Dom 13.01.2013

EL MUNDO  › ESCENARIO

Silencio

› Por Santiago O’Donnell

El nuevo mandato de Chávez en Venezuela empezó el jueves con una movilización masiva, un fuerte gesto de apoyo de los aliados latinoamericanos y un respetuoso silencio de los demás países ante la inusual transición. Chávez estuvo presente en toda la ceremonia a través de su silencio estremecedor. Durante una década los venezolanos se habían acostumbrado a escucharlo, verlo y leerlo todo el tiempo. Aun cuando iba a Cuba a tratarse por el cáncer que le descubrieron hace un tiempo, siempre llamaba por teléfono desde La Habana a los programas amigos, empezando por La Hojilla, o irrumpía con sus tuits picantes en las tardes caribeñas o mandaba alguna que otra foto con el otro comandante. Pero ahora lleva un mes sin dar señales, desde que fue operado en La Habana por cuarta vez en un año y medio, el 10 de diciembre pasado.

Desde entonces los principales funcionarios del gobierno venezolano han peregrinado a la capital cubana para regresar con proclamas de unidad y lealtad al líder. Pero el verdadero estado de salud de Chávez sigue siendo un secreto de Estado muy bien guardado en la isla que gobiernan los Castro.

Si bien el gobierno venezolano ha difundido 26 partes médicos, no sé sabe qué tipo de cáncer tiene Chávez ni para qué se le practicó la última operación. Los partes no mencionan la palabra cáncer, sino que hablan de “células malignas” sin aclarar dónde fueron localizadas. Ultimamente se sumó una “insuficiencia respiratoria” por una “infección pulmonar grave” pero los partes no dicen si esto significa que recibe o ha recibido asistencia respiratoria mecánica.

Al vacío informativo y la ausencia de actos y palabras de un líder acostumbrado a llenar el espacio mediático se suma el desplazamiento desde Caracas a La Habana del proceso de toma de decisiones del gobierno venezolano. Todo lo cual genera dudas y ansiedad, tanto en el chavismo como en la oposición. Por ejemplo, el martes pasado la Asamblea recibió una carta avisando que el presidente, por consejo médico, no asistiría a la jura del jueves. La carta, que leyó el presidente de la Asamblea, Diosdado Cabello, no llevaba la firma de Chávez sino la del vicepresidente Ejecutivo, Nicolás Maduro. El mismo Maduro ha dicho que Chávez está consciente y en pleno uso de sus facultades mentales. Pero si está en condiciones de ser presidente, ¿por qué no puede firmar una carta?

Lo razonable entonces sería decretar al menos la “falta temporal” de Chávez, artículo 234 de la Constitución, que le permite al menos 90 días de licencia con permiso de la Asamblea, renovables por otros 90 más, para recuperarse de su problema de salud. Pero no es lo que resolvió la cumbre del chavismo reunida en La Habana la semana pasada. Allí se resolvió que va a seguir como vicepresidente ejecutivo Nicolás Maduro, el heredero político designado por Chávez.

El mandato de Maduro termina el 10 de enero y, a diferencia de Chávez, Maduro no ha sido reelecto, sino que su cargo debe ser refrendado por un decreto que por ahora el presidente no parece en condiciones de firmar. Pero (en estricto orden cronológico) con el guiño de La Habana, el aval de la Asamblea legislativa dominada por el chavismo y el apoyo formal del Tribunal Supremo de Justicia de mayoría automática chavista, Maduro legitimó su permanencia a cargo del Ejecutivo.

A su vez la oposición, agrupada en la Mesa de Unidad Democrática (MUD), dijo que respetará el fallo aunque no esté de acuerdo. Uno sospecha que el fallo será acatado no por un estricto apego a los principios republicanos por parte de la MUD, sino porque a la oposición le conviene que se estire la transición presidencial, habida cuenta de que viene de sufrir palizas electorales a nivel nacional, en octubre y diciembre, a manos de las fuerzas del chavismo.

