EL MUNDO › ESCENARIO
› Por Santiago O’Donnell
En España el gobierno conservador ha sufrido un fuerte sacudón por un escándalo de corrupción que involucra al partido gobernante y salpica al presidente Mariano Rajoy. Un fuerte sacudón que no llega a hacer tambalear al gobierno, al menos no todavía, porque a pesar de la tremenda indignación que la trama corrupta ha generado en una sociedad española desanimada por una crisis económica que ya lleva años, ningún actor político aparece en condiciones de capitalizar los problemas del elenco gobernante, mucho menos ofrecerse como eventual reemplazo, tal es el desprestigio al que ha llegado la clase gobernante española, incluyendo por supuesto a la familia real, agobiada por su propia carga de fraudes y papelones.
El escándalo estalló el mes pasado cuando autoridades judiciales encontraron en Suiza una cuenta que llegó a tener 22 millones de euros a nombre del entonces gerente, luego tesorero, del gobernante Partido Popular (PP), un tal Luis Bárcenas. Esta semana la trama se espesó cuando el diario El País publicó fotocopias de lo que sería la contabilidad en negro de Bárcenas. Los asientos publicados, que abarcan el período 1990-2008, indicarían que Rajoy cobró 25.000 euros mensuales desde 1999, cuando asumió como vicepresidente del partido.
Bárcenas, un oscuro cuadro partidario, llegó a senador en una lista sábana representando a una región que nunca habitó y que fue promovido por Rajoy de gerente a tesorero del partido en el 2008. El cargo de tesorero le duró poco a Bárcenas porque al año siguiente de ser nombrado debió renunciar porque apareció imputado por coimas y lavado de dinero en un caso de corrupción, el llamado “caso Gürtel”, que involucraba a funcionarios del PP en Madrid y Valencia que recibían regalos de empresarios a cambio de contratos públicos.
Cuando el nombre de Bárcenas apareció en el expediente Gürtel, la plana mayor del PP, empezando por Rajoy, ensayó una encendida defensa pública de la supuestamente intachable moralidad del hasta entonces desconocido recaudador partidario. Un comunicado oficial del PP del 2009 le reconocía a Bárcenas, sobre todo, su “lealtad al partido”. Luego de su renuncia, el PP se hizo cargo de la defensa legal de Bárcenas en el caso Gürtel y, hasta la semana pasada, el ex tesorero conservó oficina y secretaria en la sede del PP en Madrid.
Pero desde que apareció la cuenta suiza y la supuesta contabilidad en negro, ningún jerarca del PP parece conocer a Bárcenas. Rajoy ni siquiera lo nombró el martes pasado cuando intentó limpiar su buen nombre y honor con una curiosa frase en una conferencia de prensa que no admitió preguntas, tras un cónclave cerrado con la cúpula del PP, para ver cómo se hacía frente a las acusaciones publicadas en el matutino madrileño, que el presidente había intentando ignorar durante dos largos días hasta que la presión de la opinión pública lo obligo a reaccionar.
“Nada de lo publicado es verdad, salvo alguna cosa”, se despachó muy suelto de cuerpo el presidente, sin explicar a qué se refirió con “alguna cosa”. Después partió a Bruselas para negociar el presupuesto europeo y no volvió a referirse al tema, a pesar de la insistencia de los periodistas. Ayer, en un nuevo intento por darle un corte al asunto, Rajoy publicó en su página web sus declaraciones patrimoniales de los últimos diez años, y el Partido Popular hizo lo propio con sus registros contables de los últimos cuatro años. Pero lejos de borrar las dudas, las presentaciones de Rajoy mostraron fuertes oscilaciones en los sueldos que le pagaba el partido y en sí mismos no excluían la posibilidad de pagos en negro.
