EL MUNDO › OPINIóN
› Por Martín Granovsky
Ni la trabajosa negociación en el Congreso para regular un poquititito así la venta de armas a particulares. Tampoco la discusión sobre el pago de impuestos por parte del uno por ciento más rico y el 99 restante. Si la agenda del presidente norteamericano Barack Obama ya era compleja, las bombas en Boston sumaron una preocupación nueva a la Casa Blanca. ¿Un atentado terrorista? ¿Un atentado terrorista de origen interno, como el de los ultraderechistas de Oklahoma el 19 de abril de 1995, con 168 muertos? ¿Un atentado de origen externo, como el de las Torres Gemelas de 2001, que costó casi tres mil vidas? Mientras dirimía una respuesta, la Casa Blanca se apuró a informar con quiénes analizaba los datos el presidente: el director del FBI, Robert Mueller, y la secretaria de Seguridad Nacional, Janet Napolitano. Una foto de Obama llamando a Mueller difundida por la presidencia mostraba que en el Salón Oval también estaban el jefe de gabinete, Denis McDonought, y Lisa Mónaco, asesora presidencial para seguridad y contraterrorismo.
Las informaciones y las imágenes parecen indicar la probable decisión de Obama de no ponerles de entrada un marco global a las bombas hasta no contar con información certera. Nadie de la Agencia Central de Inteligencia. Nadie del Departamento de Estado. En este último caso, además, el secretario de Estado, John Kerry, fue senador por Massachusetts, el Estado al que pertenece Boston, corrió en los años ’80 el maratón atacado ayer y sus familiares más jóvenes siguen participando.
La Secretaría de Seguridad Nacional es un ministerio poderoso creado para mejorar las redes de protección y actuar ante ataques terroristas. Napolitano es una dirigente demócrata experimentada que gobernó el estado de Arizona entre 2003 y 2009. Su política la fija el Consejo Nacional de Seguridad, el órgano de asesoramiento presidencial para coordinar las políticas en asuntos exteriores, internos y militares. Fundado por el presidente Harry Truman en 1947, el Consejo nació al comienzo de la Guerra Fría junto con la CIA y el Pentágono (Ministerio de Defensa).
Los ataques encontraron a los norteamericanos dedicados a una de sus ocupaciones anuales: llenar las planillas para la deducción del impuesto a las ganancias, que vencía ayer. Antes de los hechos de Boston, lo más interesante que podía leerse en The New York Times era una columna del Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz quejándose de que los 400 individuos más ricos pagan menos del 20 por ciento de impuesto a las ganancias, menos aún que los millonarios ubicados por debajo de ellos, que pagan el 25 por ciento y lo mismo que quienes ganan por año entre 200 y 500 mil dólares. Según Stiglitz, en 2009, 116 de los top 400 pagaban menos del 15 por ciento. El uno por ciento más rico gana el doble que en 1979 y el 0,1 por ciento nada menos que el triple. Stiglitz cuenta que hoy la situación es exactamente la opuesta a la que vivieron los Estados Unidos en materia impositiva durante la Segunda Guerra Mundial y hasta fines de la década de 1970. Truman y sus sucesores parecen haber combinado la batalla contra la Unión Soviética con el menor nivel de desigualdad interna de su país. Ronald Reagan, que en 1981 presidió los Estados Unidos durante la victoria final contra Moscú, fue quien comenzó a bajar los impuestos a los más ricos con determinación de cruzado. El Nobel afirma que antes de la asunción de Reagan los Estados Unidos crecieron más que después.
Al final de su columna, Stiglitz alerta no solo contra el lavado de dinero en paraísos fiscales y la injusticia del sistema impositivo. Sostiene que “una sociedad no puede funcionar sin un mínimo sentido de solidaridad nacional y cohesión”. Para el economista, “si los norteamericanos creen que el Estado es injusto –si creen que el nuestro es un Estado del uno por ciento para el uno por ciento y por el uno por ciento– la confianza en nuestra democracia sin duda sufrirá un deterioro”.
Cómo jugarán las bombas de ayer en ese contexto es una incógnita que irá develándose en los próximos meses. Mientras, conviene apuntar que es la primera explosión con víctimas en medio del auge de las redes sociales –o sea que el efecto de magnificación es muchísimo mayor que en 2001, cuando la principal vía de transmisión era la TV– y que fue producida en una celebración masiva.
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