Vie 18.04.2003

EL MUNDO

Los gritos y la tragedia en los hospitales de Irak

Los hospitales de Bagdad no dan abasto. Y Alí, el niño que perdió sus brazos y su familia, es sólo un símbolo de miles de tragedias en la totalidad del país.

Por Francisco Peregil *
Enviado especial a Bagdad

Alí, el niño que se quedó sin brazos, sin 12 miembros de su familia y con el pecho quemado, partió el miércoles hacia Kuwait. Pero en los hospitales de Irak quedan cientos de tragedias. Muchos médicos y enfermeros, por cuestiones de transporte o de inseguridad, abandonaron sus centros. Y otros, sin saber cuándo volverán a cobrar un sueldo y quiénes se lo pagarán, han dado más de lo que estaba en sus manos. Pero no es suficiente. En hospitales como el de Chewoder, en pleno barrio de Zoura, una de las zonas más marginadas de Bagdad, los enfermos se retuercen en sus camas y piden más atención, más medicamentos.
Cuando el extranjero saca un billete de 20 dólares, cifra que supera con creces el dinero que mucha gente puede ganar en 15 días, el enfermo lo rechaza con una mueca. “No necesito dinero sino medicamentos, atención médica. Difúndalo bien, por favor.” La misma escena se repite con varios enfermos más. Algunos son pobres. Pero no quieren dinero. En hospitales donde aún sigue llegando gente herida por balas o por bombas de racimo, y donde el sonido de los tiros se oye desde los quirófanos, la gente reclama atención. “Saddam sólo estaba interesado por la salud de su familia y de una elite. Y ahora llegan los norteamericanos y sólo se interesan por su propia seguridad”, se lamenta un enfermo con una herida de bala en la pierna.
Frente a él yace Rabia Jaber, la madre de una familia en cuya casa una bomba que cayó hace 10 días dejó secuelas irreversibles: a ella le ha dejado sin una pierna; a su sobrino Muslim, que se encontraba en la casa, también. Su hijo Jasin también quedó sin una pierna. Y su hijo Ibrahim terminó con fragmentos de metralla por todo el cuerpo. La casa, destruida, y el marido de Jaber y el resto de los hermanos están viviendo en las de los vecinos.
El director del centro, Mowafa Gorea, dice que hace lo que puede. Pero no es suficiente. “Llevo 27 días trabajando a tiempo completo. Hace 16 días que no veo a mi familia. La saqué fuera de Bagdad y no sé nada de ellos, ni ellos de mí. Pero tengo que seguir al frente de esto. Antes de la guerra aquí había una plantilla de 600 personas. Ahora sólo cuento con 23 médicos y 120 enfermeras”. “Hay demasiadas tragedias como la del niño Alí Smain”, lamenta el director del hospital. “Aquí ha permanecido Alí varios días ingresado, hasta que un semanario que se llama The Australian ha hecho las gestiones necesarias para sacarlo fuera del país a que lo atiendan mejor. Pero quedan en Irak demasiados niños que han perdido a sus padres y mucha gente que se ha quedado sin miembros”, denuncia. Y añade: “Por si todo este trabajo fuese poco, además al personal de este hospital nos ha tocado identificar a los muertos. La oficina del forense ha quedado completamente desvalijada. No tiene ni sillas donde sentarse. Así que nosotros tenemos que sacar fotografías a los cadáveres y atender a los familiares que vienen en busca de ellos”.
Una hora ante la puerta del hospital Chewoder basta para comprobar que los rescoldos de la guerra no terminan de apagarse. Mientras varios enfermeros armados protegen la puerta, otros enseñan la ambulancia tiroteada “por los norteamericanos”. “Dispararon, la bala atravesó la puerta y le dio en la cabeza al enfermo que traíamos al hospital”, comentaba el conductor del vehículo. Y continúan entrando niños con el cuerpo abrasado por bombas recientes que los padres tratan de consolar inútilmente mientras los médicos les aplican cremas sobre las heridas.
* (De El País de Madrid, especial para Página/12.)

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