EL MUNDO › LAS REALIDADES BARRIERON LOS SUEÑOS NACIDOS EN LA CAMPAÑA
Quienes lo votaron en 2012 con la esperanza de un cambio real no saben si los han engañado, anestesiado o si todo esto es culpa de una crisis mal analizada desde la oposición. Cayó a niveles de impopularidad tan rápidos como profundos.
› Por Eduardo Febbro
Desde París
La primera plana de una de las últimas ediciones del vespertino Le Monde abrevia en su dimensión más desdichada el escenario que se instaló en el país justo un año después de que el socialista François Hollande llegara a la presidencia de Francia: “Hollande, el año terrible”, escribe el diario y con ello resume la mezcla de decepción, tibieza, crisis, mal humor, sensación de indecisión, retrocesos y promesas incumplidas que acompañaron este primer tramo de la presidencia. Aunque en proporciones aún mayores, François Hollande ha tenido el mismo destino que su predecesor, el conservador Nicolas Sarkozy: en el año inaugural del mandato, Sarkozy cayó a niveles de impopularidad tan rápidos como profundos: Sarkozy pasó del 64 por ciento al 40 por ciento. François Hollande lo superó: el presidente socialista llegó al poder con una popularidad del 53 por ciento para caer ahora al 27 por ciento. Quienes votaron por él en 2012 con la esperanza de un cambio real no saben si los han engañado, anestesiado o si todo esto no es culpa de una crisis mal analizada desde la oposición. Las realidades internacionales, las nacionales y hasta las personales barrieron con todos los sueños que nacieron con la campaña electoral de 2011 y 2012. El desempleo llegó en mayo a sus niveles mal altos desde 1997 y, encima, el socialismo tuvo que gestionar uno de esos escándalos que el imaginario popular y un buen trabajo de comunicación de los socialdemócratas le atribuye únicamente a la derecha: el caso de un ministro que, entre otras cosas, tenía a su cargo la lucha contra el fraude fiscal y de quien se terminó descubriendo que poseía una cuenta de banco en Suiza donde evadía dinero del fisco. El mencionado ministro, Jérôme Cahuzac, fue a la vez el árbitro y el tramposo.
A su manera contradictoria, Sarkozy y Hollande atravesaron el mismo infierno: Sarkozy pagó el tributo de una presidencia “anormal” atravesada por los excesos, la velocidad, la hiper presencia, el ego desmesurado y una forma de manejar el poder donde él aparecía en lugar de todos los ministros. François Hollande le ganó a Sarkozy con el argumento contrario: se propuso ser un presidente “normal” y plasmar una presidencia “normal”. El argumento fue útil como narrativa de campaña, pero una vez en el poder esa normalidad se volvió contra él. Al principio del mandato Hollande todavía se paseaba por la calle, a pie, saludando a la gente. Pero desnudarse del protocolo de un jefe de Estado fue un error. Se acentuó más la imagen de un hombre sin ascendencia, indeciso, incapaz de asumir la función con todo el aparato que se requiere. La estrategia duró un trimestre y ese cambio también lo perjudicó. Las realidades mucho más concretas se sumaron al desencanto: el no cumplimiento o el cumplimiento parcial, maquillado, de sus 60 promesas de campaña, el desempleo que crece y la imposibilidad, hasta ahora, de reorientar la política europea hacia un rumbo donde no sean las políticas de rigor, los ajustes y el control de los déficits lo que dibuje el presente y el futuro de millones de personas y ponga una camisa de fuerza al crecimiento. François Hollande ganó en mayo pasado no solo porque se presentó como el “anti Sarkozy” sino, también, como el antídoto contra las recetas restrictivas de la canciller Alemana Angela Merkel. Nada ha cambiado: Merkel sigue en el trono de la austeridad y Hollande se instaló en el de la impopularidad. La crisis no se ha atenuado y el jefe del Estado no puede más que constar que, desde que llegó al poder, 900 personas por día se inscriben en la lista del desempleo.
La socialdemocracia francesa había prometido un mundo mejor, un país apaciguado, una gestión más humana, una dimensión profundamente social de la acción política. El liberalismo parlamentario tiene los dientes muy sólidos como para vencerlo sólo con palabras. La frase con la que, en enero de 2012, Hollande lanzó su campaña suena hoy como una canción de la infancia que se entona para no olvidar que, alguna vez, la realidad pudo ser mejor: “mi enemigo no tiene nombre, no tiene rostro ni partido, nunca presentará su candidatura y jamás será electo: sin embargo, ese enemigo gobierna. Ese adversario es el mundo de las finanzas”. Y ese adversario sigue gobernando con un eje director que viene de Europa y de cuya disciplina los socialistas nunca se apartaron. Los votantes de la izquierda ven al socialismo gobernante como un equipo sin las agallas suficientes como para confrontarse con los imperios de las finanzas, los mercados sin regulación, la especulación financiera y los gobiernos de derecha liberal que pululan en Europa.
Ahí está, para muchos analistas de Francia, la posible tabla de salvación capaz de sacar a François Hollande de la mala racha. Desviar el rumbo de las políticas presupuestarias restrictivas llevadas a cabo en Europa. Ese había sido uno de los grandes argumentos de su campaña: poner término a la austeridad y al sacrificio para impulsar políticas de crecimiento en Europa. Hasta los tercos economistas del Fondo Monetario Internacional le dieron la razón: esas políticas restrictivas vigentes en el Viejo Continente ahogan el crecimiento. Francia cerrará el 2013 con un crecimiento nulo por segundo año consecutivo. Hoy se entrevé una tímida alternativa. El PS francés hizo circular un texto de 21 páginas que se debatirá a mediados de junio en un congreso sobre Europa en el cual interpela a Hollande a “enfrentar” a la derecha europea y a la canciller alemana. Angela Merkel es calificada en ese texto como “egoísta” e “intransigente”.
Algunos observadores ven en ese texto la premisa de una ruptura con las políticas actuales. Al PS le urgen cambios: las elecciones municipales y europeas de 2014 podrían ver cómo el descontento y la decepción se traducen en revés electorales. Sin embargo, las próximas medidas que se esperan van en contra de esas ilusiones. El Ejecutivo socialista se apresta a recortar los subsidios familiares, a reformar otra vez el sistema de pensiones para ahorrar plata y a cambiar, también, el seguro del desempleo. François Hollande permanece imperturbable, fiel a su lema: “un mandato se juzga al principio y se sanciona al final”. Sin embargo, incluso con medidas defendibles y nuevas, François Hollande no logra imponer al país la imagen de un hombre que gobierna, de un hombre que sabe adónde va con su proyecto. El presidente cree en la pedagogía y las etapas progresivas. El desencanto de sus electores y la crisis ensombrecen su método. “Las cosas no se calmarán”, dice Hollande a sus allegados. Lo peor está aún por venir. La sanción se anticipó varios años a un hombre convencido de que, sin cambiar gran cosa del sistema, todo irá mejor con el correr del tiempo.
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