Mar 26.02.2013

EL MUNDO  › OPINIóN

Parole, parole, parole

› Por Eduardo Febbro

Desde Roma

Italia ingresó anoche en el selecto grupo de países europeos que, al cabo de procesos electorales celebrados en plena crisis, terminan con partidos antisistema que obtienen resultados parlamentarios consecuentes. El proceso lo abrió Grecia el año pasado, cuando el movimiento de la izquierda radical griega dirigido por Alexis Tsipras, Syriza, estuvo a punto de formar gobierno primero y, luego, en las nuevas elecciones que se celebraron en el mes de mayo, sacó cerca del 20 por ciento de los votos. Syriza quedó como la segunda fuerza política de Grecia, por delante del histórico y corrompido partido socialista griego, Pasok. Casi simultáneamente, en Francia, el Frente de Izquierda de Jean-Luc Mélenchon protagonizó una penetración electoral espectacular para una formación prácticamente nueva y en cuyo seno había desde socialistas disidentes hasta anarquistas libertarios, ecologistas y comunistas. De una manera distinta, pero con un resultado más espectacular, Italia entró en la disidencia política. El Movimiento Cinco Estrellas, liderado por el cómico Beppe Grillo, se izó a niveles de desafío a una casta política que funciona como esos sistemas de riego automático: sólo vive para sí misma, para preservar sus prerrogativas y beneficios.

Cinco Estrellas rompió el esquema. Con su 25,5 por ciento de los votos en la Cámara de Diputados y el 23,7 por ciento en el Senado, Beppe Grillo les aguó la fiesta a los partidos de gobierno: el Partido Democrático, de Luigi Bersani, y el Pueblo de la Libertad, del superviviente de todas las batallas y golpes bajos de los últimos veinte años, el ex presidente del Consejo Silvio Berlusconi (foto). Cinco Estrellas es una mezcolanza osada, una suerte de “Biblia junto al calefón”, como dice la letra del célebre tango. Cualquier italiano al que se le pregunte por qué eligió votar por este partido, que se define como una “comunidad”, responde inequívocamente: “Porque quiero que las cosas cambien”. El cambio es, en la sociedades occidentales, como la irrenunciable aspiración humana al amor. Algo deseado con una permanencia física y metafísica y siempre postergado por esa tendencia a la incrustación y el inmovilismo que caracteriza a los partidos una vez que se instalan en el poder. Confrontacional, abierto y declaradamente antisistema, Cinco Estrellas es exactamente igual al slogan con que lanzó su campaña: “El Tsunami tour”. Un tsunami cuya verdadera capacidad de acción y de construcción está por verse. Disparatado para algunos, populista para otros, Cinco Estrellas es en todo caso la demostración de un hartazgo infinito contra lo que se ha vuelto la política en este siglo XXI: una empresa insaciable de mentiras, manipulaciones, engaños, una industria al servicio de una corporación de corbatudos y no del pueblo, al que tentó con propuestas que jamás se cumplirán. La socialdemocracia blanda del presidente francés François Hollande es una prueba amable de ello: parole, parole, parole.

Beppe Grillo se metió en el boquete del desencanto, de orfandad representativa de una sociedad donde ocho millones de personas viven con menos de mil euros por mes –es un índice bajo en Europa– y donde uno de cada tres jóvenes no tiene trabajo. Fuerza destructora del sistema que se propone reparar los olvidos interesados de la gobernabilidad acomodada y rectificar el sacrificio al que el neoliberalismo europeísta somete a millones y millones de individuos con tal de no perder sus ya grandiosos márgenes de ganancia. Mejor un millón de desempleados más que 3 por ciento de ganancias menos. Con un blog, Twitter y sin jamás haber pisado un canal de televisión en un país donde los políticos dejan la vida por pasar ante las cámaras, Beppe Grillo conquistó a las masas. Hace algunos años, este humorista genovés había organizado el Vaffanculo Day. Fue un día de protesta global contra los políticos. Ahora el Vaffanculo pasó de las protestas a las urnas e Italia entró en una incierta disidencia contra el sistema.

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