EL MUNDO › JEAN-LUC MéLENCHON CORRE POR IZQUIERDA
› Por Eduardo Febbro
Desde París
El hombre provoca adhesiones instantáneas o un rechazo eléctrico. Jean-Luc Mélenchon salió del margen para llegar al centro de las urnas: el candidato del Frente de Izquierda roza hoy 10 por ciento de las intenciones de voto. Una hazaña que mucho le debe al contexto de crisis, al desenmascaramiento del capitalismo parlamentario y su sumisión a las oligarquías financieras, a la convicción y fuerza de sus argumentos marcados por la insolencia, la insumisión y una estética política anticonsensual, y a un libro, inspirado de la hecatombe argentina de 2001: Qu’ils s’en aillent tous, “Que se vayan todos”. Es uno de los libros políticos que más se han vendido en Francia. Jean-Luc Mélenchon y el Frente de Izquierda lograron hacerse un lugar entre el Partido Socialista y la extrema izquierda. Además de las ideas que defiende como un león, su estilo rezongón pero generoso, a la vez agresivo y humanista, hábil sin ser torcido, ha conquistado un electorado popular y joven que puebla los meetings que este ex socialista organiza a lo largo del país. 5000, 7000, 10.000 personas en cada reunión, un record absoluto para la izquierda radical y antiliberal francesa. Le Front de Gauche (Frente de Izquierda) es el resultado exitoso de la fusión de varios movimientos de la izquierda más dura que antes estaban dispersos. Este hombre político poco común dentro de un sistema político ultra regulado le habla a la gente de lo que casi nadie evoca, sus problemas: el desempleo, la precariedad, la inseguridad, sus derechos sindicales, las dificultades en el transporte, la titánica tarea de cuidar a los niños para alguien que trabaja y, desde luego, las encendidas diatribas contra el orden liberal: “hay que golpear, golpear y golpear contra la finanza. Sólo así la haremos retroceder”.Un slogan simple, “Tomen el poder”, un discurso de ruptura con los buenos modales, una violenta cruzada contra la extrema derecha y la puesta en escena de la palabra popular le han valido un ascenso fulgurante en las encuestas de opinión.
Mélenchon se dirige al pueblo, a las manos que trabajan, al ferroviario, al mozo de café, al obrero de la fábrica que pasa dos horas en los transportes públicos y cuya mujer está sin trabajo y tiene dos hijos que educar y alimentar. Les habla a los excluidos del sistema bancario, a los que llegan a fin de mes con un par de centavos en el bolsillo. Atípico. “La lucha contra la precariedad ha sido siempre la meta de la humanidad”, dice Mélenchon. Su estrategia le da resultados: “el primer medio de comunicación del pueblo es el mismo pueblo”, dice con ironía. Jean-Luc Mélenchon suena con la “conjunción entre las luchas sindicales y las luchas políticas”. Cuando habla en las salas llenas de miradas esperanzadas, este ex ministro socialista toca el corazón de la gente: “entre el débil y el fuerte, es la ley la que protege y la libertad la que oprime”. Éxito garantizado. Hay quienes lo definen como un “populista de izquierda”. Ocurre que en las democracias liberales hablar franco suena a populismo. Mélenchon también sabe jugar con los símbolos: el próximo 18 de marzo organizará un meeting en la Plaza de la Bastilla bajo el slogan “recuperemos la Bastilla”. El lugar es el emblema de la Revolución Francesa de 1789 y la fecha coincide con el aniversario del levantamiento de la Comuna de París, en 1871. Mélenchon está en sintonía con el malhumor popular. Su estilo franco y belicoso contra las elites, su denuncia del patronato y de la Europa ultraliberal que devora los salarios y los sueños le han dado una popularidad muy por encima de lo que puede captar en votos. El 10 por ciento que vaticinan las encuestas de opinión es más que todo lo que obtuvieron en 2007 los candidatos de la extrema izquierda.
