EL MUNDO › ESCENARIO
› Por Santiago O’Donnell
Fue una tregua inesperada, casi abrupta. Era muy difícil imaginársela horas después de la explosión de un colectivo lleno de israelíes en Tel Aviv, horas después de que misiles de origen iraní lanzados desde la Franja aterrizaran en Tel Aviv y Jerusalén. Hacía mucho tiempo que Israel no soportaba semejantes niveles de violencia palestina. Atentados en colectivos no había desde la segunda intifada de 2001-2002. Cohetes en Tel Aviv hubo en la guerra del 2006, pero lanzados desde Líbano. Misiles en la sagrada Jerusalén, primera vez. Seis israelíes muertos. Decenas de heridos de distinta gravedad. Por mucho menos, en 2008 el poderoso ejército israelí arrasó Gaza, haciendo tronar el escarmiento por aire, tierra y mar, con resultados esperables: 1600 palestinos muertos, casi mil de ellos civiles.
Tres años más tarde se repetía la escalada. Gaza tiraba cohetes, pero Israel venía haciendo lo suyo. Asesinatos firmados de líderes enemigos por primera vez en tres años como para calentar el ambiente. Después, más de mil quinientos blancos bombardeados. Miles de misiles en una franja de cincuenta por diez kilómetros, donde se agolpan más de un millón setecientos mil palestinos. Matemática pura. Si tiras equis bombas en una superficie equis con equis habitantes, vas a matar a un montón de civiles, incluyendo muchos niños. En este caso, más de ciento ochenta muertos y más de treinta niños. Por más que hables de “escudos humanos” no hay suficiente lugar para esconderse. Civiles y combatientes están todos mezclados. El video israelí del asesinato del líder de Hamas lo muestra clarito. La cámara enfoca el techo de un auto en movimiento en una calle angosta con veredas atestadas de gente en el centro de la ciudad de Gaza. Aterriza un misil y explota el auto. Mueren el líder, Ahmed Jabri, su hijo y el chofer. Por la onda expansiva, decenas de heridos quedan desparramados en la calle y la vereda.
Por eso sorprendió que el halcón Benjamin Netanyahu, el duro primer ministro israelí, se tragara la represalia por los misiles iraníes y el atentado en el micro y, apenas horas después, aceptara suspender la inminente invasión terrestre, dando lugar a la tregua. Más inesperado aún, Netanyahu habría aceptado también, como parte del acuerdo, levantar el bloqueo de la Franja después de seis años. Y aceptó hacerlo en plena campaña electoral, asumiendo el riesgo ante un electorado mayoritariamente mano dura, que votará o no su reelección dentro de dos meses.
Israel nunca había aceptado levantar el bloqueo, ni siquiera después de las dos invasiones anteriores (2006 y 2008), con gran parte de la opinión pública mundial indignada por las fotos de los bebés muertos, y en plena crisis humanitaria por la destrucción de la infraestructura a causa del bombardeo. Lo logrado esta semana parece más de lo que muchos optimistas hubieran imaginado.
El pacto entre palestinos e israelíes para dejar de seguir matándose y segregándose incluye el reconocimiento implícito por parte de los palestinos del derecho de Israel a existir. Si no, ¿con quién negocian? También incluye un reconocimiento implícito por parte de Israel de que no puede haber paz mientras la Franja sea una gran cárcel. Por eso en principio acepta levantar el bloqueo.
Aunque existe una preocupante falta de detalles sobre cómo y cuándo se levantará el bloqueo, los dos principales aliados de Israel, Estados Unidos y Egipto, aparecen como garantes del acuerdo y es probable que el gobierno israelí no quiera decepcionarlos. Menos ahora, que estrena relación con el nuevo gobierno pro islamista de El Cairo y busca recomponer con Obama tras haber apoyado a su rival Romney en las elecciones norteamericanas.
