EL MUNDO › ESCENARIO
› Por Santiago O’Donnell
Otro golpe de Assange. Otro impacto. Otra noticia que da la vuelta al mundo: el gobierno ecuatoriano le da refugio al creador del sitio WikiLeaks, pese a la amenaza imperial del león británico. Es llamativo que un hombre de existencia tan frágil, que duerme en la colchoneta de un departamento sin que le llegue la luz del sol, haya provocado semejante reacción del gobierno de un país como Gran Bretaña, que se precia de democrático. Hasta donde se sabe, Assange se metió en la embajada ecuatoriana medio de prepo, haciendo buena una vieja promesa del presidente Rafael Correa, sorprendiendo a todo el mundo, hasta a los ecuatorianos. En respuesta a ese acontecimiento, antes de que Ecuador decidiera si le daba asilo, el Foreign Office le mandó al gobierno ecuatoriano una carta agresiva y amenazante, rayana en el insulto. El canciller ecuatoriano la citó ayer al anunciar la respuesta positiva al pedido de Assange. La carta dice, en esencia, que Gran Bretaña tiene derecho a irrumpir en la embajada ecuatoriana para llevárselo a Assange, pero que espera que no se tenga que llegar a eso, ya que apuesta a una solución negociada. No, señores del Foreign Office, no tienen derecho a violar la inmunidad diplomática de un país soberano. Tampoco tienen derecho a amenazar, por más que lo hagan con lenguaje diplomático.
No alcanza con darle una pátina legal a la amenaza, al citar en su carta a esa ley, la “Diplomatic and Consular Premises Act” de 1987. Esa ley tiene un artículo medio difuso que dice así: “El país receptor (Gran Bretaña) tomará todos los pasos necesarios para proteger los predios consulares encabezados por un oficial consular honorario en contra de cualquier intrusión o daño y para prevenir cualquier disturbio que interrumpa la paz del puesto consular o dañe su dignidad”. No dice que pueden meterse en una embajada como la de Ecuador para sacar a un tipo como Assange. Se puede forzar la interpretación de una ley, pero no tanto. Ahora, por culpa de este hombrecito, los ingleses se tiraron en contra a los cancilleres sudamericanos, donde bastantes problemas ya tienen por las Malvinas.
La reacción exageradamente hostil del gobierno británico, que incluyó el desalojo policial de simpatizantes de Assange que se manifestaban enfrente de la embajada ecuatoriana, le dio al gobierno de Ecuador el argumento que le faltaba, si es que le faltaba algún argumento, para aprobar la extradición. Porque parece que Baltasar Garzón, el nuevo abogado de Assange, hizo las cosas bastante bien. Porque Assange está buscado en Suecia por un presunto delito sexual del cual aún ni siquiera ha sido acusado. Un delito leve, que conlleva penas de semanas o meses y que a la vez es muy difícil de demostrar. Pero detrás hay una posible acusación de Estados Unidos por traición a la patria y penas que se miden en décadas, cuando no cadena perpetua o pena capital. No es una sensación o un delirio de Assange: es un hecho que el presidente Obama le pidió a su fiscal general que junte pruebas para perseguir penalmente al fundador de WikiLeaks por la filtración de cientos de miles de documentos secretos pertenecientes al gobierno de Estados Unidos. Entonces Garzón y los ecuatorianos le preguntaron a los suecos: ¿ustedes pueden garantizar que mientras dure el proceso en Suecia Assange no será extraditado a Estados Unidos o a algún otro país? Y claro que los suecos no pueden garantizar eso. Ahora, si las mujeres que lo acusan son legítimas o son servilletas, es muy difícil saberlo, porque las leyes suecas son muy estrictas y las casualidades existen, pero es bastante llamativo que dos relaciones consensuadas en las que se usaron profilácticos hayan derivado en denuncias penales, en un caso porque el profiláctico se habría pinchado y Assange no quiso cambiarlo y en el segundo caso porque Assange habría forzado una segunda instancia sexual sin profiláctico, según el testimonio de las dos denunciantes.
Todo muy raro. Gran Bretaña, Ecuador, Suecia, Estados Unidos, y un frágil y pálido joven de pelo blanco empecinado en revelar los grandes secretos del mundo. La mayor audiencia jamás reunida por un activista espera cautiva la próxima sorpresa.
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