Dom 11.11.2012

EL MUNDO  › EL CONDENADO NOMBRO A UN PAR DE OBISPOS Y LOS INVOLUCRO EN EL ESCANDALO

Vatileaks, condena y nuevos nombres

Claudio Sciarpelletti, 48 años, ciudadano italiano perteneciente al personal de Informática de la Secretaría de Estado, amigo del mayordomo y acusado de encubrimiento, fue condenado ayer a cuatro meses de prisión en suspenso.

› Por Elena Llorente

Desde Roma

Lo que más sorprendió en el aula vaticana donde ayer fue condenado el segundo implicado en el caso Vatileaks fue que algunos, incluso un miembro de la Secretaría de Estado –sede del virtual primer ministro de la Santa Sede–, se mostraron disconformes con la condena. Pero también sorprendió que saliera a relucir el nombre de un integrante de la Oficina de Prensa vaticana durante el papado de Juan Pablo II, sospechoso de haber entregado a los implicados material para la publicación.

El caso Vatileaks teóricamente ha quedado concluido ayer, al menos en lo que se refiere a los dos acusados. El mayordomo del papa Benedicto XVI, Paolo Gabriele, 46 años, ciudadano vaticano, acusado de robo agravado por haber sustraído documentos de las habitaciones del pontífice, fue condenado el 6 de octubre a un año y medio de cárcel, la mitad de la pena original. El segundo implicado, Claudio Sciarpelletti, 48 años, ciudadano italiano perteneciente al personal de Informática de la Secretaría de Estado, amigo de Gabriele y acusado de encubrimiento, fue condenado ayer a cuatro meses de prisión, reducidos a dos por una serie de atenuantes. Pero la pena ha quedado en suspenso.

En el proceso contra Sciarpelleti, que comenzó el lunes pasado, salieron a la luz algunas cosas interesantes de las cuales poco se sabía hasta ahora, como por ejemplo el nombre de un personaje presuntamente sospechoso de complicidad. Se trata de monseñor Piero Pennacchini, ex vicedirector de la Oficina de Prensa vaticana durante el papado de Juan Pablo II, que en la investigación preliminar del fiscal y a causa de las declaraciones de Sciarpelletti, aparece como una de las fuentes posibles de los documentos entregados al mayordomo. En la versión de esa investigación preliminar entregada a la prensa, el nombre de Pennacchini había sido tachado. No se sabe qué puede suceder con monseñor Pennacchini de ahora en más.

Otro detalle interesante se refiere a dos versiones sobre un mismo hecho que Sciarpelletti habría dado a los investigadores en dos fechas diferentes. Acusado de encubrimiento, principalmente a causa de un sobre con documentos que los investigadores encontraron en un cajón de su escritorio, Sciarpelletti primero declara que el sobre le fue entregado por monseñor Carlo Maria Polvani para que se lo diera al mayordomo. Pero después cambia la versión y dice que el sobre se lo había dado el mismo Gabriele. En realidad habían pasado dos años desde el momento de la entrega y el tiempo podría justificar la equivocación de Sciarpelletti, definido como un personaje muy aprehensivo por quienes lo conocen.

Lo cierto es que Polvani, que trabaja en la Secretaría de Estado, según algunas versiones ha sido acusado en ciertos portales Internet muy tradicionalistas de la Iglesia, de ser un sacerdote revolucionario simpatizante del Che Guevara y por eso calificado casi como un infiltrado en el mayor órgano decisional de la Iglesia después del Papa. Pero su palabra y su buena fe, al menos en este proceso, quedaron a salvo luego de que Gabriele confesara que fue él quien entregó el sobre a Sciarpelletti. Polvani, al ser interrogado ayer por los jueces, dijo afirmar “solemnemente no haber confeccionado, ni sustraído, ni transferido o pasado ningún documento secreto de la oficina” y lo juró por su bautismo y por su sacerdocio. La confusión se presentaba también porque el sobre tenía una serie de sellos de la Secretaría de Estado, a los que el mayordomo teóricamente no tenía acceso. Polvani en cambio dijo que el sello que aparece en el sobre estaba junto a una impresora y que podía ser usado por cualquiera. Fue Polvani quien se manifestó muy molesto por la sentencia contra Sciarpelletti, pidiendo al abogado defensor del informático que llevara adelante la apelación.

De todas maneras, tanto Gabriele como Sciarpelletti, según las leyes vaticanas, pueden ser amnistiados en cualquier momento por el Papa y, al menos el mayordomo, que no intentó ninguna apelación, lo espera vivamente.

Todos los documentos robados por el mayordomo fueron publicados en el libro Su Santidad. Las cartas secretas de Benedicto XVI del periodista Gianluigi Nuzzi. Y fue leyendo este libro que el secretario personal del Papa, Georg Gänswein, se dio cuenta de que se trataba de cartas que nunca habían salido de las habitaciones del Papa y comenzó a sospechar de algunos de los integrantes de la llamada “familia pontificia”, los más estrechos colaboradores del pontífice, entre los que se encontraba Paolo Gabriele.

Pese a las condenas, para muchos todavía quedan unas cuantas cosas en el tintero que el Vaticano probablemente prefiere arreglar puertas adentro y sin publicidad, del mismo modo en el cual ha resuelto sus controversias internas a través de los siglos. Queda sin embargo sin respuesta una pregunta importante: ¿por qué y para qué docenas de documentos salieron del Vaticano y terminaron en manos de la prensa? ¿Se trató realmente de la obra de una o dos personas?

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