Mar 06.05.2003

EL MUNDO

La “normalidad” regresa (sin dinero ni seguridad)

Una especie de “normalidad” está volviendo a las calles de Bagdad tras los días tempestuosos de la invasión.
Pero es una normalidad engañosa, donde casi nada funciona, y la mayoría de los funcionarios sigue sin cobrar.

Por Guillermo Altares *
Desde Bagdad

El césped parece sacado de un jardín inglés: regado, cuidado y cortado. Los setos tienen dibujos y letras en árabe. En el barrio bagdadí de Saba Nisa se concentra una decena de viveros impecables y representan una visión increíble en una ciudad de cinco millones de habitantes que vive en el caos desde hace un mes, sin salarios, ni gobierno, ni Estado, ni seguridad. Poco a poco la chatarra militar va siendo eliminada y, al menos en los barrios acomodados, las calles están dejando de acumular basura. Sin embargo, de vez en cuando Bagdad ofrece imágenes surrealistas: en una zona tranquila junto al Tigris hay un camión militar abandonado con un misil de considerable tamaño en el remolque.
Se hable con quien se hable hay dos quejas fundamentales: la falta de seguridad y los salarios. Los funcionarios –el 60 por ciento de la población activa– siguen sin cobrar y los comerciantes notan la falta de liquidez. “Antes venían 15 personas todos los días, ahora apenas tres”, dice Saleh Mohamed Jalil, de 43 años, dueño de un vivero que ofrece una increíble variedad de 200 plantas. “A los iraquíes les encantan las plantas. Nosotros hemos hecho cientos de jardines. El problema es que ahora la gente no tiene dinero”, agrega.
En su comercio, Anuar Aziz Yasem, de 32 años, vende de todo: vasos, generadores o triciclos de Pokemon. Como todo el mundo, ofrece el producto estrella: antenas parabólicas, prohibidas bajo Saddam, que ahora se venden por 200 o 250 dólares. Yasem no oculta que tiene una pistola bajo el mostrador y que no le hace ninguna gracia tener la mercancía en la calle. “Ahora no llegan productos y las ventas han bajado mucho. Lo peor es la inseguridad, pero estoy seguro de que los americanos van a arreglar las cosas.” “Si no las arreglan se van a meter en un problema muy serio”, dice Uday Lanzí, de 24 años, que tiene una tienda de abastos junto a uno de los barrios más antiguos de Bagdad, Shanaka. “Tenemos cortes de luz constantes y hay muchas mercancías, como leche o yogures, que no puedo vender. De todos modos, no viene casi nadie.”
Ningún comerciante se ha quejado de saqueos en los últimos días, aunque la inseguridad prosigue. De noche se escuchan tiroteos y en muchos casos son enfrentamientos entre soldados estadounidenses y ladrones. Ayer, un grupo de personas asaltó un palacio de Uday Hussein, el hijo de Saddam, y se produjo un altercado muy serio con militares, que se saldó con disparos y una decena de detenidos.
Lo increíble es que, a pesar de la ausencia de la autoridad más elemental, la vida sigue y se organiza. Cada vez se ven más policías de tráfico en los cruces y muchos semáforos funcionan: el problema es que nadie los respeta. Servicios tan elementales como la recolección de basura o los autobuses funcionan un poco por su cuenta: los chóferes de los transportes cobran 100 dinares (cinco céntimos de euro) a cada pasajero y con eso pagan la gasolina. El caso de la basura es parecido: el barrio de Saba Nisa, de 800.000 habitantes, producía 300 toneladas de basura antes de la guerra y ahora se recogen sólo 50, según explica el encargado de la zona, Taha Mazim, de 48 años. “Una persona de la Oficina para la Reconstrucción y Ayuda Humanitaria (ORAH) llamada Barbara con la que negocié me mantuvo en mi puesto. Nosotros tenemos tres funciones: recolección de basura, mantenimiento de alcantarillas y controlar la pureza del agua. Pero no podemos con todo porque, como no cobramos, hay mucha gente que no viene a trabajar”, relata Mazim. Los únicos que reciben algún tipo de salario son los que van en los camiones: cobran a los vecinos por recoger su basura. En los barrios pobres, como Saddam City, ningún camión se atreve a entrar: no hay propinas y no hay seguridad.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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