EL MUNDO › ENTREVISTA A CAMILA VALLEJO, LíDER DEL MOVIMIENTO ESTUDIANTIL QUE JAQUEó AL GOBIERNO DE DERECHA EN 2011
La dirigente universitaria afirma que los estudiantes discuten qué relación tendrán con las organizaciones sociales y sus demandas, que están en el tapete. Y que el gobierno de Piñera va a privatizar y enajenar los recursos.
› Por Christian Palma y Marcelo Garay
Desde Santiago
En la sede de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECH) el verano aún no da tregua. Los 30 grados promedio que abrasan Santiago no impiden que la dirigente universitaria Camila Vallejo pose con sobria naturalidad frente a la lente de un reportero gráfico. Ya ha concedido un par de entrevistas a medios locales y se muestra un poco agobiada. Dice estar inquieta porque “insisten con lo de mi candidatura al Congreso”. Pero en los patios de la también llamada Casa de los Estudiantes de Chile no hay ánimos de celebración alguna, menos por Piñera, que esta semana cumplió dos años gobernando Chile. Para Vallejo, que Piñera ocupe hoy el principal sillón de La Moneda no es lo único que tiene al país más que inquieto. También el guión escrito por quienes lo antecedieron.
–¿En qué momento político estabas cuando Sebastián Piñera ganó las elecciones? ¿Sentís que fue una derrota?
–Ya estábamos trabajando dentro del movimiento estudiantil. Todos sufrimos un alto costo político. Nos sorprendió que todavía en Chile existiera un sector que avalara las políticas de derecha con tal extremidad, pero no lo sentimos como una derrota. Creemos que fue un cobro, un ajuste de cuentas a la Concertación, que durante sus veinte años de gobierno vendió la pomada de ser de izquierda, esto de la transición a la democracia finalmente incumplida. Cuando lo que hicieron fue profundizar, mantener y acomodarse al modelo neoliberal.
–¿Le reconoces alguna virtud al gobierno de Piñera a dos años de gestión?
–Más allá de las diferencias políticas e ideológicas, yo esperaba un mayor grado de eficiencia en el gobierno, que fue un poco la promesa que levantaron durante la campaña. Me es difícil evaluarlo en términos positivos, porque eso no fue realizado. Además, un gobierno también tiene la responsabilidad de continuar ciertas políticas, por un tema de Estado. De lo contrario, no sirve de nada tener gobiernos que duran cuatro años. En eso, claro, se le puede reconocer alguna continuidad, porque la Concertación tampoco promovió transformaciones de fondo. Y lo que espera la sociedad son cambios profundos, no sólo modificaciones o maquillajes. Y eso se revela en las expresiones sociales. No solamente en el movimiento estudiantil, sino también, por ejemplo, en lo que está pasando en Aysén.
–¿Y la explosión social del último período responde a que Chile es gobernado por la derecha o es un tema más de fondo?
–Si uno hace un balance del 2011, no puede desconocer que éste es un movimiento en desarrollo, es resultado de un proceso histórico. Hay aún una seguidilla de manifestaciones sociales previas: Magallanes, la huelga de los trabajadores del cobre, el movimiento contra Hidroaysén, los paros de los empleados fiscales, las marchas por la diversidad sexual, la constante lucha del pueblo mapuche. Pero lo que pasó el 2011 no fue algo espontáneo que se dio por la necesidad de generar una oposición a un gobierno de derecha, sino fruto de una acumulación de descontento, incluso, desde la vuelta a la democracia. El movimiento estudiantil, además de poner en el debate nacional el problema de la crisis educacional, ha reactivado a distintos sectores organizados y no organizados. Y, lo más significativo, ha cuestionado el sentido común que nos tenía “cómodamente insensibles” –como diría la canción de Roger Waters– a los abusos del modelo.
–Luego del periplo por Europa, que realizaste con otros dirigentes, ¿cómo visualizas la política exterior del gobierno?