A tres días de la tregua da la impresión de que es una de esas movidas en las que todos ganan y por eso puede ser el principio de algo aún mejor. Mientras enterraban a sus muertos en funerales públicos que convocaban a multitudes enardecidas, Hamas y su líder Ismael Haniyé celebraron el alto el fuego como un gran triunfo. Por primera vez en mucho tiempo las distintas facciones palestinas festejaron juntas en las calles de la franja y de Cisjordania. Por la sangre derramada, pero sobre todo por la sangre evitada, Hamas consolidó su liderazgo y la unidad palestina salió fortalecida.
A su vez el primer ministro israelí, el conservador Benjamin Netanyahu, se mostró como un líder moderado y reflexivo, el perfil ideal para disputarle votos de centro a sus rivales de Kadima y el Laborismo. Si bien Netanyahu tuvo que soportar algunas protestas, sobre todo en las ciudades más cercanas a la Franja, si mantiene silenciados a los cohetes palestinos, el éxito electoral será su premio.
Más allá de la visión y voluntad de Netanyahu y Haniyé, hay factores internos y externos que ayudan a entender el acuerdo y autorizan cierto optimismo sobre un posible fin de la violencia. La Primavera Arabe no fue en vano. Egipto tuvo un rol clave en las negociaciones, en sintonía con Estados Unidos. Egipto es gobernado por un gobierno cercano a los Hermanos Musulmanes y Hamas se dice el capítulo palestino de los Hermanos Musulmanes. En los conflictos anteriores el dictador egipcio Mubarak no había movido un pelo en favor de los palestinos. Esta vez Egipto sí se movió y además no estuvo solo. La Primavera Arabe también llevó a los Hermanos Musulmanes al gobierno en Túnez. El emir de Qatar y la jefe de la Liga Arabe visitaron la Franja. Turquía apoyó sin vueltas a los palestinos, Europa hizo saber discretamente que no soportaría otra carnicería como la del 2009 y hasta el Mercosur jugó sus fichas en apoyo a la creación del Estado palestino. Egipto es el principal receptor de ayuda económica de Estados Unidos en la región y el nuevo gobierno de El Cairo no se la quiere perder. A la vez, los Hermanos Musulmanes son los principales opositores al régimen sirio y Estados Unidos y Egipto apoyan a la oposición siria, país que se halla inmerso en una sangrienta guerra civil. Como si fuera un efecto dominó, Egipto se acercó a Estados Unidos, que a su vez se acercó a Israel. Y los tres hicieron lo posible por alejar a Palestina del eje Siria-Irán.
La reelección de Obama fue otro factor importante, porque sepultó la idea de un ataque israelí a Irán con apoyo estadounidense. Poco antes de su reelección. Obama abrió un canal secreto de negociaciones con Irán para distender un poco el clima explosivo que había en la región y para frenar los ímpetus belicistas del oficialismo israelí y, sobre todo, de la oposición estadounidense. Cuando empezó la escalada a ambos lados de la Franja, la canciller Hillary Clinton viajó de inmediato a Israel para expresar su firme apoyo al gobierno israelí y a su “derecho a defenderse”. Hillary se movió bien, porque ese apoyo en público le dio margen para presionar en privado a favor de la tregua, y le dio cobertura a Netanyahu para aceptar esa presión.
La interna palestina también jugó. Una facción minoritaria, la Jihad Islámica, chiíta y cercana a Irán, corría por izquierda a Hamas y ganaba en poder y prestigio con la prolongación y radicalización del conflicto. Su brazo armado, las Brigadas al Quds, desplegaban su arsenal triangulado en Egipto desde Damasco y Teherán, algo que Israel, Estados Unidos y los árabes moderados prefieren evitar. También rondaba el fantasma de un fuerte crecimiento de Al Qaida en Medio Oriente como respuesta a los bombardeos, algo que ya sucedió en las guerras de Siria, Libia e Irak.
En ese escenario, dos viejos rivales, Israel y Palestina, decidieron que había cosas peores que sentarse a negociar. Ojalá sea el principio de algo bueno, de algo que pueda durar.
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