Su programa es una suerte de sueño social: 100 mil millones de euros de impuestos suplementarios cobrados a los “ricos”, a las ganancias financieras y las empresas, un salario mínimo de 1700 euros (2200 dólares), contratos de trabajo de por vida, la jubilación a los 60 años y cero pobreza. “¡Señores ricos, van a pagar!”, grita Mélenchon en las tribunas. La crisis, el ultraliberalismo de Sarkozy y los ejemplos de Grecia, Portugal, Irlanda y España abrieron una brecha para el discurso de esta alianza de partidos que reagrupa a varios movimientos de izquierda antiliberal que se oponen a la Europa financiera. Izquierda comunista, socialista, ecologista, republicana y radical, el frente consta de varios partidos, algunos minúsculos; otros, como el antaño poderoso Partido Comunista Francés (PCF), que estaban a punto de ser tragados por la historia. Casi todos los movimientos que componen el Frente de Izquierda son escisiones de partidos más importantes. Todos se unieron al final bajo la bandera de Jean-Luc Mélenchon y un proyecto federador: unificar los componentes dispersos de las izquierdas. En 2009, el Frente se presentó a las elecciones europeas y ganó cinco europarlamentarios (Mélenchon es uno de ellos). Hoy, la fórmula funciona en un terreno más disputado y complejo, el de una elección presidencial. “Movilizamos más allá de los círculos politizados”, dice el candidato del Frente de Izquierda con una sonrisa satisfecha. Jean-Luc Mélenchon tiene una trayectoria muy sólida. Nació en Tánger, en 1951. Licenciado en Letras modernas y Filosofía, periodista, Mélenchon participó activamente en las jornadas revolucionarias de Mayo de 1968. Ingresó al Partido Socialista en 1977. Fue diputado, concejal y ministro de la Capacitación Superior en el gobierno socialista de Lionel Jospin (1997-2002). Mélenchon fue rápidamente una personalidad fuerte del ala izquierda del Partido Socialista. Siempre inquieto, con el rumbo a gauche y fervorosamente opuesto al rumbo liberal que iban tomando los Socialistas, Jean-Luc Mélenchon fundó varias corrientes internas: Izquierda socialista (1988) Nuevo Mundo (2003), Guión, Por la República Social y, en 2008, el Partido de Izquierda. Sus bases coinciden mucho con Die Linke, la formación de la izquierda alemana: socialista democrático, ecologista, anticapitalista y republicano. Las metas fijadas hace cuatro años se plasman hoy: “reunir a toda la familia de la izquierda antiliberal de Francia”. En septiembre del año pasado, Jean-Luc Mélenchon fue elegido candidato a la presidencia por el Frente.
En seis meses de acción y de campaña, pasó de la nada a cautivar un electorado que estaba disperso e incluso a desplazar en los sondeos a la extrema izquierda del NPA, Nuevo Partido Anticapitalista. El ascenso del Frente de Izquierda introduce cambios en las orientaciones del candidato socialista, François Hollande. Con 10 por ciento de los votos en la primera vuelta, Hollande tiene que ir a la segunda sin prescindir de esos votos. Esa es la gran victoria de Mélenchon: obligar al aspirante socialista, a quien se opuso con vigor en 2008, a abrir el abanico hacia la izquierda. Pero el candidato del Frente de Izquierda es también un aliado de peso del PS. Mélenchon se ha vuelto hoy el espadachín más certero y agresivo contra la extrema derecha del Frente Nacional, al que repudia con todas las palabras más fuertes del diccionario. “Frente contra Frente”. Pero no es todo: Fábrica por fábrica, barrio por barrio, suburbio por suburbio, Mélenchon le disputa a la ultraderecha los votos del electorado popular tentado por la xenofobia y el proteccionismo de su candidata, Marine Le Pen. Se esté o no de acuerdo con él, verlo es una fiesta. Hasta sus enemigos ideológicos le reconocen la gracia, la combatividad y el curioso arte de dar vuelta las sensaciones y tornar el rechazo inicial en adhesión o, al menos, en atención a los argumentos. Sus meetings ya tienen aura de gran espectáculo con centenas de personas haciendo cola antes de que se abran las puertas, banderas rojas, cantos revolucionarios y una suerte de fusión inmediata con el candidato que, apenas entra en escena, le propone al público “abrir una brecha derrotando el poder de Sarkozy y el parásito fascista” (la extrema derecha). La experiencia del Frente de Izquierda es también un modelo en sí: dispersos, los partidos de la izquierda radical, comunistas, ambientalistas, en suma, toda la galaxia antiliberal, carecen de fuerza. En cambio, unida, puede pesar en el tablero político. Nadie puede prescindir del 10 por ciento de los votos. Jean-Luc Mélenchon asume dos batallas: la de sus ideas y la otra, para él primordial: “derrotar políticamente a la extrema derecha. Si lo hacemos en Francia, incluso para elegir a un moderado (François Hollande), daremos una señal a toda Europa de que es posible sacarse de encima a los liberales”.
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