EL MUNDO › EL LíDER OPOSITOR BRITáNICO FUSTIGó AL GOBIERNO CONSERVADOR POR LA CRISIS ECONóMICA
En la dramaturgia del congreso, el discurso del líder es el momento catártico, una suerte de epifanía partidaria. Miliband lo convirtió en una epopeya personal para mostrar al electorado que puede ser el nuevo primer ministro británico.
› Por Marcelo Justo
Desde Londres
Con la economía británica en la segunda recesión en tres años, con crecientes dudas sobre la estrategia conservadora-liberal demócrata para salir de la crisis, con una percepción del primer ministro David Cameron como un aristócrata desvinculado de los problemas reales, la oposición laborista debería tener medio camino andado para volver al gobierno en 2015. Las encuestas le dan una ventaja de alrededor de diez puntos sobre los conservadores, pero también muestran que la mayoría de los votantes perciben a su líder, Ed Miliband, como “débil, indeciso y raro” y opinan que Cameron tiene una imagen de mandatario que el laborista no logra proyectar.
En un intento de revertir esta percepción en la poderosa liturgia del congreso anual partidario, Miliband pronunció este martes su mejor discurso desde que fue coronado como líder, hace dos años. Los congresos partidarios son una parte esencial de la dramaturgia política británica, en la que las principales agrupaciones anuncian su estrategia, abren el debate interno y procuran proyectarse a nivel nacional aprovechando la intensa cobertura mediática de los eventos. En esa dramaturgia, el discurso del líder es el momento catártico, una suerte de epifanía partidaria. Miliband lo convirtió en una epopeya personal para mostrar al electorado que puede ser el nuevo primer ministro británico.
En 65 minutos sin notas, Miliband combinó su biografía con anuncios políticos y un estilo relajado, salpicado de bromas, para desmarcarse de la imagen algo robótica que suele presentar. En un intento de sintonizar su experiencia con la de la mayoría de los británicos, el líder laborista señaló que su familia “no ha vivido bajo el mismo roble en los últimos 500 años”. En otras palabras, no tiene la línea de ancestros que caracteriza a David Cameron –descendiente del rey Guillermo IV– o al ministro de Finanzas, George Osborne, multimillonario hijo de un noble.
Miliband es hijo de refugiados judíos polacos que se salvaron raspando del Holocausto y rehicieron su vida en el Reino Unido: su padre, Ralph, fue un distinguido teórico marxista. En su discurso, Miliband agradeció la generosidad del Reino Unido al recibirlos y la convirtió en un símbolo de su propia filosofía política. “Nací en el hospital de mi zona del Servicio Nacional de Salud, el mismo en el que nacieron mis dos hijos, y asistí a la escuela de mi barrio”, dijo como quien muestra una cédula de identidad. Si la biografía es una ilustración de por qué Miliband está en condiciones de entender las dificultades de la mayoría, las propuestas concretas que presentó en su discurso y en días previos apuntan a una primera batería de medidas alternativas del laborismo.
Miliband concentró sus dardos en el mundo financiero y las compañías privatizadas. El líder laborista prometió poner fin a las exorbitantes comisiones de los Fondos Privados de Pensiones, que dejan a todos los trabajadores no estatales con magros ingresos jubilatorios y con frecuencia dependientes de la ayuda del Estado. En la misma vena crítica con el poderosísimo sector financiero, señaló que implementaría una nítida separación de la banca comercial y la de inversiones o especulativa, para evitar una crisis como la de 2008. En relación con la reactivación económica, impulsó un plan para la construcción de cien mil hogares populares que simultáneamente sirva para crear empleo y resolver el fuerte déficit habitacional, que ha disparado el precio de los alquileres. Y aseguró que revertirá la reducción impositiva para los más ricos, consagrada en el último presupuesto, y la privatización por la puerta trasera que está ensayando el gobierno con el Servicio Nacional de Salud.
A principios de año, la distancia que separaba a Miliband de Cameron era abismal y el mismo laborismo estaba cabeza a cabeza en las encuestas con los conservadores. Desde el desastroso presupuesto que presentó el gobierno en marzo, bautizado el “robo a la abuela”, la percepción varió en ambos frentes, pero más en el del laborismo como partido (desde mayo que lleva una clara ventaja a los conservadores) que en su líder. El laborismo tiene un problema adicional. Los sondeos todavía dan el beneficio de la duda a los conservadores en temas económicos, todavía creen que el laborismo es el gran culpable de la crisis y, si ellos son los responsables, ¿cómo pueden ser la solución?
Las encuestas son elusivas. En una ambos partidos gozan de la misma confianza sobre la economía, pero el ministro de Finanzas, George Osborne, tiene uno de los niveles más bajos de popularidad. En otra, los votantes opinan que los laboristas no tienen el temple para resolver los problemas que se presentan, pero piensan que Miliband está mejor posicionado para comprender las dificultades de la mayoría. Si Miliband y el laborismo salen reforzados de este congreso partidario, uno de los grandes temas futuros será cómo consolidar esta ventaja para ganar las elecciones de 2015. El mismo laborismo muestra divisiones al respecto. Según Owen Jones, autor de Chavs, la demonización de la clase obrera y miembro de Class, un “think-tank” financiado por los sindicatos, el laborismo tiene que volver a sus raíces. “En las últimas elecciones, el laborismo perdió un cinco por ciento de sus votos de clase media y un 21 por ciento de los votos de los trabajadores calificados. Si no recuperamos estos últimos, no vamos a ganar las elecciones.”
Otra corriente, más vinculada con el Nuevo Laborismo de Tony Blair, cree que el Reino Unido tiene que recuperar la alianza de clase media afluente y sectores populares que llevó a Tony Blair a ganar tres elecciones sucesivas. En un país desarrollado como el Reino Unido y con una sólida corriente de pensamiento conservador reacio a cambios, revueltas y revoluciones (la última fue en el siglo XVII cuando, después de decapitar a un rey, terminaron poniendo a otro once años más tarde), es un dilema político. En gran medida, la precisión del diagnóstico de la izquierda y la derecha partidaria dependerá de la profundidad de la crisis económica y el impacto que tenga sobre la conciencia política.
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