EL MUNDO › SUS FIELES LE RECONOCEN SUS REFLEXIONES TEOLóGICAS Y SUS INTENTOS POR LIMPIAR LAS CUENTAS SUCIAS DEL VATICANO
Inaccesible, solitario, casi invisible, con la voz cascada por el cansancio, el Papa dijo que su partida no significaba un adiós sino otra manera de permanecer en el seno de la Iglesia cuando le faltan fuerzas.
› Por Eduardo Febbro
Desde Roma
Un hombre debilitado por la edad y la jauría de confabulados que compone la jerarquía católica que lo rodea se despidió ayer de los 200 mil fieles que se habían congregado en la Plaza San Pedro para escuchar la última misa de Benedicto XVI. La fe de los creyentes está ahí, a flor de piel, como una niñez eterna, ciega y sorda a los maleficios que acechan a la Iglesia. La fe sí, pero el fervor por el hombre que se despedía no. Joseph Ratzinger apareció al mediodía en la minúscula y lejana ventana donde los papas ofician las misas. Inaccesible, solitario, casi invisible, con la voz cascada por el cansancio, Benedicto XVI dijo que su partida no significaba un adiós sino otra manera de permanecer en el seno de la Iglesia: “Si Dios me pide esto, es porque podré continuar sirviendo con las mismas condiciones y el mismo amor con el que lo he hecho hasta ahora, pero de un modo más adecuado a mi edad y a mis fuerzas”, dijo el Papa.
Cada vez que habló, e incluso cuando dedicó un saludo, no hubo las ovaciones, ni los aplausos masivos que solían acompañar las intervenciones de Juan Pablo II. Apenas unos aplausos discretos que manifestaban más el cumplimiento de un deber dictado por la fe antes que la adhesión a ese hombre que deja el arca en medio de la peor tormenta que conoció la Iglesia a lo largo de los siglos. Sin embargo, los fieles le reconocían su labor, haber destapado los secretos más sucios de la Iglesia como la pedofilia, sus reflexiones teológicas y morales, y sus últimos esfuerzos por limpiar las cuentas sucias del Vaticano. Ratzinger no es un Papa de y para las masas. Fue un Papa de otra época y ésta, con su lote de inmoralidades y robos planetarios, acortó su mandato.
La frase que Ratzinger pronunció hace unos días ante la curia romana tiene acentos de legado: “Estaré siempre con ustedes, pero permaneceré escondido para el mundo”. Desde luego. Su sucesor tendrá que encarar lo que él dejó a mitad de camino: la complicidad con los curas pedófilos, las finanzas vaticanas y las feroces luchas de poder que han desarticulado a la Iglesia. El secreto, ayer, no estaba en la misteriosa persistencia de la fe sino detrás de su ventana. ¿Qué será en adelante del secretario de Estado del Vaticano, monseñor Tarcisio Bertone? Es responsable y uno de los operadores centrales de la crisis que condujo a la renuncia del Pontífice. Su apetito por mantener bajo su amparo las llaves del OIR, el Instituto para las Obras de Religión, es decir, el Banco del Vaticano, desató una guerra de lobos en las altas esferas de la Iglesia. Hace cerca de un año, Bertone movió los hilos hasta conseguir la destitución del hombre que Benedicto XVI había nombrado a la cabeza del OIR con el objetivo de sanear una institución comprometida con el lavado de dinero y la mafia, el banquero Ettore Gotti Tedesch.
Empeñado en cumplir con las normas europeas en materia de lucha contra el lavado de dinero, Tedesch abrió los secretos del OIR a las autoridades italianas. No sólo hizo eso: también preparó un copioso informe donde identificaba la forma oscura en que había trabajado el Banco del Vaticano. Bertone se enfureció y junto a su protegido, Marco Simeón, preparó la trampa que decapitó al banquero aliado del Papa. Simeón, un joven tan ambicioso como exitoso de apenas 34 años, aparece en los Vatileaks vinculado con turbios manejos financieros. Fue Simeón quien armó el montaje para que un psicólogo elaborara un informe donde Ettore Gotti Tedesch aparecía definido como un hombre de “comportamiento anómalo”. El temor que obsesionaba a Simeón y al cardenal Bertone era que Tedesch diera el paso final y, de una u otra forma, terminara por revelar los nombres detrás de los cuales se oculta la identidad de las famosas y nada limpias cuentas cifradas del Banco del Vaticano.
Bertone y Tedesch se enfrentaron también por el salvataje del Hospital San Raffaele de Milán, a quien el secretario de Estado quería reflotar con fondos –30 millones de euros– del Banco del Vaticano. Pero Tedesch rehusó comprometer los fondos.
Guerra personal, sin piedad y sin cuartel. El banquero del Papa acusó a Simeón de pertenecer a la logia masónica P4. De ahí en más las venganzas se hicieron hechos cotidianos. Simeón, que dirigía la RAI del Vaticano, perdió su puesto y Ratzinger le cortó las alas a Bertone, poniendo a un hombre suyo al frente del OIR. Se trata del barón Ernst von Freyberg, caballero de la orden de Malta. Según el Vaticano, Von Freyberg posee “una gran experiencia en las cuestiones financieras y los procesos de regulación financiera”. El diario Il Messagero juzgó que el nombramiento del barón “era producto de un doloroso compromiso”. El proceso de nominación del barón Ernst von Freyberg es por demás curioso. El portavoz del Vaticano, el padre Lombardi, reconoció que el Papa “no conocía personalmente a Von Freyberg”. De hecho, la Santa Sede recurrió a los servicios de una agencia especializada en “cazar” talentos, Spencer & Stuart, para contratarlo al cabo de un montón de disputas entre las diferentes facciones vaticanas en torno de los candidatos –hubo una primera selección de 40–, y la decisión recayó en el barón.
Estos personajes de sotana y poderes inmensos que rodearon al Papa quedarán en suspenso hasta que el cónclave nombre al próximo jefe de la Iglesia Católica. Nada dice que con ello se cerrará el capítulo de los escándalos sexuales y financieros. Tal vez lo único que ocurra es que sólo se cierre la gran caja para que no se sigan escapando los secretos.
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