–La política que ha implementado Chile –no solamente este gobierno– se ha centrado principalmente en tratados de libre comercio, en la política macroeconómica y en vender una buena imagen del modelo de desarrollo. Al calor de las movilizaciones del 2011, cada vez más se derrumba este mito. Las giras nos develaron qué es lo que se conocía en los otros países del mundo, en base a las relaciones que establecían los gobiernos de la Concertación y el de Piñera: un modelo ejemplar, el Jaguar de Latinoamérica, alto crecimiento económico, un buen modelo de educación. Y eso, cada vez más, está siendo cuestionado, deslegitimado.
–¿Cómo proyectas al movimiento estudiantil en el llamado “segundo tiempo” de Sebastián Piñera?
–Lo que pasó el 2011 marca, claramente, un antes y un después en la historia de Chile. Tenemos la gran oportunidad de hacer que el movimiento se amplíe y fortalezca su capacidad de elaboración de propuesta política, sustentada en el trabajo basal, en asambleas territoriales, ciudadanas, o en cualquier forma de articulación multisectorial democráticamente constituida. Espacios que no pueden trabajar aislados o atomizados. Se requiere, necesariamente, de una coordinación nacional donde todas las organizaciones sociales involucradas tengan su representación. Ese es el desafío. El movimiento estudiantil está discutiendo qué relación va a tener con esas organizaciones sociales y las demandas que ya se han puesto sobre la mesa: reforma tributaria, renacionalización de los recursos naturales –particularmente del cobre–, cambio en el sistema político, la necesidad de una asamblea constituyente. Por ahí va el camino. El nivel de deslegitimación del sistema y de quienes lo han sostenido y profundizado durante todos estos años nos plantea un momento oportuno para dar ese paso. Nadie quiere sólo estallidos sociales o movimientos meramente testimoniales. Queremos cambios concretos y profundos.
–En las reformas políticas impulsadas por el actual gobierno se avanzó (se dice) en la inscripción automática y el voto voluntario. El supuesto es que ahora 4,5 millones de nuevos votantes acudirán a las urnas. ¿Crees que eso ocurrirá así?
–Ese escenario es bastante incierto. Creo firmemente que el voto debería ser obligatorio. Es algo complejo, porque puede llegar a provocar una baja en la votación, más aún con la deslegitimación de la política que existe entre los jóvenes. Ahora, con lo que ha pasado con el movimiento estudiantil, puede que eso haya cambiado, pero nada lo asegura. Entonces, a mí en particular me preocupa el fenómeno que pueda causar el voto voluntario.
–¿Ves a la derecha en un segundo período de gobierno?
–Ni la derecha está derrotada ni el modelo está derrotado. Claramente está cuestionado, fisurado, pero no está derrotado. Ante eso, hay que prepararse, construir alternativas. Porque no queremos repetir ni un gobierno de derecha ni uno con las características de la Concertación. Primero, el desafío es generar la alternativa. Ahora, creo que este gobierno también ha dado señales de lo que va pasar en las próximas elecciones presidenciales, apresurándose a privatizar y enajenar nuestros derechos y recursos, lo último que nos queda, como lo que está pasando con el litio. Eso puede ser una señal política. Un decir: “Bueno, nos vamos, pero no nos vamos con las manos vacías”.
–¿Y a la Concertación le ves alguna posibilidad de ser otra vez gobierno?
–La Concertación no tiene posibilidades. Hay una crisis profunda en esta coalición. No tiene un proyecto político que le permita abrir la posibilidad a un triunfo electoral. Creo que lo de la Concertación se va a definir este año. Tal vez habrá sectores dentro que se definan abiertamente opositores al modelo que han sustentado durante años y se tienda hacia un ala más de izquierda o más progresista, pero no creo que exista alguna posibilidad. Esto de la “Concertación 2.0” es inaceptable. Y espero que eso se exprese en las urnas.
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