Mar 06.05.2003

EL MUNDO  › COMO FUE LA BATALLA QUE PRECIPITO EL FIN DE SADDAM

El aeropuerto donde todo cayó

Por Guillermo Altares *
Desde Bagdad

Como todos los días, el jueves 3 de abril Sahib Mutlak Kathim, de 51 años, mecánico de aviones, fue a trabajar al aeropuerto de Bagdad. Tenía turno de noche, pero no sabía que su jornada laboral iba a coincidir con la ofensiva estadounidense. Unos días antes, en el amanecer del 19 al 20 de marzo, en la frontera de Kuwait, soldados de la 3ª División de Infantería comenzaron a grabar un video de su invasión de Irak. “Estoy preparado”, dice un muchacho. A las 8.01 empiezan a oírse cañonazos. “Esto sí que es bueno”, asegura otro. Una de las primeras imágenes parece más propia de un campamento de verano que de unos efectivos del ejército más poderoso del mundo: un soldado se aleja para hacer sus necesidades y es seguido por la cámara.
“Allí perdimos a nuestro capitán”, relata un teniente de 34 años de origen hispano, que prefiere no ser citado por su nombre. Viajaba en una unidad de carros de combate Abrams. Son los que van abriendo camino. “La entrada en el aeropuerto fue fácil. Los ingenieros derribaron un muro y en seis horas estaba bajo control.” “Pero luego hubo muchos combates en los alrededores, hasta el sábado”, dice otro soldado. La muerte de su capitán fue terrible: “Lo atravesó una granada antitanque cuando viajaba en el vehículo humvee. No estalló y quedó partido por la mitad. Al conductor del todoterreno le arrancó un brazo. Tuvo pelotas para conducir hasta un puesto de control y luego se desmayó”.
El video muestra el horror de la guerra grabado el viernes 4 de abril: cadáveres en medio de charcos de sangre, un oficial iraquí con una parte de la cabeza arrancada y el cuerpo a un metro, los prisioneros desnudándose... Son las 9.29. A lo lejos se escuchan cañonazos. Un soldado rubio muy excitado dice a cámara: “Hoy hemos mandado al infierno a 60.000 kuwaitíes [sic]. Nos importa una mierda”. Los soldados hispanos creen que hubo unos 400 muertos iraquíes. Recuerdan una anécdota casi sacada de la serie de televisión “Hermanos de sangre”: un soldado se acerca a un búnker para orinar. Cuando está en faena, alguien le tira una granada. La agarra y la lanza de nuevo dentro. Entonces empiezan a salir soldados iraquíes; hicieron 20 prisioneros. Se ríen durante el relato.
Sahib Mutlak Kathim también sonríe cuando narra una jornada laboral que estuvo a punto de costarle la vida: de los nueve civiles que trabajaron aquella noche, cinco volvieron a casa. “¿Cómo podía saber que los estadounidenses estaban tan cerca? Fui a hacer mi turno, pero nadie vino a reemplazarme. Así que me quedé toda la noche. Cuando empezaron los bombardeos me escondí con otros cuatro trabajadores en un refugio y no salí hasta la mañana siguiente. Logramos llegar hasta una oficina, en la que nos topamos con una patrulla estadounidense. Nos tumbaron y nos registraron. No parábamos de decir que éramos civiles”.
A las tres de la tarde del viernes escuchaban combates en los alrededores, pero no dentro del aeropuerto. ‘Al cabo de dos horas llegó un oficial con una mujer que hablaba árabe. Nos interrogó durante largo rato; nos preguntaba qué hacíamos en una zona de combates si éramos civiles... Le explicamos que si no íbamos a trabajar no cobrábamos, y que no sabíamos que estaban tan cerca. Conseguimos convencerlo y nos dijo que nos liberaría cuando el camino a Bagdad fuese seguro”, prosigue Kathim.
“El sábado teníamos hambre. No habíamos comido desde el jueves. Nos dijeron que ellos tampoco, así que les hablamos del almacén de alimentos. Lo encontramos y cocinaron para todos.” Kathim relata que fueron bien tratados: ellos y los prisioneros de guerra. El sábado a las seis de la tarde fueron liberados. No vieron soldados en su vuelta hacia Bagdad. Su familia creía que había muerto.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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