Dom 01.06.2003

EL MUNDO  › OPINION

Un cambio de película

› Por Claudio Uriarte

Karl Rove, que está preparando la película George W.-La secuela, ha cambiado de escenografía y de vestuario: antes era Top Gun, ahora es La lista de Schindler. Pero, paradójicamente, este nuevo rol es más peligroso para el presidente norteamericano, comandante en jefe y primer actor de la Nación: si en el primero, con su descenso disfrazado de piloto sobre el portaaviones Abraham Lincoln, Bush corría poco más riesgo que quedar flotando en salvavidas en las aguas heladas del Pacífico, ahora es la Presidencia lo que se está poniendo en juego. La reelección en 2004, y nada más que la reelección en 2004, es lo que animó a Rove y los suyos a embarcar al presidente en una ambiciosa gira internacional, en el contexto de la cual ayer visitó Auschwitz y Birkenau, habló contra el antisemitismo y proclamó la necesidad de un “Estado palestino reformado, pacífico e independiente”. Es una apuesta de alto riesgo: si el presidente no hiciera nada sobre Medio Oriente, tampoco perdería nada, pero si decide involucrarse, todos los peligros inherentes a la operación correrán en su contra, sin que ningún espíritu caritativo pueda decir, a la hora de los votos, que “al menos lo intentó”.
El Departamento de Estado norteamericano ya ha desempolvado todos sus planes usuales para Medio Oriente, basados en el gradualismo, las medidas de construcción de confianza y los cronogramas hacia la paz final. Esto ha fallado en el pasado, y no se entiende por qué tendría éxito ahora. La semana que viene, el Departamento de Estado pone en juego otra de sus viejas cartas: la de una cumbre entre los líderes, en este caso Bush, Mahmud Abbas por el lado palestino y Ariel Sharon por el israelí. Los psicólogos de Foggy Bottom entienden aquí que la química personal es insustituible, que la proximidad entre seres humanos de veredas opuestas los ayuda a verse mutuamente más como seres humanos y menos como veredas opuestas, que es importante que las delegaciones se sienten juntas a comer, sin saco ni corbata, que partan el pan juntas, etc., etc. Pero esto es sentimentalismo, no diplomacia. Bill Clinton, Yasser Arafat y Ehud Barak tuvieron montón de tiempo para ensayar la vía psicológica hacia la solución del conflicto, con el resultado de una Intifada que ha durado más de dos años y medio y ha causado unas 2000 bajas de ambos bandos. Las partes parecían conocerse bastante bien entre ellas, y lo que no conocían pareció gustarles aún menos.
Es lo de siempre: las medidas graduales funcionan, pero las cosas colapsan cuando se llega al corazón del conflicto. Para la segunda mitad de 2000, se había avanzado bastante, incluso en temas duros como la división de Jerusalén, las fronteras del futuro Estado y la administración de los Lugares Santos. Pero el proceso colapsó ante exactamente el mismo punto en que se encuentra bloqueado hoy: la insistencia palestina en el derecho de retorno de unos cuatro millones de refugiados árabes a lo que hoy es Israel. Cualquiera puede comprender que esto desembocaría en un nuevo Estado árabe –por simple obra del desequilibrio demográfico–, o en un nuevo Estado judío basado sobre la segregación, el apartheid y el abandono del sistema democrático –que, de seguir funcionando, consagraría a la nueva mayoría árabe como el sector políticamente dominante–.
Desde este punto de vista, todos los “avances” de las últimas semanas son irrelevantes: Mahmud Abbas, el hombre elegido por los norteamericanos para reemplazar a Yasser Arafat, sigue reivindicando el derecho de retorno; Ariel Sharon, que sorprendió a muchos esta semana señalando la inconveniencia de seguir manteniendo a los palestinos bajo ocupación militar, ya lo había hecho antes, al pelear la jefatura del Likud con las facciones de línea dura que defendían las anexiones territoriales y repudiaban la noción de un Estado Palestino –que, por otra parte. Sharon ha aceptado desde hace mucho–. Lo sorprendente es que cosas tan conocidas sorprendan.
En este contexto, el sector tradicional de la diplomacia norteamericana juzga conveniente presionar a Israel para que conceda más. Pero, si se toma como referencia el borrador final de 2000, que daba a los palestinos Gaza, la mayoría de Cisjordania, compensaciones territoriales en Israel y capital en Jerusalén Oriental, lo único de fondo que queda es el retorno de los refugiados, que para Israel alcanza el rango de una amenaza existencial. Y no sólo para Israel, sino también para George W. Bush, uno de cuyos más sólidos pilares electorales es el voto judío aliado a la derecha cristiana norteamericana.

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