Mientras tanto la fiscalía anticorrupción española citó a declarar a Bárcenas y a su antecesor en la tesorería, Lapuerta, el miércoles pasado. Ambos se mantuvieron fieles al partido: negaron que los registros contables que salieron publicados fueran de su autoría y negaron que el partido llevase una contabilidad paralela. Pero en la misma sesión declaró quien hasta ahora es el único arrepentido del caso, el ex diputado del PP Jorge Trías, quien dijo que los registros publicados eran idénticos a unos que le había mostrado Bárcenas años atrás. Además, varios grafólogos que compararon la letra de Bárcenas con los registros publicados coincidieron en adjudicarle la autoría de los asientos al ex tesorero implicado. También, varias de las operaciones contables que aparecen en los registros fueron confirmadas por sus protagonistas, aunque aclararon que se trataron de operaciones en blanco.
Según El País, los registros publicados daban cuenta de que Rajoy, el ex presidente José María Aznar y los principales políticos del PP recibieron sobresueldos de cinco, diez o quince mil euros mensuales, según el nivel jerárquico de cada uno, que Bárcenas repartía a partir de valijas en negro que le hacían llegar empresas privadas interesadas en financiar al partido o alguna campaña política.
Tarde o temprano se sabrá si miente el presidente o si miente el principal diario de España, lo cual no debería ser un detalle menor. Pero a esta altura poco parece importarle a una sociedad que ha perdido el respeto por sus representantes y que exige un poco de justicia en medio de tanta exhibición impúdica de dinero mal habido.
Porque más allá de que está en juego la conducta personal de Rajoy, lo sabido y comprobado es que el tesorero del partido gobernante sacó del país una suma millonaria que no puede explicar, mucho menos justificar. Después, ese mismo tesorero aprovechó un blanqueo de capitales, promovido por el propio Rajoy, para ingresar doce de esos 22 millones al país, y así poder pagar lujosas mansiones y casas de veraneo que ningún empleado de un partido político podría pagar con su sueldo, por más que haya ahorrado todo lo que le pagaron.
El problema es que el financiamiento en negro de la política es un secreto a voces acá, allá y en muchos países. En España los nacionalistas catalanes enfrentan varios casos de corrupción y los socialistas han tenido lo suyo. Cómo será el descrédito general de la clase política española que aun después del escándalo de los sobresueldos el PP está mejor visto que el PSOE, según las últimas encuestas. La patronal de empresarios también ha sido manchada por los pagos a los políticos y los sindicatos no escapan a los mismos cuestionamientos éticos.
Entonces, lo que debería ser un caso definitorio para impulsar la segunda refundación de la democracia española se reduce a un tímido pedido de elecciones anticipadas por parte de la oposición, a un poco creíble despliegue de virtuosa indignación por parte de Rajoy y los suyos, y la fetichización de Bárcenas, que ya no puede salir a la calle sin que le griten “chorizo” (chorro), “sinvergüenza” y “ladrón” (foto).
Pero la condena social no alcanza. Los españoles, con justa razón, quieren culpables en la Justicia. Quieren que alguien pague, por lo menos Bárcenas por los millones en negro que sacó del país burlándose del fisco. Millones de euros, aparentemente provenientes de los mismos empresarios inmobiliarios españoles que inflaron la burbuja que explotó con la crisis, mientras los políticos que debían vigilarlos juntaban (o no) sobresueldos y miraban para otro lado. Vaya si los tesoreros de los partidos políticos, que antes eran oscuros burócratas, ahora se han convertido en poderosos personajes. Da la impresión de que casi todos los políticos españoles les tienen miedo a Bárcenas y a sus puntillosas anotaciones. Y ahora que el personaje se volvió impresentable, esos políticos no saben qué decir, o saben pero no se animan a decirlo. Por eso la gente no les cree, por eso cientos de miles de indignados les gritan en cada marcha: “¡Ustedes no nos representan!”.
El esquema que enriqueció ilícitamente a Bárcenas quién sabe a cuántos más les funcionó durante dos décadas en los tiempos de bonanza económica. Pero el día que se acabó la plata empezaron las denuncias. Con las denuncias estalló la bronca y el esquema se derrumbó. Es que sin plata, los choreos son más difíciles de maquillar.
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