En el plano internacional la continuidad de Maduro recibió apoyos de países clave. El sentimiento no fue unánime, pero ningún país salió a cuestionar el arreglo de continuidad del gobierno que, en los hechos, más allá del liderazgo espiritual del comandante Chávez, encabeza Maduro. Brasil fue el primero en dar el visto bueno a través de declaraciones del asesor internacional de la Presidencia, Marco Aurelio García, quien había viajado a La Habana el 31 de diciembre. “En ese punto (si el presidente no puede jurar) hay un vacío constitucional y la interpretación que está siendo dada es que asume el vicepresidente”, dijo el veterano diplomático, cuidando cada una de sus palabras.

Otros gobiernos fueron más enfáticos en su apoyo a Maduro. El boliviano Evo Morales y el uruguayo José Mujica asistieron en persona a la jura virtual del 6 de enero. También asistieron los presidentes de

Nicaragua, Haití, Dominica y el vicepresidente de Cuba, representantes de cuatro países que reciben petróleo venezolano a precio muy subsidiado por decisión del gobierno de Chávez. Argentina y Ecuador mandaron a sus cancilleres. Los presidentes de Argentina y Perú, Cristina Fernández y Ollanta Humala, viajaron a Cuba para visitar a la familia de Chávez, aunque no tuvieron acceso al presidente enfermo. También se pronunció a favor de la continuidad de Maduro el secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, en base a que los tres poderes del Estado venezolano ya se habían pronunciado al respecto, coincidiendo en el aval al interinato del vicepresidente.

Por otra parte, los gobiernos de Chile, Colombia, México y Panamá, entre otros, tomaron distancia. Al igual que Brasil, no mandaron representantes a la jura virtual del 10 de enero. En la misma sintonía se mostraron Estado Unidos y la Unión Europea, con sendas declaraciones de prescindencia sobre los acontecimientos que se desencadenaron en Venezuela a partir del agravamiento de la enfermedad de Chávez.

La continuidad de Maduro al frente del Ejecutivo puede leerse como una señal de desconfianza hacia Cabello, quien es la persona que debería asumir, según la Constitución, ante la ausencia de Chávez. O sea, es Cabello quien debería reemplazar a Chávez durante su “falta temporaria” y es Cabello quien debería llamar a elecciones en 30 días si se diera el caso de “falta total”.

Pero es difícil saber quién desconfía de quién. Puede ser que Maduro desconfíe de Cabello porque el delfín de Chávez hizo gran parte de su carrera política en el sector gremial y en la Cancillería venezolana y no tiene el poder territorial ni el predicamento entre los empresarios, los políticos y los militares que tiene Cabello, un ex compañero de armas de Chávez, que además fue gobernador de Miranda, ministro de Obras Públicas, presidente interino y actualmente es vicepresidente del partido.

Mientras Maduro intenta instalar su figura desde un lugar incómodo, mezcla de emisario, reemplazante y sucesor, Cabello parece sobreactuar su lealtad al proyecto y su subordinación a Maduro.

Fue Cabello el primero en plantear que “la voluntad popular está por encima de la Constitución” al proponer que se postergue la jura del presidente pocas horas después de la operación en Cuba. Y fue Cabello quien, cuatro semanas después, invitó a las masas a llevar boinas y llenar las plazas, porque ellos representarían a Chávez en la jura virtual. Y fue Cabello quien abrazó a Maduro en público no menos de media docena de veces en la última semana para que nadie piense que están peleados. Pero cuanto más destacan la humildad y subordinación del omnipresente Cabello, más agrandan su figura. Cabello como contrapartida de Maduro, el gobernador populista con peso propio contra el cuadro disciplinado que depende del dedo de su líder. Es entendible que alguien como Cabello genere desconfianza en Caracas y más aún en La Habana. Está claro que la isla apuesta a la continuidad de los subsidios petroleros venezolanos y parece que Maduro ofrece más garantías de esa continuidad que un ex gobernador millonario identificado con la boliburguesía.

El nuevo mandato de Chávez empieza con dudas y ansiedad, sobre todo por la deteriorada salud del joven presidente que ha dominado la vida pública de Venezuela y de toda la región durante la última década. Pero también por lo que pueda pasar en este nuevo período, si es que ya no está pasando.

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