a ser menos que los chiítas, controlaron el país durante más de 30 años. La aplastante dictadura que ejercieron contra las demás comunidades los deja expuestos a todas las venganzas. Los barrios de Bagdad en donde residen han sido lisa y llanamente atrincherados. “Para mí, el futuro es negro. Después de lo ocurrido, no sabemos qué lugar tendremos en el próximo gobierno. Hasta ahora, no ha habido arreglos de cuentas por parte de los chiítas. Pero quién sabe. Puede ser una táctica, un compás de espera para golpear en otro momento”, analiza un líder sunnita. Nada permite hoy hablar de aislamiento ni de violencia dirigida. Por ahora, el miedo los protege, el miedo sordo y a menudo inconfesable que se palpa en las venas de la población. ¿Y si Saddam estuviera aún con vida? ¿Y si Saddam volviera? El espectro de Saddam es un freno a la venganza. Los kurdos tienen un problema territorial y fueron víctimas de los sunnitas tanto como los chiítas en el sur. En el próximo esquema político iraquí, Dios pesará mucho más que las estrategias terrenales.