Mié 23.05.2012

EL MUNDO  › OPINIóN

La herencia de Juan Bosch

› Por Adriana Puiggrós *

En medio de torrenciales lluvias climáticas y tormentas informativas artificiales, se realizaron en República Dominicana las elecciones presidenciales en las que más de 200 observadores internacionales fuimos invitados para participar de los comicios, el pasado domingo 20 de mayo. Elecciones que se realizaron con la más absoluta transparencia.

Cerca del 70 por ciento de los electores participaron en este acto, con ese fervor que transmiten los dominicanos en sus conversaciones a los gritos y su habla, probablemente la más acelerada de los países de habla hispana. En este domingo de tormentas típicas del clima caribeño, resultó electo por el 52 por ciento el ingeniero Danilo Medina, candidato del Partido de la Liberación Dominicana (PLD). Durante el último mes, aquel país fue un enorme campo de disputa entre dos fuerzas políticas: el Partido Revolucionario Dominicano (PRD), que llevó como candidato para estas elecciones a Hipólito Mejía, y su desprendimiento, el PLD.

Las raíces de ambos están en el partido que fundó en 1939 un grupo de exiliados encabezados por Juan Bosch en La Habana. Con ideario democrático y antimperialista, se proponían construir una fuerza capaz de destronar al dictador Rafael Trujillo, que ocupó el poder desde 1930 hasta 1961, y todo resquicio de sometimiento que quedara en la sociedad dominicana.

Probablemente las diferencias entre el PLD y el PRD sean un buen ejemplo de la dificultad fundamental de sostener una fuerza en el centro del espectro político latinoamericano sin decidir el compromiso con el gran capital o con los sectores populares. La construcción de un partido nacionalista popular sustentado en una sólida organización de líderes, con mística, trabajo colectivo y centralismo democráticos, fueron los principios sostenidos por Juan Bosch.

Bosch quería “lograr una patria libre, soberana e independiente, en la cual impere la justicia social y el respeto a la dignidad humana”, continuando con el ideario de Juan Pablo Duarte Díez, activista independentista dominicano, que en el siglo XIX luchó contra el colonialismo. En 1962, Bosch fue electo presidente de la República y derrocado en septiembre de 1963 por un golpe de Estado orquestado por los Estados Unidos. El movimiento guerrillero de Francisco Camaño y la revuelta popular de 1965 que buscaba el retorno de Bosch determinaron la intervención militar estadounidense en la isla.

En 1966, el social cristiano Joaquín Balaguer se hizo de la primera magistratura por un acuerdo con los Estados Unidos, estableciendo un régimen basado en los denominados “mataderos electorales”. Pero es posible fijar ese momento como el inicio de una discusión sobre las alianzas necesarias para sostener la siempre amenazada independencia del país, discusión que se ve reflejada en la confrontación actual. En 1973, Bosch rompe con el PRD y funda el PLD, que queda a cargo de José Francisco Peña Gómez. Bosch abandona al sector que se inclina a pactar con Balaguer y con el gobierno de Carter y profundiza sus vínculos con los países socialistas y del Tercer Mundo, sosteniendo una postura de centroizquierda.

Ese hombre alto, delgado y de porte digno tenía firmes principios, era renuente a las alianzas circunstanciales, en ocasiones demasiado rígido para la política dominicana que, según algunos de sus compañeros, requería de un espíritu negociador para mantener el delicado equilibrio en el cual se sostenía su libertad, repetidamente usurpada por marines y tiranos. Esta observadora guarda el recuerdo de la campaña de don Juan en 1983. Aquel día que, estando en Santo Domingo por razones académicas, Bosch la invitó a acompañarlo en varios actos por el interior del país, era muy especial: ese 30 de octubre se celebraban las elecciones argentinas que determinarían el final de la dictadura y el triunfo del Raúl Alfonsín. Durante todo el día, el dirigente dominicano sostuvo que ganaría la UCR, contradiciendo los argumentos de su invitada, argentina y peronista.

A las seis de la tarde concurrieron al diario El Nacional, donde festejaron juntos la caída de la dictadura argentina. Treinta años después, República Dominicana, con un poco más de diez millones de habitantes, se volcó a una campaña en la cual militantes de los dos principales partidos trabajaron en cada uno de sus distritos municipales, padrón en mano, visitando a cada uno de los ciudadanos que estuviera en condiciones de votar; disputando el voto de cada compatriota residente en la isla o en el exterior; exponiendo las razones positivas de su candidato o las propias para cambiar o reproducir el poder local.

Una nueva generación ocupaba las mesas electorales; 243 mil jóvenes votaron por primera vez. Las mujeres se volcaron, en su mayoría, hacia Danilo, al son de su discurso moderno, democrático y apoyado en las mejoras económicas y sociales alcanzadas por el PLD durante los últimos doce años. El recuerdo del quiebre bancario, la desocupación y la pobreza que se vivieron durante los también doce años de gestión del PRD pesaron en la derrota de Hipólito Mejía.

Pero un poco menos de la mitad del electorado, el 47 por ciento, votó a Mejía, ese hombre que en plena campaña se atrevió a ofender a las cientos de miles de mujeres que trabajan de empleadas domésticas, al tiempo que apoyaba su campaña en el arcaico lema “Llegó Papá”, interpelación que necesariamente remite al carácter paternalista de los años de sometimiento del pueblo dominicano. Algo que se está tornando inaceptable en ese país, donde ya es difícil encontrar una sola persona descalza.

* Diputada nacional. Presidenta del Frente Grande.

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