EL MUNDO
Los familiares se preguntan dónde están los desaparecidos de Saddam
El recién creado Comité para los Presos Políticos busca el rastro de miles de torturados y desaparecidos iraquíes durante los 30 años de dictadura de Saddam Hussein. En esta nota, testimonios del horror y del inicio de la búsqueda por los familiares.
Por Jorge Marirrodriga y Guillermo Altares *
Desde Bagdad
Con la desaparición del régimen de Saddam Hussein han aflorado cientos de relatos acumulados durante 30 años de terror caracterizados por desapariciones, torturas y largas condenas de cárcel, en muchas ocasiones sin motivo oficial alguno. Miles de personas buscan estos días a sus familiares y un grupo de ellos ya se ha organizado para facilitar la labor con la ayuda de miles de archivos rescatados de la central de los servicios secretos iraquíes en los cuales, a lo largo de miles de páginas, se refleja el destino de millones de reprimidos.
Cualquier hecho podía desatar una sangrienta tormenta bajo Saddam. En 2000, la policía política –la Mujabarat– hizo llegar a Saddam un video rodado en Kuwait donde prostitutas iraquíes bailaban ante sus clientes con bombachas pintadas con la bandera iraquí. Al día siguiente, los fedayines decapitaron a plena luz del día a 47 presuntas prostitutas en Bagdad y colgaron sus cabezas en la puerta de sus casas con un cartel que decía “por el orgullo de la mujer iraquí”. La policía se negó a retirar las cabezas pese a las peticiones de los vecinos.
Karim Ibrahim al Mutairi, de 71 años, quedó ciego como resultado de las torturas. A él no le sirvió de nada haber sido encarcelado en el pasado durante 10 años por pertenecer al Partido Baaz de Saddam ni haber ocupado cargos de responsabilidad en el partido, incluso llegar a tener bajo su mando a Tarek Aziz, quien llegaría a vicepresidente con Saddam y que hace diez días se entregó a las tropas de Estados Unidos. “Estuve relacionado con el partido hasta 1973, cuando mi hermano fue fusilado acusado de conspirar para asesinar a Saddam.” Desde entonces, la vida de Al Mutairi se convirtió en un infierno. “Las detenciones eran constantes y a veces llegaba a permanecer en prisión sin ningún tipo de acusación hasta un mes seguido.”
La situación se prolongó hasta 1990, cuando la policía política vendió sus propiedades mientras estaba detenido. “Todo empeoró mucho, me trasladaron a una de las nuevas prisiones de Bagdad, un agujero construido bajo la Dirección General de la Defensa Civil. Esta vez no me liberaron. Los interrogatorios eran constantes y feroces. Me acusaban de hablar mal de Saddam y me exigían nombres de personas que hicieran lo mismo. Me aplicaban cables eléctricos en los testículos y en los oídos, me golpeaban con plomo en la cabeza y en la espalda o me echaban agua muy caliente sobre la cabeza. Había un médico que cuando me desmayaba me aplicaba oxígeno.” Un día lo colocaron frente a una pared y le aplicaron una descarga eléctrica en la nuca. Al Mutairi se lanzó contra la pared con tanta violencia que perdió el conocimiento. Cuando lo recobró empezó a ver mal y finalmente quedó ciego. “Fui encerrado en una celda con otras 13 personas que fueron fusiladas. Cuando me sacaron pensé que era el siguiente, pero un juez, conocido de Tarek Aziz, me puso en libertad en 1995. Desde entonces, hasta que llegaron los norteamericanos, no he salido de casa de mis hijos.”
“La Mujabarat no discriminaba a las mujeres ni a los niños”, comenta, con una sonrisa de tristeza, Hadum Borham Balgaui, un ingeniero agrónomo de 43 años natural de la localidad de Bald, a 100 kilómetros al norte de Bagdad, quien relata cómo en julio de 1982 la policía política detuvo a 163 vecinos suyos tras haberse descubierto un complot para asesinar al presidente iraquí. “En el grupo había mujeres y niños: muchos de ellos, niños pequeños. Las mujeres fueron encarceladas al sur de Irak y liberadas en 1986. Tenían todo el pelo encanecido. De los niños todavía no sabemos nada.” Balgaui huyó a Bagdad. “Nunca olvidaré los gritos de los hijos pequeños de mis vecinos cuando se los llevaron.”
“Al régimen le daba igual todo con tal de cumplir lo dicho por Saddam”, subraya Hasan Subahi, de 71 años. “Durante la guerra con Irán (1980-1988) yo estaba jubilado y tuve que huir de mi casa porque venían constantemente para alistarme en el Ejército Popular y luchar en el frente. Muchos familiares míos murieron así.”
Cientos de personas llenan el jardín de una lujosa vivienda junto al río Tigris que perteneció a un miembro de la escolta de Saddam. En la puerta, un cartel dice: “¿Dónde están nuestros hermanos prisioneros?”. El lugar es el Comité para los Presos Políticos, la primera organización creada por civiles iraquíes tras la caída del régimen para intentar encontrar información sobre el destino de los miles de personas que desaparecieron bajo el reinado de terror de Saddam. Mujeres, hombres, ancianos, venidos en muchos casos de otros lugares de Irak, miran las listas en las paredes.
Un hombre, Salem Jadir Abdelaziz, muestra un papel del IIS, los siniestros servicios secretos iraquíes, donde figura el nombre de su hermano, Ahmed, desaparecido en 1988. Fue fusilado. Detrás del papel lleva escritos a mano los nombres de otros. Alia Jayom es una mujer que acaba de llegar desde Nasiriya. Espera sentada en el suelo, cubierta con el tradicional chador negro de los chiítas. Su hijo Abbas Saher Jabor fue detenido durante la represión contra los seguidores de esa rama del Islam en 1991. No volvió a saber nada de él.
El Comité, abierto desde las ocho de la mañana hasta las cuatro de la tarde, fue creado hace una semana por 20 civiles, todos antiguos prisioneros políticos que consiguieron salir vivos de la cárcel. “Cientos de familias han descubierto la suerte de los suyos”, explica el responsable, Ibrahim al Jarisy, que pasó 20 años en la cárcel. Han recopilado miles de cajas con documentos que sacaron del IIS durante los saqueos. Son carpetas azules y rojas, marcadas con el sello de alto secreto, que están repartidas por toda la casa. Cada una de ellas contiene una historia de horror. Según van leyendo los documentos, elaboran listas que ponen en los muros de la casa. También recopilan la información aportada por las cientos de personas que cada día pasan por allí en busca de sus familiares. La desesperación está presente en todas partes: tras consultar una de las listas, una mujer joven se pone a llorar y casi se cae al suelo. Un anciano, Abdelkader Mohamed Ichbara, de 75 años, dice: “Saddam se llevó a mis cuatro hijos y a mi hija de 15 años”. Ocurrió en 1980 y no ha vuelto a saber nada de ellos. Tampoco tiene ninguna información Terese Nanja, una libanesa que llegó a Irak en 1974, huyendo de la guerra en su país. Su hermano Samir fue secuestrado por las fuerzas de seguridad de Saddam en 1976. “No sé nada. ¿Qué puedo hacer?”. Terese viene cada día buscando una respuesta.
* De El País de Madrid, especial para Página/12.