Mar 23.04.2013

EL MUNDO  › AMENAZAN AL LíDER DE LA ASAMBLEA PARA FRENAR EL MATRIMONIO GAY

Show de homofobia en Francia

El proyecto que se debate hoy ya encendió un foco de tensión violento, con manifestaciones multitudinarias por y contra el texto, amenazas a los diputados que lo defienden, destrucción de locales y golpes e insultos a los homosexuales.

› Por Eduardo Febbro

Desde París

Francia vive una primavera negra. La extrema derecha, los grupos ultracatólicos y la oposición conservadora montaron un show de homofobia latente que llegó incluso a las agresiones físicas contra los homosexuales y pasó el límite de la intimidación con una carta de amenazas llena de pólvora remitida al presidente de la Asamblea Nacional, Claude Bartolomé. La ley sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo debe ser aprobada definitivamente hoy en la Asamblea Nacional. Sin embargo, el proyecto ya encendió un foco de tensión violento, con manifestaciones multitudinarias por y contra el texto, amenazas a los diputados que lo defienden, destrucción de locales, golpes e insultos a los homosexuales y un sin fin de episodios de una vulgaridad de comedia barata. El país que diseñó los conceptos de derechos humanos y donde las libertades cívicas son un ejemplo universal se ha metido en el laberinto de las fobias: a la islamofobia y el racismo que marcaron la campaña electoral para las elecciones presidenciales de abril y mayo pasado le siguió una homofobia agresiva que hizo varias víctimas y puso en el primer plano a grupúsculos fanáticos que, oriundos de varias corrientes de la derecha, confluyeron en un frente común de peligrosas intenciones.

La llamada ley sobre “el matrimonio para todos” impulsada por el Ejecutivo socialista destapó la existencia de una Francia iracunda e intolerante hasta la intimidación física. Hace unos diez días, una joven pareja franco-holandesa de homosexuales, Olivier y Wilfred de Brujin, fue atacada en el distrito XIX de París por un grupo de cinco jóvenes, que los agredió brutalmente. “Mirá, son homosexuales”, dijo uno de ellos e inmediatamente empezaron a pegarles. La foto de Wilfred de Brujin con la cara desfigurada por los golpes dio la vuelta al mundo: el mismo la hizo circular en Internet. De Brujin está seguro de que su golpiza es una consecuencia de la radicalización que provocó la ley: “Desde el verano pasado, el clima se volvió odioso para los homosexuales en Francia. Nos sentimos atacados, amenazados, insultados. El debate dejó libre una violencia verbal y física que antes parecía contenida. La culpa es de los obispos de la Iglesia Católica y de políticos como Jean-François Copé”. Este hombre político es hoy el líder del principal partido de oposición, la UMP, el cual aprovechó el antagonismo que levantó la ley sobre el matrimonio igualitario para atacar al gobierno y recuperar la credibilidad de un partido en pérdida de velocidad. Pero la agresión de los homosexuales parisinos no fue la única: en las localidades de Lille y Burdeos se produjeron nuevos ataques contra los homosexuales. Francia ha vuelto a la Edad Media en lo que atañe a este tema. La tensión es tal que la policía reforzó su presencia en los barrios frecuentados por los homosexuales para evitar la repetición de agresiones. Al principio y a pesar de las decenas de miles de personas que los adversarios de la ley reunían en las manifestaciones, nadie captó la importancia que iba a cobrar esta corriente. El movimiento contra la ley está compuesto por un abanico de grupos que van desde los integristas católicos de Civitas, Obispos y curas de corte tradicionalista, diputados o intendentes de la oposición conservadora, núcleos de neonazis, miembros del grupo terrorista que se opuso a la independencia de Argelia, la OAS, militantes y cuadros del partido de extrema derecha Frente Nacional, nostálgicos de la monarquía de Acción Francesa, grupúsculos xenófobos de las Juventudes Nacionalistas, neonazis del Bloc Identitaire y un montón de familias que ven en la ley una amenaza contra la civilización occidental. Todo este aluvión está liderado por una mujer, Frigide Barjot, una ex cómica y cronista mundana que se viste todo de rosa como un incongruente plato de repostería. La denominada Frigide tuvo su camino de Damasco en 2004, cuando realizó un peregrinaje hasta la Virgen de Lourdes y se volvió una ferviente católica. Frigide Barjot se autoconsidera como “la portavoz de Jesús”. La líder de este revuelo intimidador considera que vive bajo “una dictadura” y, dirigiéndose al presidente socialista François Hollande, una vez dijo: “Hollande quiere sangre, la tendrá”. Como la ley también integra la posibilidad de que dos personas del mismo sexo puedan adoptar hijos, sus opositores se apoyan en ese capítulo para negar toda forma de homofobia: “Nos preocupa que los niños sean educados por dos padres o dos madres”, dice Frigide Barjot.

La carta llena de pólvora que recibió el presidente de la Asamblea Nacional tiene el mismo corte explícito. “Nuestros métodos son más radicales y expeditivos que las manifestaciones. Ustedes quisieron la guerra, ahí la tienen.” Más adelante, el texto dice: “El matrimonio para todos equivale a la supresión total del matrimonio. En el caso de que usted haga caso omiso de este ultimátum, su familia política sufrirá físicamente”. El debate sobrepasó en mucho el tema de la ley y se tornó hoy una clara muestra de descontento político contra François Hollande. Al principio de las manifestaciones, los carteles eran contra el texto, pero con el correr de las semanas y de las marchas cada vez más multitudinarias –hasta 300 mil personas– la protesta se focalizó en los socialistas: hoy se ven muchas pancartas y pintadas que dicen “Hollande demisión”. Otra rezaba: “Hollande, tu ley sobre el matrimonio homosexual no la queremos, queremos trabajo”. Estos meses de debates, insultos, violencia, misas al aire libre y de rodillas en la puerta de la Asamblea Nacional, frases arrebatadas y excitadas en la televisión han terminado por hacer de los homosexuales un demonio peligroso, una suerte de elemento tóxico de la sociedad. La derecha consiguió con ellos lo mismo que logró con los extranjeros: volverlos un sinónimo de nocividad.

El resultado es dramático para los homosexuales y las lesbianas más jóvenes, con escasa experiencia en la discriminación. De pronto tienen miedo de que los reconozcan, de que los agredan por su sexualidad. En nombre de la integridad de la familia y de la educación de los hijos por parejas tradicionales, los obispos y curas que mueven los hilos del odio debajo de sus sotanas terminaron por trastornar el perfil de un país ejemplar. En vez de concordia promovieron la intolerancia y la división. Con ello resucitaron y aunaron en un mismo rechazo a todas las ramas de los extremos. Los protagonistas de la primavera negra francesa sueñan con una suerte de Mayo del ’68 al revés, es decir, en vez de una revolución liberadora de las costumbres, una revolución conservadora que vuelva a poner la mordaza sobre la sociedad.

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