EL MUNDO › OPINIóN
› Por Ernesto López *
Grecia se tambalea hundida en el marasmo de la recesión, la turbulencia económico-financiera, la magnitud de su impagable deuda soberana y su sostenida crisis política. España se halla en un tembladeral, acosada por una también significativa deuda soberana, una economía recesiva y una problemática financiera y monetaria incierta. Holanda ha perdido su salud económico-financiera en tanto que problemas de calendario la han llevado a postergar hasta septiembre de este año unas elecciones que necesita como maná para tratar de reencauzar las cosas. Postales de una Eurozona (EZ) plagada de dificultades, estos tres casos sólo reflejan de manera amplificada las complicaciones y peligros que aquejan al conjunto. Fuertemente afectada por el crash de 2008/2009, no ha terminado aún de levantar cabeza y ya está a punto, considerando los desempeños de los países que la componen, de caer nuevamente en recesión: su crecimiento en el primer trimestre de 2012 fue cero y se proyecta como negativo para lo que resta del año. La Unión Europea no ligada al euro atraviesa una situación parecida y, por lo tanto, poco o nada puede aportar de favorable a aquélla. Con el Reino Unido también sumido en recesión, la totalidad de los diez países que integran este subconjunto va asimismo a los tumbos. Su crecimiento ha sido virtualmente nulo en el último trimestre de 2011 y el primero del año en curso ha cerrado levemente arriba de cero. Frente a este panorama –que incluye también problemas de deuda, bancarios, fiscales y obviamente monetarios– han comenzado a aparecer voces de alerta especialmente referidos a la EZ. Paul Krugman acaba de pintar un sombrío panorama sobre Grecia, España y, en menor medida, Italia, que podría conducir al fin del euro. Y el más que interesante blog de Roubini y colaboradores –Economonitor–, por su parte, abunda en artículos dirigidos a prevenir el peligro en ciernes: Europe’s depressing prospects: two reasons why Spain will leave the euro; Greece must exit; Get ready for the Spanish bailout (“las perspectivas deprimentes de Europa: dos razones por las cuales España abandonará el euro; Grecia debe persistir; prepárense para el rescate español”), entre otros. Todo esto está bien, pues remite a insoslayables problemas en curso. Pero es conveniente también abordar la menos examinada problemática política que está asociada a ellos. Veámoslo rápidamente.
De los 17 países de la EZ, los oficialismos que los venían gobernando sólo tuvieron continuidad en cinco casos: Austria (en 2008 fue su última elección), Alemania, Luxemburgo y Malta (con elecciones en 2009) y Estonia (con elecciones en 2011). Once países sufrieron alguna forma de discontinuidad: los partidos de gobierno fueron destituidos (aquí, tres casos nítidos: Grecia, Italia y Holanda) y en los otros operó el voto castigo. En 2010, en Bélgica, los democristianos de Flandes fueron derrotados y recién luego de una larga impasse los socialistas valones, en alianza con otros partidos, pudieron formar gobierno. En 2011, en Chipre, los renovados comunistas ganaron la presidencia contra un hasta entonces oficialista partido de centro. En Eslovaquia, en 2012, la socialdemocracia desalojó a una oficialista alianza de derecha. En España, en 2011, inversamente el Partido Popular hizo lo mismo con el PSOE. En Finlandia, en elecciones parlamentarias en 2011 y presidenciales en 2012 los conservadores sustituyeron a los socialdemócratas. Recientemente en Francia, al revés, el socialista Hollande derrotó al conservador Sarkozy. En Irlanda, en 2011, los conservadores del Fine Gael desalojaron a los liberales del Fianna Fail. Y en Portugal, también en 2011, los centristas de Partido Socialdemócrata reemplazaron al Partido Socialista. Este subgrupo representa el 65 por ciento del total. Finalmente, en Eslovenia, en 2011, el oficialista partido conservador fue derrotado por un partido de izquierda, pero el primer ministro en ejercicio consiguió de todos modos formar gobierno.
Es evidente que hay un grueso mar de fondo político desencadenado por las dañinas reformas estructurales neoliberales impulsadas por el gobierno de la Unión Europea. La lógica económica imperante golpea duramente a las sociedades que, a su vez, responden destituyendo o castigando con el voto a los gobiernos que las imponen. Se forma así un verdaderamente deletéreo círculo vicioso, que no respeta banderías ni identidades: la economía arrasa a la política y ésta, por su parte, ha sido hasta ahora incapaz de cambiar el signo de sus intervenciones en materia económica. El flamante presidente de Francia ha alzado la voz para demandar un cambio de rumbo que conlleve un retorno al crecimiento. Y en la reciente reunión del G-8 se ha hablado de mantener los ajustes y la disciplina fiscal, pero también de la conveniencia de recuperar algún dinamismo y cuidar el empleo. Quizá algo está empezando a cambiar. Hoy por hoy, sin embargo, el tándem economía-política parecería conducir sólo al abismo.
¿Tenemos a la vista, en Grecia y España, anticipos de cercanos naufragios en la Eurozona? No es fácil dilucidarlo. La primera se encuentra muy comprometida y su salida del euro podría arrastrar a la segunda e incluso a Italia. Pero también es verdad que un debilitamiento o, peor aún, una debacle de la EZ implicaría un durísimo golpe para el más importante centro de poder del mundo de hoy y no sería improbable que sus principales dirigentes e instituciones se pusieran de acuerdo para tratar de evitarlo.
A las puertas ya de un tiempo de desenlaces no es ocioso recordar que: a) nada fue igual con posterioridad al gran crash de 1929/1930, único ejemplo contra el cual puede contrastarse la grave crisis que aqueja a las economías maduras desde hace algunos años; b) la frase atribuida a Einstein, que afirma que la locura consiste en creer que algo puede mudar si se hace siempre lo mismo es perfectamente aplicable a la situación actual. De ambas premisas se desprende que, como están las cosas, sin cambios significativos de orientación, más tarde o más temprano el fracaso está asegurado. Convendría tenerlo en cuenta.
* Sociólogo. Embajador en Guatemala.
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