EL MUNDO › ESCENARIO
› Por Santiago O’Donnell
Atardecer en El Cairo. Desde hace días se miran las caras y ninguno pestañea, ninguno desenfunda. Máxima tensión en Egipto. En la plaza, cien mil almas para defender el triunfo electoral de los Hermanos Musulmanes. En el palacio, la junta militar gobernante que se niega a ceder las riendas del poder.
Hace dos semanas, la junta disolvió el Congreso votado meses atrás con mayoría de los Hermanos Musulmanes. Ese Congreso acababa de elegir a los estatuyentes que escribirían la nueva Constitución. Como justificación, la junta invocó un fallo de una corte nombrada por el ex dictador Mubarak. No contentos con eso, los militares redactaron su propia Constitución provisoria. La Constitución de los militares que le deja al nuevo presidente poco más que el poder de nombrar a sus ministros, salvo el jefe de Gabinete, que podrían ser los propios militares.
Los Hermanos tragaron saliva y dijeron, en esencia, todo bien, hablamos después de que terminen las elecciones. Ya habían ganado en la primera vuelta. En el ballottage de la semana pasada volvieron a ganar. Según un conteo oficial y público, divulgado por la agencia estatal egipcia, Mohamed Mosri, el candidato de los Hermanos, sacó el 52 por ciento de los votos, contra el 48 por ciento del brigadier retirado Ahmed Shafik, último jefe de Gabinete de Mubarak, candidato del régimen, de la junta militar.
Shafik, por su parte, dijo que había ganado él. Lo cual sería anecdótico si no fuera porque el jueves pasado, cuando la comisión electoral debía anunciar el resultado, en vez de hacerlo anunció una postergación para revisar impugnaciones, casi todas presentadas por Shafik. Esto, a pesar de que numerosos
veedores internacionales habían constatado que se trató de una elección limpia, aunque en la segunda vuelta los militares le imprimieron un clima intimidatorio y limitaron el acceso de los observadores al conteo de las urnas.
No era lo que esperaban los Hermanos Musulmanes. Habían confiado que los militares aceptarían irse al finalizar la transición entre Mubarak y el nuevo presidente electo. A cambio recibirían inmunidad legal, mantener algunos privilegios y manejar el presupuesto militar. Los Hermanos Musulmanes venían trabajando con diplomáticos estadounidenses para que la transición sea tranquila, informó The New York Times. Washington le manda a Egipto mil trescientos millones de dólares por año de ayuda económica directa desde los tiempos de Mubarak. Los Hermanos no pueden despreciar semejante filón. Por eso buscan limpiar su imagen, fuertemente asociada con el islamismo radical. Así, se muestran como garantes del proceso democrático que finalmente los llevará al poder, pacientes y comprensivos ante las trampas y maniobras de la junta militar. Pero los aliados de Estados Unidos en la región, Israel, Arabia Saudita y Emiratos Arabes están con la junta y dicen que Estados Unidos es ingenuo con respecto a los Hermanos.
La junta militar duda, busca apoyos, emite comunicados marciales y acusa a los Hermanos de generar la crisis por haber adelantado los resultados de la elección, argumento que no resiste un análisis serio. Los Hermanos llenan la plaza, se rodean de intelectuales independientes y otros aliados pro democracia y desafían a la junta a que termine con las demoras y nombre a su ganador.
Las transiciones son jorobadas. La democracia, hay que bancársela. Si no, no es democracia. Una junta militar sólo pueden ser militares que se juntan. Atardecer en El Cairo. El pueblo en la plaza, las botas en el palacio. Democracia o dictadura, revolución o contrarrevolución. Ayer la Comisión Electoral anunció que los resultados se conocerán hoy. A horas del desenlace, se miran a los ojos y ninguno pestañea.
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